No hay mal que por bien no venga. Como prueba tenemos en casa, en el país y en el mundo, a la madre de todos los virus, el Covid-19, que está dejando al desnudo muchos procesos, eventos y hechos que podemos y debemos mejorar.
En esta guerra que estamos dando para salvar la economía y la salud de cada familia, están, en la primera línea del combate, los médicos, doctoras, enfermeras y enfermeros. Como si no fuera suficiente la amenaza de ser los primeros contagiados están enfrentando la batalla con pocas armas contra un enemigo que no se ve, pero también, y esto huele a colmo, tienen que estarse protegiendo de gente, cuya ignorancia los está llevando a amenazarlos y a agredirlos con violencia, sin pensar que ellos pueden ser las próximas víctimas del virus y requerir de ser atendidos por quienes ahora son objeto de su agresión.
Los y sobre todo las Florencias Nightingales son fáciles de identificar cuando circulan entre sus casas y el hospital, vestidas con sus aparentemente impecables uniformes blancos, lavados y planchados por ellas mismas antes de salir de casa. Su visibilidad las convierte en blancos fáciles de ataque.
Pero, siempre me he preguntado. ¿Qué tan impecables están? No las personas, sino sus uniformes, sobre todo al llegar al hospital. Después de hacer colas en los paraderos y de subir y bajar en uno o dos camiones, donde se amontonan todos: amas de casas bien talqueadas, albañiles y empleados sudados por su trabajo, y a veces hasta gallinas o pavos. Aunque a ojo de buen cubero estén impecables, dudo que pasen la prueba de un microscopio y seguramente habrán recogido miles o millones de gérmenes en sus uniformes, que son introducidos a los centros de salud en donde laboran y de los cuales se esperaría una asepsia total.
Nuestros consultorios, clínicas y hospitales no están organizados para que estas y estos samaritanos puedan salir sin traer puestos sus uniformes. En sus centros de trabajo generalmente no hay facilidades para cambiarse y guardar su ropa de civil. Y, hasta ahora, ni pensar que donde laboran les entreguen un uniforme limpio y estéril. Pero... ¿Por qué no?
Ahora es el momento de cambiar esa insalubre costumbre, por la salud de los enfermos, pero también, y esto es muy importante hoy, para poder proteger de la agresión de gente insensible a este importante sector de la población del cual depende ahora nuestra salud y hasta nuestra vida.
Si el personal de salud transita sin uniforme por las calles se matarán dos pájaros de un tiro: se evitarán las infames agresiones que se han desatado contra ellos, producto de la ignorancia, y evitarán contaminar sus uniformes durante el tránsito a su centro laboral.
Ojalá que la experiencia en los tiempos de Covid-19, parafraseando a García Márquez, dé por resultado que los hospitales, clínicas y consultorios entreguen uniformes limpios al personal y les consigan un lugar para cambiarse y guardar su ropa de civil. Así evitaremos tanto contaminaciones como agresiones.
Es tiempo para vitorear y sobre todo, apoyar a enfermeras y doctores que arriesgan su vida para salvar nuestra vida.