Yucatán

Cifras, emociones, actividades…

José Díaz Cervera

Por fortuna, el buen periodismo y la buena literatura están cada vez más próximos. El canon anglosajón exigía, entre otras cosas, una objetividad tramposa en el ejercicio del periodismo, pero esto ha comenzado a romperse desde por lo menos hace 30 años.

La consciencia de que el periódico no es solamente un distribuidor de noticias sino cabalmente un documento histórico, abre un universo maravilloso en el que ahora no sólo consignamos datos y cifras, sino también la manera en que los diversos grupos sociales procesamos lo que sucede a nuestro alrededor, así como todo aquello que hacemos en el terreno práctico para subsistir y persistir.

Ahora mismo estamos en una crisis sanitaria de alcance global, ante la que el ciudadano común ha asumido posturas sorprendentemente ambivalentes, pues, por un lado, encontramos una masa aterrorizada ante los hechos y, por otro, un grupo muy heterogéneo de personas incrédulas que piensan que no es para tanto y que el gobierno nos engaña, como tradicionalmente lo ha hecho. En ambos casos la desinformación es el factor decisivo.

La crisis ha intentado controlarse a través del confinamiento voluntario y éste ha tenido un éxito relativo en la medida en que ha sido acatado con reservas por parte de algunos sectores (en algunos casos, los de quienes —por ejemplo— tienen que salir a ganarse la vida, tienen poco margen de maniobra; en otros, los de quienes simplemente no quieren perder el más mínimo de sus privilegios, se actúa siguiendo los dictados del egoísmo y no se hace caso de lo que indica la autoridad).

En Mérida vemos que con el paso de los días las calles dejan de estar solitarias y la gente parece perderle el miedo a la epidemia. Como quiera, el aislamiento es un asunto que no debe dejar de consignarse, pues sus aristas emocionales y culturales nos hablan de cómo somos, cómo vivimos y a qué aspiramos, algo que el periodismo de nuestros tiempos tiene la obligación de consignar pero no siempre tiene la prospección para hacerlo.

Nadie gusta del encierro. Aunque uno puede optar por enclaustrarse durante un tiempo, el encierro nos confronta con nuestras carencias y límites. Todo encierro es como estar en una habitación llena de espejos.

Creo que uno de los aspectos más complejos de esta crisis sanitaria lo constituye el relativo enclaustramiento en que tenemos que vivirla. Allí también se verifica la lucha de clases y todo lo que ella implica: no se vive igual el encierro con un ingreso seguro que sin él, de la misma manera que tampoco se verifica de la misma forma entre quienes tienen recursos y comodidades más que suficientes y quienes no los tienen.

Mas el asunto no se reduce estrictamente a lo material, pues hay también recursos emocionales, espirituales y culturales que hacen la diferencia (quien tiene, por ejemplo, el hábito de la lectura y posee una colección de libros a su alcance, seguramente dispone de más recursos para lidiar con el encierro).

Por otro lado están los factores emocionales ligados decisivamente tanto a la alteración de nuestras rutinas convivenciales, nuestros hábitos y nuestra la relación con la epidemia, como con la ansiedad e incertidumbre de todos los efectos colaterales que se observan o que se considera que podrían sobrevenir, transformando de golpe y porrazo nuestra forma de vida, nuestra economía y nuestros proyectos más sencillos o más ambiciosos.

Comenzamos por tener miedo (a veces razonable, a veces no), después vino la tristeza (España, Ecuador, Italia y Nueva York nos conmovieron a muchos), más tarde llegó el tedio… Algunos cerraron los ojos para ahuyentar el miedo, otros se refugiaron en su fe para controlar su tristeza, pocos tuvieron alternativas contra el aburrimiento…

Muchos padecieron insomnio; otros, inapetencia o gula excesiva; algunos más se pusieron a hacer compulsivamente labores domésticas para no pensar, mientras otros cayeron en un desgano absoluto, llenos de dolores musculares y de padecimientos físicos que evidenciaban un mal procesamiento de sus malestares emocionales.

No estábamos preparados para esto. Algunos luchamos tratando de hacer profesión de lucidez, pero fuimos derrotados. Cuando descubrí que nada volvería a ser igual después de esta epidemia, que la “normalidad” que conocimos hasta el 13 de marzo pasado nunca regresaría (y que tal vez lo mejor sería que nunca regresara, por siniestra), me di cuenta (sin ninguna suerte de dramatismo) que había entrado a la recta final de mi existencia y que tendría que empezar a reconstruirme.