Yucatán

Ariel Juárez García

En vista de las medidas sanitarias que las autoridades han establecido, mientras dure esta pandemia, todas las familias e individuos de “la Asociación Religiosa de los Testigos de Jehová” que sean participantes u observadores de la “Conmemoración anual de la muerte de Jesucristo”, este martes 7 de abril del 2020 –después de la puesta del Sol–, se quedarán en casa, respetando las recomendaciones ya establecidas, y tendrán disponible un video de una conferencia bíblica que podrán descargar o ver en línea en el sitio de internet JW.ORG y JW Stream o aprovechar las aplicaciones Zoom y Skype.

El pasado 19 de abril del 2019, la celebración de la Conmemoración de la muerte de Jesucristo, que ocurre sólo una vez al año, unió a 20’919,041 personas de 240 países –registro estadístico oficial–, de una manera extraordinaria, mucho más que cualquier otro acontecimiento en el mundo.

Puesto que Jesucristo mandó a sus seguidores: “Hagan esto en conmemoración mía”, este acto suele también denominarse Conmemoración, y es el único acontecimiento anual que se pide que observen los cristianos (Ver 1 Corintios 11:24). El diccionario de la Real Academia Española define conmemoración como “memoria o recuerdo que se hace de una persona o cosa, especialmente si se celebra con un acto o ceremonia”.

Una vez más, este martes 7 de abril del 2020, día que coincide con la fecha del 14 de Nisán del calendario judío –que inicia a partir de la puesta del Sol–, la Conmemoración recordará a todo cristiano la más sublime expresión de amor: la del único Padre celestial, Jehová. Uno puede imaginar cuánta angustia debió de causarle a él, que “es muy tierno en cariño, y compasivo”, oír los “fuertes clamores” de Jesucristo y ver sus “lágrimas” en el jardín de Getsemaní, la sádica flagelación, el cruel acto de clavarlo en el madero, y la lenta y dolorosa muerte que padeció ese 14 de Nisán del año 33 de la Era Común (ver carta de Santiago 5:11; la carta a los Hebreos 5:7; el Evangelio de Juan 3:16; y la primera carta del apóstol Juan 4:7, 8). Incluso ahora, siglos después, con tan sólo recordar aquellos sucesos, muchas personas se conmueven.

Jesucristo fue “despreciado” por los judíos, quienes, según la profecía de Isaías, lo consideraron “como de ninguna importancia”. El apóstol Juan escribió: “Vino a su propia casa, pero los suyos no lo recibieron” (ver Evangelio de Juan 1:11). Y el apóstol Pedro les dijo a los judíos: “El Dios de nuestros antepasados... ha glorificado a su Siervo, Jesús, a quien ustedes, por su parte, entregaron y repudiaron ante el rostro de Pilato, cuando él había decidido ponerlo en libertad. Sí, ustedes repudiaron a aquel santo y justo” (Hechos de los apóstoles 3:13, 14).

Aquella noche del 14 de Nisán del año 33 de la Era Común, unas horas antes de ser arrestado y sometido al más infame juicio, Jesucristo se reunió con los doce apóstoles en la habitación superior de una casa de Jerusalén para celebrar la Pascua, una fiesta anual del pueblo judío que rememoraba la liberación de los israelitas de la esclavitud en Egipto –mil quinientos años atrás–. (Ver Evangelio de Mateo 26:17-20). Después de comer la cena pascual, Judas –el traidor– salió del lugar a fin de proceder a traicionar a su maestro (ver Evangelio de Juan 13:21, 26-30). Fue entonces cuando Jesucristo instituyó la también conocida por el nombre de “la Cena del Señor” con los apóstoles restantes (ver 1 Corintios 11:20). Para ello utilizó pan sin fermentar y vino tinto como emblemas, o símbolos, de su cuerpo físico y su sangre, e hizo que los once apóstoles que estaban con él participaran de esa comida de comunión.

Este acto les haría recordar a los observadores de generaciones futuras el gran significado de lo que Jesucristo hizo aquella noche, horas antes de morir, y, en particular, de los símbolos que utilizó.

Cuando Jesucristo instituyó la Conmemoración, “Tomó un pan, dio gracias, lo partió, y se lo dio a ellos, diciendo: ‘Esto significa mi cuerpo que ha de ser dado a favor de ustedes. Sigan haciendo esto en memoria de mí’.” (Ver Evangelio de Lucas 22:19 y el de Marcos 14:22). Con las palabras “esto significa mi cuerpo”, Jesucristo señaló que el pan sin levadura representaba, o simbolizaba, su cuerpo humano sin pecado, el cual entregó “a favor de la vida del mundo” (ver Evangelio de Juan 6:51).

El pan del que disponían en aquella ocasión era el mismo que acababan de usar en la cena de la celebración de la Pascua (ver Exodo 13:6-10). Cocido al horno y sin levadura, era plano y quebradizo, y había que partirlo con el fin de distribuirlo. Cuando Jesucristo multiplicó milagrosamente los panes para alimentar a millares de personas, estos también eran en forma de tortillas delgadas y duras, pues él los partió para distribuirlos (ver Evangelio de Mateo 14:19; 15:36).

Tras haber pasado el pan sin levadura, Jesucristo tomó en sus manos una copa, “ofreció gracias y se la dio a los apóstoles, y todos bebieron de ella”. Luego explicó: “Esto significa mi ‘sangre del pacto’, que ha de ser derramada a favor de muchos” (ver Evangelio de Marcos 14:23, 24). ¿Qué contenía la copa? Vino fermentado. En el transcurso de la cena pascual se bebía vino, y Cristo lo utilizó al instituir la Conmemoración de su muerte.

Sólo el vino tinto constituye un símbolo apropiado de lo que representa el contenido de la copa, a saber, la sangre derramada en el sacrificio de Jesucristo. El mismo dijo: “Esto significa mi ‘sangre del pacto’, que ha de ser derramada a favor de muchos”. Y el apóstol Pedro escribió: “Ustedes [los cristianos ungidos] saben que no fue con cosas corruptibles, con plata u oro, con lo que fueron librados de su forma de conducta infructuosa recibida por tradición de sus antepasados. Más bien, fue con sangre preciosa, como la de un cordero sin tacha e inmaculado, sí, la de Cristo” (ver 1 Pedro 1:18, 19).

Una razón por la que se instituyó la Conmemoración tuvo que ver con uno de los objetivos de la muerte de Jesucristo. Al morir como defensor de la soberanía de su Padre celestial, Jesucristo probó que Satanás el Diablo, quien había acusado falsamente a los seres humanos de servir a Dios sólo por intereses egoístas, era un mentiroso (ver Job 2:1-5). Su muerte en fidelidad demostró la falsedad de dicha alegación y regocijó el corazón del Dios verdadero Jehová (ver Proverbios 27:11).

Otra razón por la que se instituyó la Cena del Señor fue para recordar a todo cristiano que con su muerte como ser humano perfecto y sin pecado, Jesucristo “dio su alma en rescate en cambio por muchos” (ver Evangelio de Mateo 20:28). Cuando el primer hombre pecó contra Dios, perdió la vida humana perfecta y todas las perspectivas que ésta ofrecía. Sin embargo, Jesucristo dijo: “Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que ejerce fe en él no sea destruido, sino que tenga vida eterna” (ver Evangelio de Juan 3:16). En efecto, “el salario que el pecado paga es muerte, pero el don que Dios da es vida eterna por Cristo Jesús nuestro Señor” (ver Romanos 6:23). La Cena del Señor recuerda a todo cristiano el gran amor que tanto Jehová como su Hijo les mostraron mediante la muerte expiatoria de éste, un amor por el que todos deben estar sumamente agradecidos.

¿Debería conmemorarse la muerte de Jesús todos los meses, todas las semanas o incluso todos los días? No. Jesucristo instituyó la Cena del Señor y murió el día de la Pascua, que se celebraba en “memoria” de la liberación de Israel del cautiverio egipcio en el año 1513 antes de la Era Común (Exodo 12:14). La Pascua tenía lugar sólo una vez al año, el día decimocuarto del mes judío de Nisán (Exodo 12:1-6; Levítico 23:5). Este hecho indica que la muerte de Jesús debía conmemorarse con la misma periodicidad que la Pascua: una vez al año, y no mensual, semanal ni diariamente.

Es digno de señalar que sólo el apóstol Juan suministró bajo inspiración información esencial sobre lo que Jesús dijo e hizo inmediatamente antes y después de instituir la Conmemoración de Su muerte. Estos apasionantes detalles, que ocupan nada menos que cinco capítulos de su Evangelio –13 al 17–, no dejan lugar a dudas en cuanto a la clase de personas a las que Dios ama.

En estos capítulos, que contienen los consejos de despedida de Jesús a sus seguidores, el tema preponderante es el amor. De hecho, en ellos aparecen 31 veces la palabra amor y diversas formas del verbo amar. En ningún otro lugar se hace tan patente el profundo amor de Jesucristo a su Padre, Jehová, y a sus discípulos. Aunque el amor de Jesucristo a Dios se percibe de todos los relatos evangélicos, sólo Juan consigna que él dijera de forma explícita: “Yo amo al Padre” (ver Evangelio de Juan 14:31). Jesucristo señaló también que Jehová lo amaba a él y explicó por qué: “Así como me ha amado el Padre y yo los he amado a ustedes, permanezcan en mi amor. Si observan mis mandamientos, permanecerán en mi amor, así como yo he observado los mandamientos del Padre y permanezco en su amor” (ver Evangelio de Juan 15:9, 10). En efecto, Jehová ama a su Hijo por su obediencia absoluta. Esta es una magnífica lección para todos los seguidores de Jesucristo.

El mismísimo primer mandato que dio Jesucristo a sus discípulos tras establecer la Conmemoración de su muerte era algo nuevo. “Les doy un nuevo mandamiento: que se amen unos a otros; así como yo los he amado, que ustedes también se amen los unos a los otros –declaró–. En esto todos conocerán que ustedes son mis discípulos, si tienen amor entre sí.” (Ver Evangelio de Juan 13:34, 35.)

¿En qué sentido era nuevo? Un poco más tarde lo aclaró: “Este es mi mandamiento: que ustedes se amen unos a otros así como yo los he amado a ustedes. Nadie tiene mayor amor que éste: que alguien entregue su alma a favor de sus amigos” (ver Evangelio de Juan 15:12, 13). La Ley mosaica establecía que los israelitas debían ‘amar a su prójimo como a sí mismos’ (ver Levítico 19:18), pero el mandato de Jesús iba más allá. Los cristianos habrían de amarse unos a otros como él los había amado, es decir, tendrían que estar dispuestos a… sacrificar la vida por sus hermanos.