Yucatán

Ariel Avilés Marín

En marzo de 1962 vi por primera vez a la Compañía de Operetas y Zarzuelas de Pepita Embil y Don Plácido Domingo. Debutaron con la zarzuela de género grande Luisa Fernanda; esta experiencia dejó en mí un impacto tan fuerte cmo no había sentido antes; puedo decir que esa noche me enamoré de ese género teatral y musical. Ya antes había visto dos obras: Los Gavilanes y El Conde de Luxemburgo, con la compañía de María Francisca Rimbaud, en 1957; pero la prestancia de la compañía de Pepita Embil no tenía rival y su calidad era muy superior a todas las que he visto, antes o después de las temporadas que vi en el Teatro Fantasio y en el Teatro del STIC. Además de las temporadas de Pepita Embil, tuve la oportunidad de ver las de las compañías de Beatriz Aznar, Cristina Ortega y Froylán Ramírez, este último, destacado tenor yucateco que triunfó en Bellas Artes en CDMX. La compañía de Froylán, trajo voces de una calidad excelente, como Marco Antonio Saldaña y Angélica Dorantes, el mejor barítono y la mejor soprano de coloratura de México en aquel año de 1976. Sin embargo, ninguna de las otras compañías, en su conjunto, se comparaba con la de Pepita y Don Pla, como cariñosamente le llamaba el público meridano a Don Plácido.

Tres fueron las inolvidables temporadas de la compañía Embil-Domingo que tuve la oportunidad de disfrutar, y que guardo en la memoria como un tesoro invaluable. La de marzo de 1962, la de octubre de 1963, y la de septiembre de 1964, que fue la última. Después de esta temporada final, varias veces más disfrutamos a Pepita y Don Plácido, pero en la modalidad de concierto, generalmente en el entonces Teatro de la Universidad. La presencia en Mérida de Pepita y Don Plácido, traía consigo una atractiva posibilidad; que se dejara caer por aquí su hijo, Plácido Domingo Embil, el glorioso tenor de reconocimiento universal, y que, como ancore, cantara algo al terminar una obra. Tal como sucedió en 1957, en el Club Escuela Modelo, en un homenaje que la comunidad modelista rindió a Pepita Embil, y que contó con la presencia de Placidín, como cariñosamente se le llama en Mérida, y que cantó con su madre. Quienes tuvimos el privilegio de asistir a este evento, guardamos como un tesoro el haber escuchado el tenor más grande del mundo, en nuestra casa y sin pagar un solo centavo por ello.

Cuando salimos, mis padres y yo, de la puesta de Luisa Fernanda, sentía que algo muy grande había quedado en el fondo de mi corazón, desde ese momento, siempre identifiqué a la gran soprano vasca con el personaje de la zarzuela, para mí y hasta hoy, Pepita Embil, siempre será Luisa Fernanda. Creo que mi percepción no está tan errada, pues muchos años después, me enteré de que, quien trajo a Pepita Embil a México, fue precisamente Federico Moreno Torroba, el autor de la zarzuela, y después de verla cantar su obra, exclamó: “¡Ella es la mi morena!” Impresionados por el efecto que había causado en mí, el contacto con la zarzuela, mis padres tomaron una loca decisión. Habían comprado los abonos para las funciones de las 9:15 de la noche, pues compraron también abonos para las funciones de las 6:15 de la tarde. Así que, me pasé una semana entrando al teatro a las 6:15, salíamos, comíamos rápidamente un sándwich en el Café Express, y volvíamos a entrar al Fantasio, para la función de la noche. La compañía realizaba dos estrenos cada día, ninguna obra se repetía en la temporada, así que esto significaba disfrutar de trece obras, más las que se agregaran, pues como eran llenos totales todos los días, había siempre prolongación de temporada, que podía ser en el Teatro del STIC, o en el Encanto, de Santa Ana.

Los integrantes de la compañía eran casi siempre los mismos, variaban por lo general las primeras voces. Así, en 1962, tuvimos al tenor Carlos Santa Cruz, al barítono italiano Isidoro Gabari y la estupenda soprano Rosa María Montes, con quien trabé una entrañable amistad. La última vez que Rosa María estuvo en Mérida fue traída por Héctor Herrera “Cholo”, quien la trajo para cantar dos obras en su teatro de la calle 64. En 1963, vinieron la excelente soprano de coloratura Conchita Domínguez y su esposo, el gran tenor Julio Julián, el barítono fue el inolvidable Salvador Quiroz. Y en la temporada de 1964, participaron la soprano María Teresa Fonseca, el tenor Eduardo del Campo, y desde luego, Salvador Quiroz. Poco después vi a Eduardo del Campo con Ernestina Garfias, en el Encanto, cantando Lucía de Lammermoor. Eran fijos en la compañía figuras como Blanca de Liz, Carolina Quintero, las hermanas Chelo y Chayo Chávez, Esperanza Valdivieso, Víctor Torres, Francisco Pando, Alberto Jarrero, Mario López, Pepe Esteva, que tenía una soberbia voz de bajo. Mención aparte nos merece la extraordinaria actriz característica, Doña Sara López, madre de Blanca de Liz. Elenco que se sabía al dedillo todas las obras y que asumían sus papeles con una entraña profunda y nos hacían vivir las historias como si estuviéramos participando en ellas.

El profesionalismo de la compañía era muy profundo. Me relató mi maestro Don Luis G. Garavito, que era el violín concertino de la orquesta, que después de la función de la noche, todos se quedaban para ensayar las dos obras que se estrenarían al día siguiente, por lo que la salida del teatro era generalmente cerca de las dos de la madrugada. Esa gente hacía todo esto por su profundo amor a estos géneros maravillosos que llevaban en lo más profundo de sus almas. Las circunstancias económicas hacían cada vez más difícil costear una temporada completa, con sus dos estrenos diarios. La generosidad del empresario teatral Enrique Vidal era la que hacía posible la venida anual de la compañía completa. La situación se hizo insostenible y, con el dolor de su corazón, Pepita y Don Plácido, al terminar la prolongación de la temporada de 1964, tomaron la decisión de no traer más a la compañía completa, y en adelante sólo organizar conciertos. En estos conciertos tuvimos la oportunidad de volver a ver a Pepita cantando con Salvador Quiroz, a Francisco Pando, que era un extraordinario declamador, y desde luego a Don Pla. El último concierto fue en 1970, en el Teatro de la Universidad, acompañados por Doña Lupita Peraza de Núñez.

En la prolongación de la temporada de 1964, se pondría una obra que no había visto y que tenía muchas ganas de ver: La Casta Susana. Obra de grandísima picardía. Cuál no sería mi sorpresa que mi mamá me dijera: “¡No Arielito, esa sí no la puedes ver! Es un tema que no es apropiado para tu edad”. Lo cual me produjo gran contrariedad, pues deseaba mucho ver esa obra. El asunto es una graciosa confusión que se arma en un hotel, al cual concurren, padre, madre, hijo, hija, novio de la hija y novia del hijo, pero cada uno con una pareja distinta a la suya. Es muy graciosa la trama que se urde cuando se van topando por separado cada uno de los miembros de la familia, pero tiene un final feliz y termina con todos cantando alegremente, al compás de copas de champán, como buena opereta que es. Como no me resignaba a dejar de verla, recurrí al apoyo de mi maestro y empresario de la compañía, Enrique Vidal, el cual al saber lo que me estaba pasando llamó a mi mamá y le dijo: “Doña Mimí, si Arielito ya vio la Duquesa del Baltabarín y la Corte de Farahón, ya puede ver cualquier otra obra”; con lo cual, a mi mamá no le quedó más remedio que ceder.

La temporada que se inició en septiembre de 1964, fue la última de esta extraordinaria compañía de operetas y zarzuelas de un profesionalismo y calidad fuera de serie. Con el final de esta brillante temporada, cayó el telón que puso fin a toda una época que marcó una brillante trayectoria de esta inolvidable y añorada compañía. Los éxitos y la popularidad que alcanzó Pepita Embil en Mérida, la hizo merecer ser llamada “La Mimada del Público Yucateco” y fue coronada como Reina de la Opereta y la Zarzuela en Yucatán, en el escenario del Teatro Fantasio.

Hoy, sólo me queda el dulce recuerdo de esos maratones de zarzuelas y operetas, esas semanas en las que entraba y salía del teatro, de una obra a otra, y que dejaron una marca profunda en mi corazón. “¡Ay mi morena, morena clara! ¡Ay mi morena, qué gusto da mirarla!”.