Yucatán

Una higuera para Miguel Barbachano Ponce

Su hija, la escritora Lilia Barbachano Osorio, evoca al escritor recientemente fallecido

“Para mí, para nosotros, sus tres hijos, nuestro padre fue y seguirá siendo una higuera”, dice orgullosa la escritora Lilia Barbachano Osorio. En su voz no caben la tristeza ni la melancolía cuando evoca la imagen paterna.

“Al contrario –explica– porque mi papá nos enseñó a vivir el arte y eso siempre es motivo de alegría no de tristeza”.

El escritor Miguel Barbachano Ponce murió el pasado 12 de mayo, día de su cumpleaños, por un infarto masivo. Había nacido en Mérida, Yucatán, en 1930.

Autor de las novelas El diario de José Toledo, Los desterrados del limbo y la obra dramática Los pájaros, además del célebre cuento La utopía doméstica, Barbachano Ponce era un polígrafo natural; su incursión en el teatro, el cine experimental, la crítica y la historia lo llevaron a explorar los más variados temas y géneros literarios.

Apenas unas horas después de ser cremado, su hija Lilia, también escritora y poeta, hace un retrato hablado del maestro Barbachano Ponce, hermano de Manuel, productor cinematográfico y empresario.

“Como ser humano fue un hombre espléndido, de veras generoso. Siempre nos educó en la cultura. Nos llevaba al cine, nos condujo hacia la arquitectura. Gracias a él visitamos iglesias coloniales, iglesias barrocas… Tantas cosas vivimos con mi papá… Solía explicarnos su amor por la cultura colonial y por México. ¡Qué puedo decir!”, expresa.

“Como escritor es fundamental, porque resultó muy versátil: hizo teatro, cuento, novela e investigación histórica. Los desterrados del limbo, por ejemplo, es una gran novela surrealista. Otro aspecto importante es la crítica de cine. Su estilo para examinar una película, una corriente o el estilo de un director. A veces nos comentaba, incluso, sus observaciones en torno a películas… Con él aprendimos a vivir las artes, el arte. Siempre nos apoyó y educó por igual a los tres. Y mi mamá resultó ser su compañera ideal. Fue su motor y su equilibrio”, añade.

Lilia Barbachano hace una pausa. Piensa entonces en los amigos de su padre. José Luis Cuevas, Enrique González Pedrero, Julieta Campos, Fernando Benítez, Carlos Fuentes, Margo Glantz y Rubén Bonifaz Nuño, entre muchos otros.

“De Yucatán –recuerda la escritora–, mi padre tenía recuerdos increíbles, sobre todo de la infancia. Mi padre recordaba siempre a su nana Demetria. Cuando veníamos a las temporadas de playa la pasábamos muy bien. Hacíamos vida con toda la familia; a mi papá le encantaba que fuéramos de excursión. El vínculo de él con Yucatán era importante. Gracias a ese lazo, nos enseñó mucho sobre la gastronomía”.

Barbachano Ponce estudió en la Facultad de Derecho y en la Facultad de Filosofía y Letras, ambas instituciones de la UNAM. Fue profesor en la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales (FCPyS) de la máxima casa de estudios, de 1971 hasta 2001.

Lilia Barbachano hace una pausa. En realidad, intenta reconstruir con nitidez el encuentro final con su padre.

“La última vez que lo vi nos comimos un helado. Nos abrazamos y bailamos. Pongamos música, le dije; mi papá reconocía todo. Era un melómano, era un niño maravilloso… Siempre lo recordaré en sus libros, a través de sus palabras e ideas, pero sobre todo como una higuera”, finalizó.