Yucatán

Trayectoria del Soneto en Cuba (5)

Luis Carlos Coto Mederos

Manuel de Zequeira y Arango

El Dr. Ramón Zambrana, médico, poeta e importante crítico literario cubano, lo considera como “uno de los mejores poetas que han escrito en versos castellanos” y reconoce en él todas las dotes del verdadero ingenio, y extraña que no se le coloque en el lugar que le corresponde; agregando, que “Cuba debe escribir con orgullo su nombre en la primera página de sus fastos literarios”, y que “los jóvenes que entre nosotros cultivan la poesía, deben leerle y aprender en él a imitar la hermosa y correcta dicción de los grandes ingenios, a sostener el estilo con la fuerza y la propiedad debidas y a engalanar sus cantos con ricas imágenes y bellezas de buen gusto”.

Son de notar los trazos de sus sonetos, donde a veces, aparecen sombreros con visos nublados, fanfarrones instigados por simples conjeturas, y hasta noveleros que entrelazan su calidad neblinosa con buques de marfil nevado.

1821

El petimetre

Un sombrero con visos de nublado,

ungirse con aroma el cutis bello,

recortarse a la Titus el cabello

y el cogote a manera de donado:

Un monte por patilla bien poblado,

donde pueda ocultarse un gran camello,

en mil varas de olán envuelto el cuello,

y en la oreja un pendiente atumbagado.

Un coturno por bota, inmenso sable,

ajustarse el calzón desde el sobaco,

costumbres sibaritas, rostro afable,

con Venus, tedio a Martes, gloria a Baco;

todo esto y mucho más es comparable

con la imagen novel de un currutaco.

1822

El avariento

De la diestra de Jove altitonante

sufrió el mundo la cólera inclemente;

Neptuno agitó el mar con su tridente,

y a la tierra asustó el noto arrogante:

De horror entristecióse el navegante,

y en su choza el pastor la lluvia siente;

pero Iris con sus franjas refulgentes

el consuelo y la paz trajo al instante:

Llenóse de verdor toda la tierra,

el mar mostró su furia más sumisa,

trinan las aves, saltan por la sierra

los corderos, y todo ostenta risa;

y sólo queda el avariento en guerra

cansado del tesoro que revisa.

1823

Los pesares de la ausencia

De dos tiernas amantes tortolillas,

cautivé con mis lazos una de ellas,

y la otra repitiendo sus querellas,

batió en mi seguimiento sus alillas;

cansada se volvió a las florecillas

donde antes disfrutaron horas bellas,

y acusando en su canto a las estrellas

no picaba la flor, ni las semillas.

Apiadado de verla en tal tristura

llevando su dolor de rama en rama,

a la otra desaté la ligadura:

Con que si de esta suerte, Nise, exclama

la tortolilla a quien ausencia apura,

¡qué hará sin verte el racional que te ama?

1824

Contra el amor

Huye Climene, deja los encantos

del amor, que no son sino dolores;

es una oculta sierpe entre las flores

cuyos silbos parecen dulces cantos:

Es un néctar que quema y da quebrantos,

es Vesubio que esconde sus ardores,

es delicia mezclada con rigores,

es jardín que se riega con los llantos:

Es del entendimiento laberinto

de entrada fácil y salida estrecha,

donde el más racional pierde su instinto:

Jamás mira su llama satisfecha,

y en fingiendo que está su ardor extinto,

es cuando más estrago hace su flecha.

1825

A la injusticia

Al tribunal de la injusticia un día

el mérito llegó desconsolado,

a la deidad rogándole postrado

lo que por sus hazañas merecía:

Treinta años de servicios exponía,

diez batallas, herido, acreditado,

volvió el rostro la diosa al desdichado

y dijo: no ha lugar, con voz impía.

Mostró luego el poder sus pretensiones,

y la ingrata a obsequiarlo se decide,

aunque oye impertinentes peticiones;

y cuando injusta al mérito despide,

al poder por razón de sus doblones,

la deidad decretó: como lo pide.

1826

La aparición del cometa

Nunca envidio la pluma de Cervantes,

ni del Argivo la sonora trompa,

ni el lauro de Colón por más que rompa

nuevos caminos a los navegantes.

No codicio los pinceles de Timantes,

aunque el tiempo sus tintes no corrompa,

ni de Alejandro la triunfante pompa,

ni el distinguido empleo de almirantes.

No apetezco ver los muros de la China,

ni conocer a Napoleón me inquieta

por más que suene en la inmortal bocina.

Otra cosa anhela mi pasión discreta,

y es que siempre me viera mi Corina

con la atención que el vulgo ve al cometa.