A sus 68 años de edad, don René Hernández Cordero dejó la ajetreada capital del país para pasar más tiempo con sus hijos, que residen en Mérida desde hace tiempo.
Con sus cinco hijos, ocho nietos y dos bisnietos, don René se considera pleno, aunque por la enfermedad del glaucoma ha dejado de ver casi por completo.
Pese a esta limitación, sus hijos lo califican como un padre amoroso, al pendiente de sus problemas para dar un consejo en el momento necesario que los impulse a no dejarse caer, seguir con sus metas y, sobre todo, que valoren a sus familias.
Don René recuerda que desde los 17 años se enamoró del amor de su vida, de doña Guadalupe Escobar Martínez, y fruto de esa relación nació su primer hijo varón, que lo impulsó a buscar cualquier trabajo para poder mantenerlos y que no pasaran ningún tipo de precariedad.
Oficio peligroso
Su primer empleo fue como albañil, oficio de su padre; no le gustaba porque sentía que podía conseguir otro mejor remunerado; luego fue vendedor de ollas de casa en casa, empacador de bolsas en una fábrica y finalmente chofer de una pipa de gas.
A pesar de ser un oficio de alto riesgo, don René tuvo leves percances viales; le agradece al Creador porque durante sus 28 años de trabajo supo y presenció incendios de pipas en los que fallecieron algunos de sus compañeros.
Siempre pendiente de usar su uniforme completo, don René salía de su casa poco antes de las seis de la mañana para surtir a empresas, cocinas económicas, departamentos, condominios y residencias.
Resaltó que con su oficio de chofer pudo mantener y darles una vivienda digna a sus cinco hijos y a su esposa, pero sobre todo el ejemplo de un papá responsable, trabajador, que a pesar de estar mucho tiempo fuera de casa, siempre buscó un espacio para atender a sus hijos.
El entrevistado recuerda que, en una ocasión, uno de sus hijos tuvo un problema con la marihuana; él se dio cuenta inmediatamente que a su hijo le pasaba algo porque lo veía distraído, divagante y constantemente tenía los ojos dilatados y rojos.
“Ese día platique con él, me confesó su adicción y juntos salimos de ese problema, en el que muchos de los jóvenes se pierden o terminan muertos”, señaló.
Vienen a Mérida
Pasaron los años, los hijos crecieron y después de jubilarse, don René y su esposa se quedaron solos y lejos de sus hijos, por lo que decidieron vender y regalar todo lo que tenían en la Ciudad de México para venirse a vivir a la Ciudad Blanca, donde siempre hay buen clima, seguridad y donde radican actualmente tres de sus hijos.
Durante sus cuatro años de estancia en Mérida, en ningún momento se han olvidado de sus hijos, nueras, nietos y bisnietos que aún radican en la metrópoli; con la ayuda de su esposa les llama, platica con ellos y corrobora que todo esté en orden.
A pesar de la creencia de que a los “chilangos”, como se les llama a los habitantes de la capital del país, no les gusta la comida yucateca, a don René le encanta comer frijol con puerco, tacos de lechón, cochinita pibil y chicharra, aunque no lo hace muy seguido.
Antes del COVID, le gustaba ir a remojar los pies al mar, sentarse a disfrutar la brisa y comer pescado frito; en Mérida acudía habitualmente a las vaquerías de la Plaza Grande y a las serenatas de Santa Lucía.
Ahora, como es una persona mayor vulnerable al COVID y no puede salir de casa, se distrae escuchando las noticias todas las mañanas, reflexiona junto con su esposa sobre la palabra de Dios y platican sobre temas de la vida cotidiana.
Nuestro entrevistado tiene diabetes e hipertensión, que mantiene en constante vigilancia; sin embargo, una de las medicinas (Piogitazona) que necesita no se la proporciona el IMSS, por lo que tiene que comprarla en la farmacia y con su jubilación no le alcanza, de manera que tiene que pedir prestado para poder adquirirla.
Bodas de oro
A unos meses de cumplir 50 años de casados, don René se considera una persona afortunada porque gracias a su esfuerzo logró sacar a sus hijos adelante.
Exhorta a los nuevos papás a preocuparse y esforzarse más por sus hijos que en banalidades.
“Si amas a tu hijo, ámalo, quiérelo, escúchalo, valóralo, guíalo, enséñale las cosas con el ejemplo, de manera honesta, porque de esa manera cuando no se esté en este mundo, habrás sembrado una semilla fértil, en su pensamiento y corazón”, finalizó.
(Melly Manzanero)