Cuentan que una epidemia de viruela obligó a sus habitantes a huir antes de morir como ya había sucedido con otros trabajadores que quedaron sepultados en la hacienda Misnebalam, pero las almas en pena son las que no descansan en paz, pues en las noches hay quienes aseguran que han escuchado ruidos extraños y visto luces sobre las veredas.
Al frente y a los costados hay pequeñas viviendas abandonadas, llenas de yerbas, y una construcción donde se oficiaron misas, pero otros hablan de ceremonias en las que hombres y mujeres encapuchados y con grandes cruces en sus vestimentas, sacrificaban animales en honor a los dioses.
Se trata de la ex hacienda bautizada como “El Pueblo Fantasma”, perteneciente al municipio de Progreso, que colinda con Xcunyá, comisaría de Mérida.
Su fachada rodeada de grandes y frondosos árboles que mecen sus ramas con un viento suave y fresco, permiten interpretar diferentes opiniones sobre este lugar del que turistas internacionales y visitantes del interior del país han visitado a través de los tours en bicicleta por las noches, y llevan a sus lugares de origen lo que sus guías les cuentan. Los pájaros vuelan entre las hojas, anunciando la presencia de alguien, como si supieran que no se pueden acercar demasiado y desde lo lejos observan.
Desde una reja de madera y piedra se puede ver al interior para diferentes puntos, la Casa Grande donde vivían los patrones y las áreas donde trabajaban las máquinas de lo que un día fue la riqueza henequenera. Una cruz de madera al centro del patio más grande anuncia que ahí es Misnebalam, al que bautizaron como “Pueblo Fantasma”.
Sacrificios
“A mí me tocó ver gente encapuchada dentro de la mera casa, sacrificaban animales, yo tenía 16 años de edad, por ahí cruzaba para ir al pueblo de Sac Nicté”, dijo Emanuel Collí a POR ESTO! Ahora es guía de turistas.
Esas actividades claro está que se desarrollaron cuando ya la gente se había ido del pueblo.
“Nadie sabe por qué se fue la gente, de la nada se empezó a quitar de ese lugar y a raíz de eso muchas historias se empezaron a generar sobre la hacienda, hablan de un monje, de los aluxes, sectas; a veces me da miedo, en ocasiones percibo la mala vibra, yo acostumbro a ir solo a ese lugar en las noches para vigilar que no llegue gente borracha y haga destrozos, pido permiso cuando voy a llevar a un grupo de personas, pero también me han pegado mi sustito, me quedo en las primeras habitaciones y me quito a las dos o tres de la mañana, pero a veces apenas voy llegando a la hacienda y tengo presentimientos fuertes, me invade el suspenso y mejor me retiro porque ellos (los espíritus o almas en pena) no quieren que yo entre”, agrega.
Luz grande
De pronto Feliciano Chi Dzul detiene la marcha de su bicicleta, entra en la plática y afirma que sí le ha tocado ver una luz grande en las veredas, pasadas las ocho de la noche cuando está completamente oscuro, pero ese es el único camino para llegar a su casa.
“La gente abandonó el pueblo porque hubo una epidemia de viruela, mucha gente se murió y otros mejor escaparon dejando todo, pero también en el camino de Misnebalam hay una luz que sale, yo lo vi, estaba parado y al ver la luz me hice a la orilla porque pensé que era una moto con su luz grandota y cuando volteé de nuevo ya había desaparecido, es como del reflector de una moto, pero no hace ruido”, dice este hombre indígena.
A lo lejos aparece un hombre pedaleando su bicicleta y al ver al reportero y al fotógrafo detiene su marcha y pregunta quiénes somos. Al saber el motivo de nuestra presencia, afirmó que todos los días, a sus 80 años de edad, va y regresa a trabajar en su tierra y también le ha tocado ver la citada luz.
Busca su dinero
“Sí es cierto, aquí sale en el camino que lleva a Xcunyá, cuando te das cuenta ya pasó adelante, es un foco grande”, dijo este ancianito. Y agrega que “puede ser un alma que busca su dinero porque antes lo guardaban en los cántaros y cuando mueren regresan a buscarlo”, señaló don Felipe Chi Zetina.
Sin embargo, don Gustavo Euán dice que tiene toda su vida trabajando sus tierras ejidales a espaldas de la hacienda mencionada, pero nunca lo ha espantado.
“Eso dicen que espantan, pero yo tengo casi toda mi vida trabajando en mi terreno ejidal y nunca me han espantado, yo recuerdo esa hacienda que tenía su casa principal, su restaurante, sus piscinas, pero ya todo está muy deteriorado, hay como 50 casas que eran de los trabajadores, se abandonó cuando empezaron a salir las fibras sintéticas, ya a los patrones no les convenía y los trabajadores mejor se fueron para no morirse de hambre”.
Esta misma versión la reforzó don Plácido Chi Dzul, un hombre de mediana estatura que viste ropa sudada y sucia por el trabajo del campo del que regresaba a las 12 del día, aproximadamente. Porque él trabajo desde que tenía 15 años de edad, ahora cuenta con 80 años.
“Yo trabajé muchos años, desde que tenía 15, lo hice en el tren de raspa, tender sosquil, hacer pacas, de bagacero, etc., pero se fue la patrona Dianely Márquez porque el escribiente se robó todo el dinero, entonces, la patrona no tenía dinero para pagarle a la gente y les dijo a todos que ya mejor buscaran en otro lado, aunque hubo quienes murieron ahí, pero de hambre porque no había dinero, dejaron de pagar y la hacienda se quedó abandonada, también las casas están abandonadas, ahora es puro monte, más bien están viviendo estudiantes, quién sabe qué quieren hacer”, dijo este campesino al Por Esto!.
Puro mito o mitote
Sin embargo, para él la versión de que ahí espantan es puro mito.
“Nada de eso, también había un vigilante que igual no le pagaban y mejor se quitó y se vino a Sac Nicté con una señora y acá trabajó, pero no es cierto que espantan o que salen los aluxes, al menos yo voy y vengo y nunca me han asustado, será que yo no creo en eso”.
Finalmente doña Adimaría Mena recordó que, a sus 10 años de edad, ya echaba tortillas para vender con su mamá a los que jugaban béisbol en este pueblo de Misnebalam.
“Yo tengo 67 años y cuando tenía 10 yo iba a tortear empanadas, panuchos, de todo porque iban mucho a jugar béisbol, llenaba la piscina y en temporada sembrábamos chile y tomate, y también me acuerdo del patrón Paulino y la gente se empezó a ir porque decían que los espantaban, sobre todo cuando pasaban por la máquina desfibradora, es un misterio porque da miedo, se escuchan ruidos, te tiran piedras, si dejas un jugo o agua te la tiran”, concluyó esta señora.
Por José Luis Díaz Pérez