Madres, abuelas y algunas otras, que engendraron por elección, llegan todos los días al mercado Lucas de Gálvez desde Kanasín para vender sus frutas y verduras, un legado que ni la pandemia provocada por el COVID-19 vence su temple.
Un legado, la compra y venta de verduras
En uno de los pasillos del mercado Lucas de Gálvez, se encuentra el puesto de Martha Can Bass, mientras pela los racimos de espelón, seguramente piensa en su madre, quien le enseñó cómo ofertar todo tipo de alimentos cuando ella tenía 8 años de edad. En entrevista, Martha compartió que su madre ya no está desde hace más de 20 años, pero es gracias a ella y su ejemplo que continúa con este oficio.
Martha tiene 4 hijos (y 12 nietos) a quienes les enseñó la misma dinámica familiar, sin embargo, cada uno fue tomando otro rumbo.
Actualmente su ganancia al día es de 100 a 150 pesos diarios. De esa ganancia sale para el almuerzo de ella y su esposo, que va de los 60 a 100 pesos y su pasaje por el cual paga 15 pesos (ida y vuelta).
Para poder vender paga una cuota semanal de 150 pesos y para conservar su mercancía en una bodega paga 200 pesos al mes.
Con la llegada del coronavirus Martha dejó de acudir al mercado y hace dos meses retomó su rutina de siempre, “fue difícil, no se vendía casi nada, se echaba a perder la mercancía, no salía ni para la comida, pero seguimos acá, salga o no la venta”, dijo. Martha compra sus productos según sea lo que está en temporada. Ahora en mayo ofrece, naranja agría, calabaza, limones, chile habanero, espelón y otros, siempre y cuando sus ingresos le permitan hacer la inversión, ya que si se sale de su presupuesto no la compra.
Al cuestionarle si sus hijos la apoyan económicamente, asegura que su situación tampoco es fácil porque también tienen familia, “a uno le dieron de baja en el trabajo y apenas se está recuperando. Tiene dos niñas, entonces, yo no puedo decirle, que me mantenga, porque si le digo eso, en boca de mis nietos se lo estoy quitando. Ellos están viendo cómo sacar adelante a su familia, como yo saqué a la mía”, compartió.
La adversidad es una constante en su núcleo familiar, ahora, está apoyando a su hija, pues su yerno tuvo un accidente que le ocasionó perder el pie y al estar incapacitado no puede trabajar ni tampoco buscar un empleo. En el caso de su cuñado, dijo que está al borde de la muerte a causa del coronavirus, enfermedad que, en su caso, si logró vencer a pesar de la diabetes que padece. “Estuve aislada mes y medio, me dieron todos los síntomas pero salí de ello gracias a remedios caseros”, dijo.
No hay tiempo para festejos
Desde que su madre falleció asegura que ya no hay tiempo para celebrar el Día de las Madres. “Cuando vivía mi mamá, dejábamos un día y nos reuníamos todos los hermanos, pero pues ahorita con esta situación, no nos podemos dar el lujo de festejar, pero, gracias a Dios con mis hijos, es como si todos los días fuera el Día de la Madre, por como convivo con ellos”, finalizó.
Madre por elección
Rosa Puch también vive en Kanasín y hace unos meses retomó sus idas y venidas al mercado Lucas de Gálvez, ella paga 200 pesos semanales para tener un espacio en donde ofertar sus productos, los cuales cosecha en su casa.“Hay días que, si hay venta, otros que está muy bajo, pero no tanto. Los fines de semana y quincena se vende más”, dijo, mientras ofrecía ciruelas, limones. Naranja agría, chile habanero, cilantro, epazote, zapote y hierba buena. Su ganancia al día dijo, varía entre los 150 y 200 pesos diarios Ella es soltera, pero compartió que tuvo la dicha de crecer a cuatro niños que ahora ya son adultos y tienen su propia familia.
‘No me gustan las fotos’
Con el ajetreo común, de quien llega tarde a trabajar, cerca de las 12:00 horas, en el mercado Lucas de Gálvez, bajó de un taxi una señora oriunda de Kanasín de unos 75 años de edad, con visible dificultad para caminar. Tenía un bastón en una mano como apoyo y en la otra sostenía una cubeta que utiliza para sentarse mientras vende dulces, ciruelas, cigarros, pepitas y cacahuates. Todos los días toma un taxi desde Kanasín hacia el mercado, ya que, por su condición, se le complica usar el transporte público. El conductor en turno, la ayuda a subir y bajar sus productos. Al ser fotografiada confesó que no le gusta ser captada por una cámara. “No me gustan las fotos, nunca me han gustado, mis hijos se molestan porque luego quieren tomarme, pero no me gustan”. Pero, si no se deja tomar fotos, ¿cómo la van a recordar?, se le cuestionó, a lo que ella atinó a decir: “Eso sí, ¿verdad?, pero, tengo muchas fotos de joven, ellos las tienen guardadas, con esas”.