Campeche

Víctor Salas

Como si el bolero tuviera olor vaginal, Jaime Camarena inicia su obra coreográfica, Código Bolero, con un personaje genuflecto concentrado en la pelvis de una mujer. Es una imagen estática y prolongada teatralmente, como si quisiera obviarla para imprimirla en la memoria del espectador. La ruptura surge al conectar esa imagen con la voz de un locutor que hace, como los de antaño, sonidos guturales que despertaban la imaginación de los radioescuchas.

A partir de ese momento entre medio de comunicación y escenas coreográficas quedan yuxtapuestas, creando en la audiencia el ludismo imaginativo, tal como era la realidad del siglo XX, cuando el único medio de entretenimiento masivo era las estaciones radiofónicas.

Corren las escenas y las voces de adorados cantantes como Daniel santos, Olga Guillot, Benny Moré, Bola de Nieve y los textos del Himno Nacional.

Los intérpretes y ejecutantes de A POC A POC, tienen plasmado en sus figuras, el estilo muy propio de su director, Jaime Camarena, estilo que reproduce en gran medida las formas musicales del bolero, al que adereza con plásticas relacionadas con la obra de Elena Carrington.

Los intérpretes hacen, además, Fonomímica, y de la buena. Lo hacen con una excelente banda sonora. Como parte de ellos, hay un excelente pianista y el locutor resulta ser el perfecto animador de miles de almas desconocidas.

La iluminación, diseñada a partir de unas luces colgantes que trazan caminos y senderos aéreos, por su baja luminosidad nos sugieren aquellas que hubo antes de la aparición de la luz mercurial.

El círculo se va cerrando. La unidad de los logros teatrales se afianza en el gusto y sentir de la audiencia, que se dejan subyugar por aquella música que formó parte intrínseca de su vida, esa que se cocía con las letras de los boleros.

Surge una dicotomía interesante porque a la gente de edad avanzada se le hace revivir sus tiempos de juventud y a los jóvenes actuales se les enfrenta a un género musical, que con seguridad desconocen, pero que las ha de gustar. Luismi, ya había puesto su granito de arena para ello.

Cuando un coreógrafo contemporáneo finca su creatividad en música como tal, lo retro se aviva, rechina y reluce. Sale con fuerza nueva a la palestra del sentimiento de las masas.

Jaime, quizá, de manera involuntaria, rinde tributo a mucha gente que anduvo los senderos que hoy, él, transita. Su obra podría ser, con generosidad, un tributo al Ballet Contemporáneo de Francia, que fue la primera compañía del siglo XX, que uso voces radiofónicas ante la audiencia mexica. Lo mismo hace con Alejandro Jodorowski y su Así Hablaba Zaratrusta, a Bob Fose, Raúl Flores Canelo, Nelly Happey, Michelle Descombey, Alvin Ailey, Liza Minelly y hasta a Bournonville, quien en una obra, hace una genial pantomima a un instrumento musical. No es nada adversa esa realidad, si lo fuera; por el contrario, es el necesario resultado de un cúmulo de experiencias intelectuales y culturales.

También es plausible, que Jaime, viniendo de formación en el ballet académico, al asumir el contemporáneo como modo de expresión, no se halla colgado de la técnica de Graham o de los grandes del siglo XX, para lograr integrar un lenguaje coreográfico. Es importante hacer un discurso nuevo con cada obra nueva; pero lo fundamental es hacerlo con la propia kinesis, con las alas del alma particular, con las fumarolas que brotan en cabeza.

Al público campechano (tan conservador), le encantó la obra, al aplaudió sin resquemores ni reticencias.

La presentación de EN CODIGO BOLERO LA DULCE LIMERENCIA, se hizo como parte de las presentaciones del Festival Internacional del Centro Histórico en el que están comprometidos el Gobierno de Campeche y la Secretaria de Cultura del estado de Campeche.