Eudaldo Chávez Molina ¡Crónicas del T`nab!
“Madre: la palabra más bella pronunciada por el ser humano”
- Kahil Gibrán
El amor de una Madre es la expresión más pura de la presencia de Dios sobre la tierra, es el sentimiento que mueve el mundo, es la razón de nuestra existencia, es el motivo de la vida. Es la gota de lluvia que refresca la memoria, es la palabra que se hace sonido y reactiva el alma. Madre es la palabra más bella pronunciada por un ser humano.
El amor de una Madre es la manifestación más sincera del sentimiento humano, es la mujer que nos da todo sin pedirnos nada. Es el amor que nace en el amor, el amor que nace en el santuario de su vientre para no morir nunca. Madre es la palabra más excelsa y divina que un niño pueda pronunciar en el amanecer de su existencia.
Madre es la luz que se dispersa en el camino de la verdad, es la expresión mística de un amor que se gesta en la cuna y que trasciende los siglos de los siglos. Es la mujer que tiene la misión concedida por gracia de Dios, para que en su nombre se perpetúe la especie humana con su fruto divino.
En nombre de este inmenso amor, podemos decir que existen muchas cosas que cambian en la vida y otras que con el paso del tiempo no cambian nunca. Ese es el don divino en la gestación del amor de una Madre. El sentimiento que no cambia, es siempre perenne.
La generación de mis abuelos empezó en el campo, en caminos sinuosos y accidentados, a veces intransitables. Sus huellas se quedaron impregnadas en el lodo que conduce a la milpa, a veces con carretas y caballos, y terminó entre en el maíz, las abejas y la miel. Caminantes haciendo camino al andar.
Peregrinos de la vida en busca de luz, en busca de dioses con quien platicar. Mi madre precursora de la luz de cada mañana, compañera de mi Padre, obreros de los alimentos sagrados, santiguadores del elote fresco en ofrenda a los Creadores del Popol Vuh.
Hay otras cosas que no cambian. Las flores siguen anunciando la primavera y alegrando los corazones. Y entre las flores va mi Madre llevando el sol entre sus manos. Mi Madre y mi abuelita amaban mucho las flores, la ruda y el incienso, el rezo y el Credo. Como los primeros creyentes expresaron en el Credo Apostólico (las primeras formas escritas 200 años d.C.) sigue siendo la base de la fe de los cristianos de hoy.
Vientos de doctrinas van y vienen, pero este Credo de una Madre, tan genuino y sentimental, no ha cambiado en casi 2,000 años. Hay cosas, algunas pequeñas y otras trascendentes que no cambian, son huellas que marcan para siempre la vida de los seres humanos. Así como el amor de una Madre marca de por vida el amor a los hijos.
Hay cosas que hemos considerado de suma importancia que hoy se encuentran bajo ataque. Uno de los más significativos es la familia. ¿En qué consiste una familia? ¿Cuán importante es la familia para una sociedad? Y, ¿ser mamá? ¿Es importante? ¿Cuán importante? Dios me regaló este Credo para las Madres. Representa la filosofía de la generación de mi madre.
Creo que este Credo expresa convicciones que hablan a las madres de hoy, tanto como nos habló a todos nosotros como sus hijos, cuando éramos pequeños y estaba en la plenitud de su amor de Madre, en el tiempo de dar amor hasta que duela.
Mi auto de fe. Credo a
mi Madre Doña Agustina
Creo en el amor de mi Madre, porque es la representación de Dios sobre la tierra. Creo en sus palabras porque son la oración cotidiana para cantar las obras maravillosas del Creador. Creo en la extensión de su mano franca y sincera que nunca me abandona. Creo en su rostro bañado con lluvia fresca y sublime que derrama la luz con su mirada.
Creo en su mirada tierna derretida de miel y apaciguada calma. Creo en el aletear de sus manos que como pájaros se posan sobre su corazón para implorarle a Dios protección para sus hijos.
Creo en la inmortalidad de mi Madre y en su resurrección en el día de la fiesta eterna. Creo en su voz que reza la oración de la mañana. Creo en su inmenso amor que nunca termina. Creo en la vida eterna de mi Madre que a diario está en todas partes y me sigue como una sombra de luz.
Creo en mi Madre como el regalo más precioso del cielo en la tierra. Creo que como los niños tienen almas inmortales, creados a la imagen de Dios. Creo en la luz de cada amanecer porque trae en sus rayos la esencia del espíritu de la fragancia de mi Madre. Creo en el canto de los pájaros porque recrea la voz de mi Madre.
Creo en la gestación de la aurora que emerge sobre la luz de la mañana y, con su nacimiento, renace en su esplendor la imagen de mi Madre. Creo en el verdor de la selva porque me trae la esperanza de volver al pasado para recordar la vida.
Creo en la inocencia de todos los niños porque llevan en su sonrisa una flor para mi Madre. Creo en la brillantez del sol porque en su luz refleja la imagen de mi Madre. Creo en la vida porque a diario me recuerda que vivo por la gracia de Dios. Creo en el sonido sacro porque su música es el coro celestial que entroniza a mi Madre.
Creo en la importancia de dar libertad al amor en vez de reprimirlo. Creo en la importancia de inspirar al niño a escoger lo bueno, la verdad y lo hermoso. Creo en contribuir a la felicidad de otros con palabras y consejos. Creo que en todas estas acciones, el ejemplo cuenta más que los preceptos.
Creo en la sangre que corre por mis venas, porque en ese torrente sagrado se recrea la obra maravillosa de Dios, legado de mi Madre y de mi Padre. Creo en el perdón humano porque es un bálsamo que libera el alma de los oprimidos.
Creo en la bondad de Dios porque es un valor que se repite en la vida de mi Madre. Creo en la luz porque es un camino que ilumina mi sendero, cuando voy de la mano de mi Madre.
Padre, creo en ti, porque me diste a la Madre más hermosa, bendita y generosa que haya vivido en este mundo que creaste. Creo en el poder de tu creación omnipotente, porque gracias a tu misericordia estoy aquí. Creo en el poder del omnipotente porque gracias a su milagro tengo la vida.
Creo en la importancia de cultivar el intelecto y la voluntad, pero creo también en cultivar el alma y que, de esta cultivación, brote una vida abundante, llevando el fruto del espíritu, bondad, gentileza, gozo, paz, verdad esperanza, fe, amor, reverencia para Dios, respeto para la edad, consideración los unos a los otros y solicitud para todas las criaturas humildes de Dios.
Creo que el llamado a ser Madre es la más sagrada y debe ser la más feliz de todas las tareas del mundo. Creo que Cristo, quien una vez era niño, nacido de una Madre humana, es la única fuente de ayuda que nunca falla para una Madre perpleja, desanimada o cansada. Como a este trabajo me has llamado, Padre, ayúdame a dar todo lo que me has dado de comprensión, sabiduría, fuerza, amor, gentileza, paciencia y perdón.
Este es el Credo a mi Madre, mi auto de fe que ratifica mi gratitud y mi oración perenne por los siglos de los siglos. Amor y salud a todas las madres, a mi esposa, a mis hermanas, que tienen el don de y el privilegio de la maternidad, y a todas las mujeres que existen en este mundo. Aquí en la tierra como en el cielo. Felicidades por siempre.