Edgar Rodríguez CiméAl pintor Eduardo Ortegón (+), por mofarse de los exquisitos
“¡Brindemos por un laurel para las sienes de Apolo, el mejor bardo de estos lares, quien vino a elevar la poesía para superar tendencias literarias y métricas obsoletas!”, anunció su alter ego, Adonis, levantando su “flauta” de champagne.
La selecta concurrencia: algunos arquitectos, bailarines, dos tres gentes de teatro y todos los miembros del Club de Escritores hizo lo mismo entre vítores al vate premiado. Los meseros, vestidos elegantemente, se apresuraron –ante el tronar de los dedos del galardonado– a escanciar de nuevo las copas.
El lujoso bar de caoba del anfitrión ostentaba su selecta variedad: vino Luis XV, whisky Johnny Walker (Reserva Especial), vodka Zar Nicolás, coñac Don Perignon y tequila Viuda de Romero. Nada de cervezas y ron, porque eso era para “paladares de la gente vulgar”; de “nacos, chairos y huiros”, acostumbraban decir.
Apolo contempló orgulloso la mesa, haciendo gala de su ambrosía: camarones de exportación, langosta a la Thermidor, lomo canadiense, soufflé, caracoles en su cáscara, foie gras, pavo envinado, queso gruyer, aceitunas negras, bombones Ferrero Rocher…, todo, con dinero público.
Apolo y Adonis eran un par de exquisitos. Se decían –mirándose al espejo, cual Narcisos– “los mejores poetas de su tierra”. Se envanecían de ser “ganadores de becas, premios y bienales”, así como de conformar la “vanguardia” de la literatura contemporánea. Y todos les creían.
Entre los cientos y cientos de volúmenes de sus bibliotecas, se jactaban de releer, porque “leer” era para la gente común y corriente, a Platón, Virgilio, Petrarca, Voltaire, Tagore, Elliot, Rilke, John Perse, Borges, Paz, y otros grandes, de quienes decían “no estar tan lejos de su altura”.
“¿Cómo ves el ambiente, Adonis?”, inquirió el festejado a su excelso compañero de letras. El otro, pavoneándose, respondió: “Sublime, no se compara a las bacanales de los pintores, llenas de vulgaridades, falenas diletantes, y hedores de marihuana”.
El Club de Escritores estaba bajo su égida, por lo cual fungían como la creme de la creme, y siempre eran los elegidos en presentaciones de libros, conferencias y cursos, lo que les aportaba jugosas retribuciones y canonjías; lo cual, junto con sus respectivos sueldos de sus dos y tres empleos, les permitía un nivel de vida de primera.
Al ser reconocidos como non plus ultra de la poesía local, avalados con la “bendición”, tanto de la Dirección de Cultura como de la Rectoría de la Universidad, eran maestros-asesores de talleres literarios habidos y por haber.
Además, gracias a su aureola de “poetas más premiados”, acaparaban las páginas de las revistas literarias de la Dirección de Cultura, de la Universidad, y del Instituto de la Juventud, aparte de encabezar los consejos editoriales de las mismas.
Ambos habían obtenido las becas de “Jóvenes Escritores”, y luego “Escritores con Trayectoria”, en varias ocasiones. Un año, uno, y el siguiente, el otro. Los dos, también, ocuparon el cargo de “asesores en Letras” en el consejo artístico de la Dirección de Cultura. De igual modo, habían figurado como “directores de Literatura” de la misma.
Este “dúo dinámico”, igualmente poseía varios premios nacionales de poesía de diversos estados del país, aunque no fueran de los más prestigiados: Baja California, Campeche, Durango, Tabasco, Zacatecas. Sumado a reconocimientos, diplomas, menciones honoríficas, y hasta un “Honoris Causa” de la Universidad de Valladolid…, Yucatán.
La fiesta-celebración, después de su apogeo, entró a su fase final. La música se había mutado: de Bach, Vivaldi, y Stockhausen, a los pianos de Di Blasio y Yanning, para aterrizar con Don Omar y DaddyYankee.
Los ampulosos vates se habían quitado la corbata de moño, uno, y aflojado el nudo, el otro. Los invitados, un poco desaliñados, habían hecho a un lado el glamur de los cubiertos y comenzaban a meterle mano directamente a los saldos de camarones, pavo o langosta.
Ya medio pedos por los vapores de los licores, los egregios rapsodas comenzaron a darle rienda suelta a su ego:
“Ahora el único lauro que le falta a mi colección es el ‘Excelso Premio de Literatura’, otorgado a los grandes maestros. Creo me lo merezco”, soltó Apolo.
“Lo merecemos, aunque seamos un poco jóvenes”, desenvainó petulante Adonis.
“Si tú aún no crees merecerlo, quizá tengas razón; pero yo me encuentro en plena madurez de mi numen”, replicó, en un duelo de egos, Apolo.
“Bueno, creo que tienes razón: lo merecemos”, puntualizó el otro.
Al fin y al cabo, el método para obtenerlo podía ser el mismo de siempre: apoyarse en los jurados de la capital del país, con quienes “amarraban” becas y premios. Para algo les conseguían pasajes aéreos, hospedajes en los mejores hoteles y excelentes viáticos para pasársela de lujo en su llegada a la provincia. A qué escritor no le interesa venir a pasar unos días en calidad de “turista cultural” con el paquete VTP (viaje todo pagado), incluido paseos a la playa o sitios arqueológicos, y francachelas en antros y lupanares V.I.P.
Pero para Apolo había un obstáculo: la convocatoria del “Excelso Premio de Literatura” prohibía la participación de funcionarios culturales, y él era en esos momentos el flamante director de Literatura, lo cual dejaba listo el terreno para que tan ilustre reconocimiento lo recibiera su alter ego, Adonis, quien, para variar, había recibido el honor de bautizar con su nombre el recién instituido premio literario del Instituto de la Juventud, del nuevo gobierno conservador, aun cuando fue precisamente él quien se encargó de recabar las firmas de todos los miembros del Club de Escritores en apoyo al anterior gobierno.
Blasonando de satisfacción ambos, al unísono propusieron brindar por el próximo laureado del “Excelso Premio de Literatura”. En el fondo, los dos se sentían ya dueños de tal distinción.
Los miembros del Club de Escritores, ya medios ebrios, alzaron sus vasos y exclamaron:
“¡Por el futuro recipiendario de tal reconocimiento!
“¡Por el mejor escritor de estas latitudes!
“¡Por el mejor poeta de esta tierra!”.
Mientras degustaba su Don Perignon, Adonis paladeaba anticipadamente su triunfo, ante el impedimento burocrático de Apolo. Entonces, comenzó a pensar cómo iba a disfrutar los $100, 000.00 del soberbio premio: las playas del Mediterráneo, París o la añorada Venecia.
Cuando tiempo después se enteró del laudo, y cómo le hizo su ilustre colega y “hermano de letras” para hacerse acreedor al “Excelso Premio de Literatura”, le dolió tanto que no pudo salir en meses de su prolongado autoencierro.
Apolo, con la astucia de Joseph Fouché, la exactitud de Pitágoras, y el estilo de Fantomas, “el ladrón elegante”, renunció a su puesto de director de Literatura un día antes de la fecha límite de la convocatoria, para poder recibir el codiciado premio, no sin antes haberse llevado las mejores obras de arte de la Colección “Pago en Especie” de creadores yucatecos y avecindados en estas lajas, en una operación “limpia” porque las pinturas no estaban inventariadas, algo así como que “no existían”, por lo que nadie las reclamaría.
edgarrodriguezcime@yahoo.com.mx
Colectivo cultual Felipa Poot Tzuc