Cultura

Pedro de la Hoz

Alfredo Diez Nieto entrará este jueves 25 de octubre en el selecto club de los centenarios. No todos los días alguien arriba a esa edad respetable, pero en el caso que nos ocupa se trata de un acontecimiento único por su significación. Diez Nieto no solo es el más longevo de los compositores cubanos en activo, sino también uno de los más relevantes. Y si al peso de su obra sumamos su sensible impronta en la pedagogía, tendremos el perfil de un ser humano imprescindible para la cultura cubana y latinoamericana por extensión.

Hace apenas unos meses entregó a la notable flautista Niurka González Núñez –esposa del trovador Silvio Rodríguez– una sonata para ese instrumento, estrenada el año pasado en la Casa de las Américas. Por estos días recibió la buena nueva de que el documental sobre su vida y obra, Sinfonía cubana, coproducción de la Egrem, la Fundación Colarte Café y Coda Factory dirigida por el realizador Eddy Cardoza y el músico colombiano, formado en La Habana, Marius Díaz, mereció un Premio Especial en Cubadisco 2018. Con la proyección del filme la Greenwich House de la Escuela de Música de Nueva York celebra esta semana el siglo de vida del maestro.

Mucho le agradó que Zenaida Romeu volviera este octubre sobre los pasos del Quinteto para cuerdas con la Camerata en la Basílica de San Francisco. Arropado por los fuertes acordes de Cimarrón, pieza para piano que regaló al poeta, Miguel Barnet calificó a Diez Nieto como una ceiba frondosa.

Ciertamente, la vista ha comenzado a fallarle a Alfredo, pero no el ímpetu creador. Se apresta a participar en el homenaje que durante los primeros once días de noviembre le dedicará el Festival de La Habana de Música Contemporánea, de la Uneac, que evocará también las figuras centenarias de Argeliers León (1918-1991) y Harold Gramatges (1918-2008).

Y se entusiasma ante la grabación por parte de Producciones Colibrí de un disco con sus cuartetos, interpretados por jóvenes instrumentistas, bajo la dirección musical del maestro Ulises Hernández, y el próximo estreno –¡al fin!– de su Tercera sinfonía, partitura en la que trabaja el maestro Enrique Pérez Mesa, titular de la Orquesta Sinfónica Nacional. No pierde la esperanza de escuchar el Concierto para piano y orquesta, que escribió para Jorge Luis Prats.

Alfredo es un emblema de la identidad musical cubana. Comenzó sus estudios de música en el Conservatorio Iranzo, en el cual tomó cursos de solfeo, piano, historia de la música, contrapunto, fuga, composición, orquestación y pedagogía. Completó su formación en la prestigiosa Julliard School of Music de Nueva York (Estados Unidos), donde fue alumno de notables maestros: Edward Steuermann, en piano; Bernard Wagenaar, en composición, y Fritz Mahler en dirección de orquesta.

Siguió la ruta abierta por Alejandro García Caturla y Amadeo Roldán en las primeras décadas del siglo pasado, pero desarrolló sus propias convicciones. Emergen con frecuencia referencias al legado rítmico aportado por los africanos arrancados de sus tierras para ser esclavizados en la isla. Sin embargo, no se vale de citas folclóricas. Es un creador original, asistido por una disciplina rigurosa en cuanto al dominio de los aspectos discursivos y estructurales del arte de componer.

No ha cedido jamás un milímetro en esa concepción: “Me pongo a escribir y según el sentimiento, el estado anímico, así es el resultado. Soy una especie de receptor de lo que está en el ambiente. Eso sí, la composición lleva implícito un mensaje. Quien lo escuche puede o no asimilarlo, pero cada obra implica un pensamiento, y pretende comunicar una emoción. Aquella que no lo contenga es música muerta”.

En el piano fue avanzando desde formas menos complejas, mas no por ello menos ricas en contenidos propios. En la década de los 40 escribió una apreciable Tocata y el muy imaginativo Capricho no. 1 para dos pianos. Una y otra vez, en los años subsiguientes, volvió al teclado, hasta que en 1978 plasmó su Gran sonata y en 1987 la Sonata no. 2.

Al grabarla para el disco Capricho cubano, con la que el sello Producciones Colibrí reunió en 2012 parte de la obra de cámara de Diez Nieto, el pianista Leonardo Gell calificó la Gran sonata como “la obra cubana más compleja y tremenda de las de su tipo en nuestra pianística contemporánea”. Jhany Lara Iser, en la monografía Sonatas cubanas para piano: patrimonio musical de la Gran Cuenca del Caribe (2010), precisa cómo se revela tanto en esa obra como en la Sonata no. 2, una “solidez fundamentada por el conocimiento de las grandes obras del pasado”. Sin embargo puntualiza que esto no debe verse como una filiación tradicionalista, pues “lleva sus ideas en el curso de esta forma musical con un estilo muy personal, tomando como fuente inagotable el elemento folclórico de raíces cubanas”.

De la generosidad de Alfredo hablan los años consagrados, en compañía de otro grande, Odilio Urfé, al Instituto Musical de Investigaciones Folclóricas, en la antigua iglesia de Paula, y a la Orquesta Popular de Conciertos, en la que decenas de instrumentistas pertenecientes en su mayoría a agrupaciones de música de baile, montaron partituras de Bach, Vivaldi, Handel, Mozart, Beethoven, Mendelssohn, Debussy y autores cubanos. El atril de concertino fue ocupado por Rafael Lay, director de la orquesta Aragón.

Su casa siempre está abierta para los jóvenes. Alfredo vive la música cada día con idéntica pasión. ¿Hasta cuándo? “No sé –responde–, son muchos años pero si de algo me siento orgulloso es de haber sido lo que he querido ser”.