Conrado Roche Reyes
Desde la fortificada Cueva de los Portales, en Pinar del Río, durante la Crisis de Octubre, surge una instrucción a un oficial que refleja el estado de ánimo y la disposición de lucha. “Ve a La Habana y trae seis juegos de ajedrez de madera que no sabemos cuánto va a durar la guerra”.
La orden proviene del legendario Ernesto Che Guevara, quien en ese octubre de 1961 tenía asignado en esa gruta su puesto de mando en conflicto que puso a temblar al mundo. El revolucionario de origen argentino, pero cubano por sentimiento, quien desempeñó un papel clave en la caída del dictador Fulgencio Batista y el ascenso del Comandante Fidel Castro Ruz, era un consumado combatiente del tablero.
Son muchos los que ignoran que el Che fue un fuerte ajedrecista y más quienes no saben que quedó prendado del juego ciencia desde muy temprana edad, a los diez años, por conducto de su padre.
Desde esa misma cueva, Ernesto Guevara de la Serna, el mayor impulsor del ajedrez en la isla revolucionaria, dio una demostración fehaciente de que no era solo un funcionario aficionado a la milenaria disciplina, sino un estratega de alto rango en el universo de los 64 escaques.
El 9 de octubre de ese año se publicó en el rotativo Revolución un problema de ajedrez de alto grado de dificultad. La posición venía sin la resolución e instaba a los lectores a devanarse los sesos para encontrarla. Siete días más tarde, el dirigente envió la respuesta correcta a la redacción del periódico.
En abril del año siguiente, salvada la humanidad de una conflagración nuclear, el Che asistió a la inauguración del I Torneo Internacional Memorial Capablanca, que él promovió y hoy en día es uno de los eventos intencionales más importantes.
En esa primera edición del Capablanca, que ganó su compatriota Miguel Najdorf, el dirigente revolucionario enfatizó: “En este momento de conflagraciones mundiales que se deben a sistemas ideológicos muy distintos, el ajedrez puede y es capaz de aglutinar a gentes de países con sistemas políticos diferentes”.
La gran influencia que él ejercía en el gobierno de Castro ayudó al respaldo oficial que desde 1959 recibió el juego ciencia en la Isla, dirigida a su masificación en todo el país. De hecho, desde principios de los sesenta, Che visualizó que Cuba tendría grandes maestros como fruto de la Revolución.
Pocos años después de su asesinato en Bolivia, sus pronósticos se concretaron con la soñada norma que alcanzó el entonces joven Silvino García Martínez, quien ha jugado en Mérida en el torneo “Carlos Torre Repetto in Memoriam”. Silvino ha sido presidente de la Federación Cubana de Ajedrez
Che fue el autor intelectual de la participación del genial Bobby Fischer en la cuarta edición del Capablanca, pese a la oposición del imperio norteamericano. En aquella ocasión, Bobby envió sus jugadas por teletipo desde Nueva York.
Asiduo concurrente a cuanta competencia ajedrecística se realizaba en la capital cubana, fue siempre una fuente de inspiración y apoyo de los jugadores isleños. Che se enfrentó con éxito, tablero de por medio, a grandes estrellas del firmamento ajedrecístico. Empató dos veces con el gran maestro Najdorf y una vez con el campeon mundial Mijaíl Tal, entre otros buenos resultados.
La Federación Internacional de Ajedrez (FIDE) le hizo justicia al héroe revolucionario al incluirlo en el año de 1999 en su Libro de Oro y nombrarlo Caballero de la FIDE. Enhorabuena a los hombres buenos.