Cultura

El sonido Vitier

Pedro de la Hoz

Si se quiere tener idea de lo que, para decirlo en un término caro a José Lezama Lima, es la cantidad hechizada de las fusiones antillanas en la identidad de la música popular cubana de concierto habría que escuchar un par de realizaciones fonográficas: Imágenes y Del Renacimiento a la rumba, de José María y Sergio Vitier, respectivamente

Pero, cuidado, sus propias definiciones confunden. De Imágenes, José María ha dicho que se trata de un disco donde se muestra la música al desnudo, sin pretensiones, y luego, que pese a su impronta autobiográfica, es su disco menos personal. Sergio, por su parte, apeló a una frase de Igor Stravinski, quien, por cierto, nunca compuso para el instrumento, para justificar la guitarra: “Suena poco pero suena lejos”. Felizmente ni uno ni otro tienen toda la razón, al pecar de excesiva modestia.

Imágenes es un disco visceral. Parece estar en carne viva, pero por detrás y por delante de cada tema habita la sabiduría de la experiencia y el cultivo de la expresión. Y es tan personal como puede ser un viaje a los orígenes de una sensibilidad.

José María da un salto atrás en el tiempo que explica muchas cosas. El disco lleva por subtítulo La Habana 1972, pero pudiera haberle agregado entre corchetes el espacio de una década, la de su formación músico-intelectual. Una Habana que su generación, integrada no solo por habaneros, sino por muchos jóvenes de ciudades de toda la isla hicieron suya desde los programas de becas que universalizaron y democratizaron la enseñanza, identificó con ciertos lugares de El Vedado. Jóvenes que iban Rampa arriba y Rampa abajo, para ganar el tiempo, con sus amores y promesas, en los clubes nocturnos del filin, y se desplazaban por la calle 23 hasta la Cinemateca para descubrir a Visconti y Bergman, se aprendían de memoria las canciones de Silvio, Pablo y Noel, junto a los de los subterráneos Beatles, y descargaban, cuando el estipendio les alcanzaba, en el bar Elegante, del hotel Riviera, con Felipe Dulzaides.

Una generación que abrazó los versos de César Vallejo, mezcló los sabores del Coppelia con la Coronilla (aguardiente) de los bares más simpáticos del mundo, fabricó cigarrillos tupamaros, y sintió una pérdida familiar con la muerte del Che.

Fácil hubiera sido reproducir los íconos musicales de la época. José María no lo hizo; prefirió retomarlos, recrearlos desde la perspectiva de los días de hoy, sin dejar de ser fiel a aquellos. El piano en el centro de la música, astro que permanece atento a los detalles circundantes.

Sumergido en las aguas de cuatro grandes del filin, Frank Domínguez (Imágenes), Marta Valdés (Tú no sospechas): José Antonio Méndez (Si me comprendieras) y César Portillo de la Luz (Canción de un festival), emerge invicto al sostener la voz de Miriam Ramos –cada vez nos hace más evidente su extraordinario dominio de técnica vocal y desborde sentimental– y la propia Marta, quien ha confesado que si tuviera que elegir una versión de Tú no sospechas se las vería negras al decidir entre los acompañamientos de José María y el español Chano Domínguez.

Músicas refrescantes como el bossa Meditación, del brasileño Tom Jobim (a dúo con Sergio) y el estándar All the things you are, de Jerome Kern, lo son porque llevan la impronta de los más puros acentos en la dicción. Pero si se trata de sofisticación instrumental, en el mejor sentido de la palabra, habrá que detenerse en la versión que canta con tremenda sinceridad Amaury Pérez de Óleo de mujer con sombrero, de Silvio. Balada pasada por blues, fundada rítmicamente en los golpes del contrabajo de Jorge Reyes y la batería de Enrique Plá, pudiera devenir clásica.

La gran verdad de Imágenes radica en la astucia de José María de presentarnos el cauce fluido y amable de la música de otros –apenas hay dos temas suyos– bajo el palio del mayor rigor expresivo.

En cuanto a Sergio, fallecido en 2016 pero ineludible en el panorama sonoro de nuestra América, su guitarra suena y llega lejos, porque suena mucho. Era hora de que el compositor de temas memorables de filmes y teleseries y música para la escena nos recordara que es uno de los más notables intérpretes de la Escuela Cubana del instrumento.

Cinco siglos de guitarra se abren en Del Renacimiento a la rumba en un muestrario inquietante: partituras originales y versiones equilibran su peso y complementan interpretación y creación.

El ejecutante de las piezas prebarrocas de los vihuelistas españoles Luys de Milán, Luys de Narváez y Gaspar Sanz, y del paradigma del barroco, Johann Sebastián Bach, se transmite estilísticamente en el ejemplar intérprete de estudios y preludios del gran Heitor Villa-Lobos, como para dar testimonio de las fuentes que han nutrido su experiencia musical.

Haber saciado su sed en estas es lo que ha llevado a Sergio a una capacidad formal suprema para orientar su propia obra autoral, la cual también tiene mucho que ver con Leo Brouwer, hecho que se reconoce explícitamente no solo por la dedicatoria del fonograma, sino por la manera de asumir con suma pulcritud la famosa Danza característica, del maestro cubano.

Lógico entonces que el disco, después de una incursión por los rumbos del brasileño Baden Powell, desemboque en Integración, una pieza grande de Sergio, concebida originalmente para ser bailada por Alicia Alonso y Antonio Gades en los ochenta, en la que sobrecoge el toque fantástico de Tata Güines. El encuentro entre las raíces hispánicas y africanas no se ofrece como suma, ni siquiera como ecuación articulada, sino como entrañable fusión, en cuya base se avizora el estilo Vitier.