Alberto Híjar Serrano
La acumulación capitalista reside en cada sujeto convencido de que el Progreso es guiado por la razón exclusiva de los que saben, gobiernan, señalan rumbos y destinos. Los pueblos y comunidades se alegran y procesan sus duelos y fiestas con artesanías, folclore, usos del cuerpo y la voz carnavalescos o hieráticos como en los velorios donde todavía sobreviven rezanderas capaces de animar toda la noche alternando rezos y cantos indispensables en los funerales de quienes no pueden pagar lujosos espacios con tarifas según los candelabros, el féretro, la misa y los rezos, la cafetera y las galletas.
El coloniaje como vida precaria del pueblo es necesidad impuesta y aceptada pero respondida por quienes, como Alejo Carpentier, descubren lo real maravilloso, por ejemplo, en el área urbana lacustre de la Gran Tenochtitlan que era un tercio más grande que la de Madrid y París. El escritor cubano se llenó de asombro cuando en algún puerto sudamericano, un mendigo le recitó completos los versos del romance medieval “Los siete pares de Francia”. Todo esto es real, no es literatura. Tan real que desde que el neoliberalismo decretó la globalización capitalista a toda costa, tiende a crecer el imperio de lo grotesco más a fondo que lo que Mario Santiago Papasquiaro, que renunció a su nombre de José Alfredo Zendejas por obvias razones poéticas, y Roberto Bolaño, llaman infrarrealismo con escasa difusión porque mientras vivieron, se dedicaron a burlarse de Octavio Paz con incursiones performáticas en algunas de sus conferencias.
No es nuevo el infrarrealismo. Está en la Escuela de Cuzco como ha estudiado Lucía Vidales a propósito del ethos barroco o en los retablos de agradecimiento a santxs milagrosxs: “agradezco a la Santísima Virgen al haberme curado y quedar como si nunca hubiera tenido tal ojo”. Bajtin lo encuentra en los carnavales de la Baja Edad Media prolongado en las danzas de burla a las cortes reales, como la tarantela imitando los movimientos de las arañas, sincopados hasta el ridículo. Estas burlas eran y son de temporada, ahora son vida cotidiana de desapariciones forzadas, masacres, feminicidios, ajustes de cuentas, asaltos, presencias de adolescentes como sicarios adiestrados en la decapitación, desmembramiento, disolución en ácido de cadáveres y, de parte del Gobierno de Guanajuato, el uso de enormes frigoríficos ambulantes para resguardar cientos de cadáveres malolientes escurriendo líquidos por las hendiduras de los tráileres. Horror extremo que nada tiene que ver con Doña Caralampia Mondongo, la rolliza personaje de José Guadalupe Posada. La más importante cronista pictórica del desastre urbano, Fanny Rabel, en su premonitoria serie “Requiem por una ciudad” incluye un cuadro titulado “Por un tránsito más fluido” con sólidas texturas coloridas inusuales en su pintura, para mostrar coches amontonados en alguna fallida vía rápida.
Crueldad extrema presente en las fosas clandestinas por todo el país y en casos concretos como el desollamiento en vivo del rostro de Julio César Mondragón y el arrancamiento de sus ojos en la noche de Iguala de 2014. No es caso excepcional, sino que es prueba de la tortura como recurso policiaco, militar y marino, hasta su transformación en esparcimiento preparatorio de aniquilamientos para cumplir con la guerra de exterminio del enemigo que no es otro que los pobres despojados contestatarios y organizados contra los destructivos asaltos impunes del crimen organizado: Gobierno y delincuentes todos a una. Grotesco es el resultado del poder de los medios sicarios capaces de llevar al triunfo a un grotesco aprendiz de dictador en Brasil y de dar lugar a familias enteras disfrazadas de zombies para asumir su lugar en las relaciones de producción.
Decolonización llaman los teóricos a las resistencias populares que alcanzan la argumentación universitaria de la desconexión como llama Samir Amin a la necesidad de contradecir la ley del valor capitalista que impone el mercado por encima del derecho de los trabajadores obligados a la migración en todo el mundo. Con su intuición característica, López Obrador anunció los resultados de la encuesta sobre el aeropuerto en Texcoco, comentando la necesidad de imponer la política sobre la economía con el mismo sentido que Samir Amin explicó la posibilidad de un modo de producción islámico. Precariado, llama Adrián Sotelo a la masa empobrecida sin más conciencia que la limitada a sus condiciones de migrante forzado por el hambre, la sed, la miseria cotidiana y la desesperanza. Es grotesca la migración organizada rumbo al sacrificio por el ejército más criminal de la historia comandado por un monstruo rubio frente al cual Ubu Rey de Jarry o el Fantoche Lusitano de Boal, resultan ridículos aprendices del despotismo.
Arrebatar banderas es vieja consigna del despotismo ahora acompañada por la imposición de calumnias contra el pueblo organizado mediante recursos electrónicos y bombardeo mediático a cargo de periodistas y comentaristas sicarios. Parecen desistir los grandes patrones de imitar plantones y marchas como las de los pueblos que no tienen otro recurso para hacerse oír. Cabe recordar aquí al combatiente de la película “La batalla de Argel” cuando declara, con humor grotesco, la disposición de canjear las bombas caseras y la repartición de volantes por los canales de radio y televisión.
Algún consejo coordinador empresarial organizó el año pasado un plantón en el Angel de la Independencia para denegar la ley de declaración patrimonial que en dos días fue modificada. Igual han intentado para oponerse al aborto controlado y legalizado. Pero no les salió la marcha en defensa del aeropuerto en Texcoco ante la avalancha de muy ingeniosas consignas en las redes sociales: “Bolsonaro hermano, ya eres mexicano”, “Esos son, esos son, los que no usan Louis Vuitton”... y muchas otras del mismo jaez.
Lo grotesco acompaña la digna rabia, no la atenúa, la acrecienta, la explica al reiterar la criminalidad de la dictadura capitalista y el consiguiente sacrificio impune de los trabajadores y de los pueblos en general en beneficio de inmobiliarias vandálicas, mineras destructoras de territorios patrimoniales, proyectos turísticos con campos de golf que consumen el agua de cultivos campesinos, bosques arrasados, 180 cerros descopetados para volver firme el lecho del Lago de Texcoco, reformas legaloides contra pensionistas y ancianos despojados de sus derechos, damnificados sin atender. Y ahí viene el Teletón. Y la grave señal: ya no hay agua para las flamantes alcaldías de la Ciudad de México por más Cutzamalas que se reparen, sí la hay para spas, albercas y gimnasios. Grotesco.