Cultura

Víctor Salas

La noche del 22 de agosto, mientras su mamá veía la función del Lago de los cisnes que se realizaba en el Peón Contreras, en homenaje a Cynthia Ricalde, ella, Alondra Montserrat, le mentía al encargado del centro nocturno donde trabajaba, diciéndole que “me siento mal, necesito ir al médico y no podré trabajar”. Como una fugitiva le habló a un amigo para que la ayudara a empacar las cosas que tenía en un sitio donde también vivían estríper, ficheras y otras personas dedicadas a la vida del entretenimiento sensual.

Alondra es una joven yucateca de 21 años, educada en la danza de distintos géneros, incluyendo el ballet, que por cuestiones de tener dinero para comprar un celular, ropa, perfumería y llevar una vida de moderno confort, se metió a trabajar de bartender en algunos centros nocturnos. “Pagaban, bien”, dice.

Buscando trabajo, un amigo le sugirió un lugar de bailarinas y la llevó a uno, donde comenzó ganando 600 pesos más las propinas. En ese lugar “comienzas a notar la diferencia del hombre cuando está en sí y cuando ya se encuentra pasado de copas, que te jala del brazo, te nalgea y te dice de cosas. Se siente terrible, porque no estás acostumbrada. Claro, no es así en todos, depende la reputación del lugar. Trabajé en Safari’s, La Gozadera, Osiris, Congo Monki, Bandidas, D’Fox y Fronterie. Estaba allí por necesidad, por querer tener cosas. Muchas veces en los pasillos, después de trabajar, me soltaba a llorar. Mis papás no sabían nada porque nunca les dije. Ellos sabían que trabajaba en un bar, pero en la barra, sirviendo tragos. Una compañera de trabajo me sugirió que fuera sincera y les confesara a mis padres, ‘porque un día puede venir un conocido, verte e ir a decirles y puede ser peor’. Lo hice. No estuvieron de acuerdo conmigo, pero sabían que aunque me regañaran, lo iba a hacer. Mi mamá me pidió que yo lo dejara. No lo hice en ese momento. No me gustaba, pero era la necesidad del dinero.

”Es un trabajo duro. Hay lugares donde trabajas de dos de la tarde a las siete de la noche. En otros de las diez de la noche hasta las cuatro de la madrugada. Llegas a tu casa, duermes, te despiertas y tienes que prepararte para ir al trabajo. Ahí tenías comida, pero te cuidaban la dieta para no engordar. Nos daban un poco de arroz, un pedacito de carne y verduras. Te presionaban para que te pusieras bubis, te operaras las posaderas y te hicieras la liposucción. Muchas de mis compañeras estaban operadas hasta de los dientes. Éramos hasta treinta teiboleras en camerinos. La mayoría adultas y solo habíamos dos jovencitas, una amiga y yo. Algunas compañeras eran agresivas, pero también las había buena onda, amables y te ayudaban. Había lesbianas. Eso les gustaba a los encargados porque las utilizaban para shows extremos con dildos y escenas eróticas”.

Psicológicamente, ¿no te afectó estar en un lugar así?

“¡Claro! Ya afuera, lo recuerdo y me digo que no debería haberlo hecho. Trato de olvidarlo del todo, estoy retomando mis trabajos como maestra de danza, me estoy entrenando nuevamente y tengo novio”.

¿Lo volverías a hacer?

“¡No!, ni por necesidad. El trato de los encargados es muy feo, también el de los meseros y el de los clientes ni se diga. Todos creen que te pueden estar toqueteando. Eso no me gustaba. Yo me sentaba con algún cliente, pero a tomar la copa, que era vino siempre, porque la empresa nos pagaba muy bien por consumir esas bebidas. Yo sacaba hasta mil trescientos pesos en comisiones, más mi sueldo. Estoy nuevamente con mis padres y me siento feliz. Siempre los extrañé. Ninguno me reprochó nada. Hasta mis amigos, me dicen que que bueno que dejé eso y regresé a mi casa”.

¿Tu novio te dijo algo alguna vez?

“No. Él lo veía como mi trabajo. Nada más así. Nunca me reprochó o cuestionó”.

¿Guardaste algo de dinero?

“El dinero ganado con facilidad, fácil se va. Te lo echas encima. Cuando te das cuenta, no tienes nada. Hoy me siento bien. No tengo presión, no me desvelo… Estuvo bien que me quitara. A veces me deprimo porque me pongo a pensar cómo llegué hasta ahí. Creo que me fui por el camino más fácil”.

¿En qué consiste el trabajo de la teibolera?

“Hay una pista o pasarela con dos o tres tubos. Bailas dos canciones movidas y una lenta que es el desnudo. Ese momento te ayuda con los clientes, porque depende de cómo te muevas, la actitud con que lo hagas, te va a dar clientela. Después de eso te invitan a sentarte con ellos. Somos como las psicólogas de los clientes, porque llegan divorciados, hombres en conflicto que quieren platicar sus cosas o ser escuchados. Tenemos que hacer que no intenten toquetearnos. Todo es coqueteo. Una vez que el hombre mete la mano ya no invita a nada.

”Yo estaba clara. En cada lugar le decía al encargado que no haría trabajo en el reservado, solo bailar y fichar. Tener relaciones es algo muy personal, solo se puede hacer con la persona con la que tienes sentimientos. En una ocasión me ofrecieron diez mil pesos por acceder. Pero no, no lo hice. Todas me dijeron que estaba loca, que cómo me atrevía a despreciar esa cantidad de dinero.

”Salir no es fácil. Hay lugares donde te dicen que debes dinero, que tienes que pagar esto y lo otro y ya no puedes salir. También, te insisten, te piden que te quedes, especialmente si eres chavita.

”Eso es algo que no quiero recordar que lo hice. Lo quiero olvidar, cambiar todo. Personas que tenían mi número me hablaban para saber de mí. Cambié de teléfono. Salí de Instagram, de Face, de whatsapp, de todo. Solo tengo en mi teléfono a algunas amigas y amigos. Hago poco uso de celular”.

Alondra habla en voz baja. Atrás de sus lentes, sus ojos expresan tranquilidad, franqueza. Su mirada es limpia y me asombra la sinceridad con la que me cuenta todo. Su arrepentimiento no va acompañado de humedad alguna. Hasta diría que todo le pareció una picardía, una travesura pueril. Sé que en el futuro inmediato todo habrá desaparecido y un nuevo horizonte de luz le acompañará.

Como una increíble coincidencia, su decisión de abandonar ese mundo la tomó el día que se celebraba el diecinueve aniversario luctuoso de Cynthia Ricalde.