Cultura

Pedro de la Hoz

El Nobel de Literatura sigue dando que hablar. Desde la orientación eurocéntrica hasta la broma colosal que le gastaron al irlandés John Banville se prolonga la secuela del lamentable suceso que obligó a posponer el año pasado la adjudicación del galardón, debido a un escándalo sexual.

Un periódico sueco había dado cuenta de cómo al menos dieciocho mujeres se declaraban víctimas de Jean-Claude Arnault, fotógrafo íntimamente vinculado a la Academia Sueca y acusado de usar su posición en el mundo del arte para intentar persuadir a las mujeres a tener relaciones sexuales con él. Arnault estaba casado con una integrante de la academia, Katarina Frostenson, y además blasonaba de su amistad con otros miembros. Asimismo, era copropietario, junto con Frostenson, del centro cultural Forum, en Estocolmo, receptor de fondos de la Academia. Para colmo algunos de los casos denunciados contra Arnault sucedieron en propiedades a nombre de la Academia en Estocolmo.

Para curarse en salud, el presidente de la Fundación Nobel, Carl Henrik Heldin, anunció la posposición del Premio acogido al principio de que cuando “en una institución que concede el premio ocurre una situación tan grave que la decisión no sería creíble, vale la pena guardar distancia”. Y añadió: “La crisis en la Academia Sueca ha afectado negativamente al Premio Nobel. La decisión subraya la seriedad de la situación y contribuirá a salvaguardar la reputación a largo plazo del Nobel”.

Las heridas, sin embargo, afloran por otro costado. El mismo día que la Academia anunció la restauración de las premiaciones al conceder a la polaca Olga Tokarczuk y el austriaco Peter Handke los galardones correspondientes al año preterido y al actual, alguien haciéndose pasar por Mats Malm, vocero de la Academia. Llamó al irlandés John Banville para decirle que era el acreedor del Nobel de Literatura.

Banville pudo saltar de alegría pero no lo hizo. Cauteloso llamó a algunos amigos hasta que recibió media hora después un segundo telefonazo. La misma voz, presuntamente conmovida, comunicaba que por una controversia interna del jurado a último minuto habían decidido no darle el Nobel.

Al dar cuenta del asunto al diario The Irish Times, Banville concluyó: “Creo que quien primero llamó y luego dejó un mensaje en el que aludía a un desacuerdo asumió que yo le creería y que, al enterarme de que no había ganado el Nobel, haría un gran alboroto en los diarios y diría que era víctima de una disputa dentro del jurado. Incluso sugirió que el problema lo había desencadenado la intervención de una integrante femenina de la Academia. Eso es lo que él esperaba, que hiciera un escándalo que avergonzara a la Academia”.

No es fortuito el hecho de haber escogido a Banville como víctima. Es una apuesta segura en el mercado editorial internacional. Novelas como Brichwood, Copérnico, Kepler y La carta de Newton han sido éxitos de venta. Ha ganado premios importantes como el Booker, el Irish Book, el Kafka y hasta llegó a ser reconocido con el Premio Príncipe de Asturias, en España, en atención a su trayectoria literaria.

Bajo el seudónimo de Benjamin Black ha desarrollado una actividad paralela dentro del género de la novela negra con títulos tan conocidos como El secreto de Chistine, Muerte en verano y Ordenes sagradas. Su criatura, el detective irlandés Quirke goza de popularidad.

Con motivo de la presentación de una de sus últimas obras, Los lobos de Praga, hizo declaraciones controvertidas por su posicionamiento político: “Miren a Trump, es el más caprichoso, irresponsable e infantil de todos los líderes mundiales. En inglés se dice que la política es el negocio del espectáculo de los feos. Y es verdad, hoy en día es así. Pero también es cierto que en aquellas épocas (las de la novela citada) toda esa gente de la corte tenía algo de gracia personal, tenía una gran cultura y conocía cómo era el mundo. Es decir, sabían lo suficiente del mundo como para sentir tristeza por él, porque cualquiera que tenga una visión más o menos amplia del mundo no puede sentirse muy complacido. Si nos dejaran echar un vistazo a toda la cantidad de dolor que ocurre en el mundo en este simple minuto no podríamos soportarlo, nos volveríamos locos. Estamos aquí sentados, mientras hay gente siendo torturada a muerte quizás no lejos de aquí”.

De todos modos Banville es irlandés, europeo, como los ganadores del doble Nobel de Literatura de este año. En las cábalas sonaron por enésima vez el japonés Haruki Murakami, el sirio Adonis y el keniano Ngugi wa Thiongo,

Meses antes de que comenzara de nuevo la especulación en torno a los Nobel que se develaron el pasado 10 de octubre, el gran narrador keniano dijo que si al fin decidían otorgárselo, lo aceptaría. Exactamente expresó: “Sí, ¿por qué no? Especialmente ahora que escribo en gikuyo, una lengua africana. Lo aceptaría como un elogio, un gesto hacia las lenguas africanas. Pero la clave para nosotros como escritores, o al menos para mí, es seguir escribiendo. Yo quiero crear el mejor libro posible. Esa es mi motivación. Si los premios llegan, como reconocimiento, son bienvenidos. Pero yo no escribo para ganar premios. Escribo para producir lo mejor y poder competir con todos los autores. Yo quiero competir con Cervantes, por ejemplo. O con García Márquez, Shakespeare, Tolstoi... Esos son mis paradigmas”.