Ivi May Dzib
Apunte de un escribidor
La despenalización del aborto es un tema que entra en la agenda de los Congresos estatales y que responde a una demanda de las mujeres y de una parte de la sociedad que entiende que la mujer tiene el derecho de decidir sobre su propio cuerpo, además de que al aprobarse una iniciativa como ésta le daría una opción a las niñas que día a día son abusadas sexualmente de múltiples formas y cuyo abuso termina en un embarazo, de ahí que el término embarazo no deseado encaje como anillo al dedo. Sin embargo, la mayoría de los representantes de los partidos políticos, incluyendo a los morenistas que se jactan de ser inclusivos, han frenado en sus respectivos congresos estas iniciativas, pensando que, si éstas se aprobaran, todas las mujeres saldrían a abortar como si se tratara de los consumidores que devoran las ofertas del Buen Fin.
La realidad dista mucho de las fantasías de los llamados grupos Provida, ya que no basta sólo con aprobar una ley que deje de criminalizar a las mujeres por decidir lo que sucede con su propio cuerpo para que haya mejoras en lo que se refiere a la libertad de decidir, ya que la mayoría de las personas están muy claras en los prejuicios que les han inculcado las instituciones para que la culpa sea el motor que les impida decidir con libertad. Y uno podría pensar que esos prejuicios están arraigados sólo en las personas de estrato social humilde y poco letradas, pero no es así, hay médicos que desde ahora se están amparando a los ojos de la opinión pública y vociferando a quienes los quieran escuchar que de aprobarse la ley, ellos no estarán dispuestos a realizar las intervenciones ya que tienen un compromiso con la vida, siendo incapaces de empatizar con niñas de apenas 11 años que fueron violadas por un familiar o un vecino y pretenden casi casi obligarlas a parir. Lo que estos médicos llaman compromiso con la vida, se refiere a una preocupación metafísica por la posible condena eterna por matar a un feto, mientras los condenados en vida, que son aquellos niños que nadie quiso que nacieran y que viven en las peores condiciones, no habitan en sus conciencias, lo que nos hace pensar que el lavado de cerebro de las instituciones hizo un buen trabajo.
Lo mismo sucede con muchas mujeres que ven con desprecio la posibilidad de que otras mujeres puedan abortar e insisten que si no querían tener al hijo lo hubieran pensado mejor antes de tener sexo o que hablan de que a la hora del juicio final sus hijos abortados terminarán por condenarlas; esta postura es producto de la educación machista porque hasta hoy en día hay mujeres que creen que su función es parir a los hijos, e incluso, que una mujer estéril no es una mujer completa. También están las mujeres que por miedo serán incapaces de elegir detener su embarazo aún teniendo esa posibilidad y serán obligadas por la presión social a continuar con él. Entonces no basta con que la ley se apruebe para tener avances en esta compleja problemática. Hay que redoblar esfuerzos para implementar una educación donde las niñas entiendan que ellas tienen la libertad de decidir lo que mejor le convenga y no dejarse llevar por la presión de sus familias o grupos conservadores que fueron educados bajo la tónica de que Dios dispuso que la mujer tenga que doblegarse ante el hombre, que se lo debe, de entrada por haberlo incitado al pecado al tentarlo comer la manzana.
En estos tiempos donde las mentiras que se sustentan en una endeble lógica fácilmente son refutadas, debemos de aportar nuestro granito de arena para poder dar la oportunidad de otra visión que abogue, ahora sí, por el derecho a la vida. A principios de año, en Argentina, una niña de 12 años fue obligada a parir, a pesar de que la madre pidió por escrito interrumpir el embarazo, pero aún así las autoridades decidieron seguir con el parto, el bebé murió poco después, la idea de salvar dos vidas que presumían las autoridades querer lograr, terminó en que arruinaron las dos, ya que para una niña será difícil superar una situación como ésa, así con la ceguera institucional.
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