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Cultura

Los papeles perdidos de Robert Rosen

Joaquín Tamayo

Muchas veces las historias detrás de ciertos libros son más interesantes y atractivas que los libros mismos. Esta situación suele repetirse en cualquier disciplina artística. La legendaria epopeya sobre las singulares condiciones de gestación Cien años de soledad, por ejemplo, posee la dosis adecuada para el drama y el misterio de una novela procedente del más puro realismo mágico. Sus pesquisas son para escribir un nuevo libro, a lo mejor con otro criterio al de la saga de los Buendía. ¿Y esto es novela o es verdad?... Es novela porque es verdad, diría García Márquez.

En ese sentido, ojalá que alguna vez el periodista norteamericano Robert Rosen se anime a contar con detalles las penurias, intrigas y vicisitudes que debió padecer para consumar Nowhere Man, la biografía acerca de los meses, semanas y días finales de John Lennon.

La obra se publicó en 2003 y casi pasó inadvertida entre las cientos o quizá miles de piezas publicadas en torno al artista en las décadas recientes.

La diferencia estriba en que el libro de Rosen está inspirado directamente en los diarios personales del compositor tanto en su etapa con The Beatles como después, ya en su carrera solitaria, según narra en el prefacio.

Además, el periodista explicó que a la hora de redactar el manuscrito del borrador definitivo tuvo que confiar solo en su memoria, pues ya no tenía en su poder la transcripción de esos documentos ni los papeles privados de Lennon. Debió realizar un esfuerzo de veras evocativo, de pormenorizada reconstitución, a fin de recuperar el tono de algunos relámpagos líricos y de algunos arrebatos confesionales que estaban en los cuadernos del cantante. Solo Rosen sabe qué tanto su versión se apega al original. Y esa parte anecdótica merecería ser acuciosamente narrada en un trabajo aparte.

Hacia 1979, el entonces joven periodista aguardaba una oportunidad profesional. Uno de sus amigos, Fred Seaman, se había incorporado al séquito de los Lennon aunque mantenía contacto permanente con Rosen desde cualquier lugar en el que se encontrara acompañando a sus nuevos patrones.

Tras el asesinato del músico en 1980, Seaman acudió a ver a Rosen con la consigna de que, juntos, escribieran la biografía de Lennon, pues de acuerdo con el primero esa había sido la voluntad del cantante. En aquel entonces los diarios del compositor yacían bajo el resguardo de su empleado y este, a su vez, los dejó en manos de Rosen.

Durante un periodo bastante largo, Rosen se entregó al proyecto: aprendió a traducir la desesperada caligrafía del beatle, a interpretar los símbolos de su ansiedad y a ver el mundo a través de sus supersticiones, fobias y pesadillas. Inclusive llegó a seguir la dieta macrobiótica de Lennon con el propósito de crear una empatía más honda entre él y su biografiado; la idea era mimetizarse hasta donde pudiese.

Tras culminar la tarea, salió de vacaciones y al regresar advirtió que todos los materiales –los de Lennon y los suyos; es decir, la transcripción de los diarios– habían sido robados. Comenzó así el doloroso suplicio que lo condujo por un amargo derrotero de desencuentros, desavenencias y frustraciones. De entrada, encaró la traición de Seaman. Ese golpe trapero hizo que buscara ayuda y consultara con gente que podría guiarlo hasta Yoko Ono. La viuda más famosa de la música contemporánea hizo aprehender a Seaman y los diarios fueron devueltos a la casa de los Lennon, en Nueva York.

Luego de aquel conflictivo lapso, Rosen eligió recomenzar el texto. Poco a poco su memoria fue recobrando algunos pasajes, párrafos sueltos, frases lapidarias, determinadas atmósferas y ambientes en los cuales Lennon se movía de manera cotidiana. Nunca, eso sí, logró rescatar la energía expansiva de las libretas con tapas de cuero.

Sin embargo, Nowhere Man alcanza momentos de brillante recreación, particularmente en los episodios instalados en Bermudas, a donde John Lennon viajó en junio de 1980 con la ilusión de componer un nuevo álbum: era el disco de su regreso a la música, aunque terminó siendo su abrupta despedida. Atormentado y dichoso, consumidor compulsivo y asceta espiritual, obsesivo y romántico. Así, bajo esas inquietante contradicciones, aparece el ser humano dibujado por Rosen, quien intentó plasmarlo como un hombre ordinario siempre en busca de una experiencia extraordinaria.

No hay, en contraste con las biografías escandalosas, amarillistas casi, el disparo de mala voluntad a la imagen del músico. Tampoco lo endiosa ni lo eleva al pedestal construido por un fanático. El personaje que cruza las páginas es mundano e inseguro, malcriado y generoso, inventivo y arrojado, crédulo y escéptico. Es, en efecto, agridulce como las letras de las canciones de John Lennon. La parte más redonda, disfrutable de cabo a rabo en Nowhere Man, está en los fragmentos dedicados a la composición musical, en cómo surgieron las melodías ahora clásicas y que pueblan el disco Doble Fantasía.

He aquí una muestra: “Era una tarde espléndida y sin una nube en el cielo cuando John se sentó en el pórtico, al fondo de Villa Undercliffe, a contemplar Puerto Hamilton y comer hongos de Psilocybin que su sirviente había logrado pasar de contrabando por la aduana. Tras mirar fijamente el agua azul, y pensar en su egoísmo hacia Yoko y Sean, John empezó a llorar. Entonces escribió Woman, la canción fluyó a cántaros de él. Cuando la terminó, agradeció de nuevo a Dios por la inspiración”.

En los años sesenta, John Lennon escribió una canción que empieza con este premonitorio verso: “¿Habrá alguien que quiera escuchar mi historia?”... Rosen no la escuchó; al contrario, leyó la palabra viva del propio beatle. Ojalá que entonces intente contarnos a fondo el periplo que vivió mientras dialogaba sin pausa con los diarios de John. También nosotros quisiéramos leerlo… o escucharlo.

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