Al inglés Raymond Leppard habrá que recordarlo siempre por su decisiva contribución al rescate de la música de los compositores barrocos europeos en los repertorios contemporáneos. Nos llega la noticia de su deceso el pasado 22 de octubre, a los 92 años de edad, en Indianápolis, Estados Unidos, ciudad en la que fungió como titular de su Sinfónica entre 1987 y 2001.
Leppard fue uno de los grandes redescubridores de la música barroca durante los años sesenta y setenta, con recuperaciones de óperas de Cavalli y Monteverdi,
El diario The New York Times recordó en su obituario el entusiasmo y el conocimiento del director en esos menesteres. La revista Opera Actual evocó cómo gracias a una sugerencia de Benjamin Britten a comienzos de la década de 1960 se interesó en el manuscrito de L’Incoronazione di Poppea, de Monteverdi, ayudando a restaurar y rescatar la partitura en la Bibioteca Nazionale Marciana de Venecia, donde también trabajó en la recuperación de otras obras de la época. Leppard llevó la ópera del compositor italiano a los escenarios después de siglos de olvido –el Festival de Glyndebourne siempre le abrió las puertas a sus proyectos–, y algo similar sucedió con La Calisto, de Cavalli.
Al comentar el suceso luctuoso, la revista inglesa Gramophone subrayó el modo en que el enfoque dinámico y enérgico de Leppard ante la música barroca y clásica lo convirtió en un socio ideal para artistas como Wynton Marsalis, con quien colaboró en sus primeras grabaciones clásicas –conciertos de trompeta de Haydn y Hummel– y el violinista Cho-Liang Lin. Como compositor, escribió partituras para la película de 1963 de Peter Brook, El señor de las moscas, basada en la novela de William Golding, y La risa en la oscuridad, de 1969, de Tony Richardson.
El legado de Leppard es impresionante: más de 200 discos con destacadas orquestas y solistas de un amplísimo repertorio –Bach, Mozart, Rameau, Vivaldi, pero también Satie, Britten, Mahler o Sibelius–, ya que luchó contra la etiqueta de músico especialista en barroco interesándose por otros compositores, incluso del siglo XX.
Entre sus fonogramas de excelencia figuran cantatas de Bach, sinfonías de Boccherini, las óperas de Monteverdi, músicas de Grétry, Couperin, Campra, Lully y Charpentier, los conciertos para violín de Mozart con Arthur Grumiaux; Bastien y Bastienne, con Edita Gruberova, Ariodante, de Handel, y La Calisto, de Cavalli, ambas con Janet Baker, una toma en vivo de Samson, de Handel, con Joan Sutherland y Jon Vickers, y el Dardanus, de Rameau, con Frederica von Stade.
Mi grabación favorita es la de Dido y Eneas, de Henry Purcell, y luego diré por qué. Fue compuesta en 1689, sobre el libreto que el dramaturgo Nahum Tate escribió a partir de La Eneida, de Virgilio, donde se narran los amores de la legendaria Dido, reina de Cartago, y el príncipe troyano Eneas. El héroe debe partir al recibir la llamada de los dioses para fundar una nueva ciudad, Roma. Tras la partida de Eneas, la reina Dido cae en una profunda desesperación que la lleva a la muerte. A pesar de tratarse de una de las grandes creaciones musicales de aquella época, pasó casi inadvertida tras su estreno en la primavera de 1689 en la residencia escolar para señoritas de Josias Priest, en Chelsea. De hecho, no volvió a interpretarse hasta 1700, cuando fue representada como un añadido a una versión de Medida por medida, de Shakespeare, en el teatro de Lincoln’s Inn Fields.
En la segunda mitad del siglo pasado hubo varias grabaciones de la ópera: Pero ninguna como la que entregaron Leppard y la también recientemente desaparecida Jessye Norman, con el respaldo de la English Chamber Orchestra. Las líneas de canto encajan a la perfección con la dicción del conjunto de cámara.
Huyéndole al encasillamiento de especialista en música barroca, Leppard aceptó desde los años 70 contratos con formaciones estadounidenses donde pensó sería más libre de explorar repertorios que poco tuvieran que ver con las músicas europeas de los siglos XV al XVIII. A pesar de ello, la importancia de sus trabajos de investigación pioneros centrados en la música antigua y barroca, catapultó su obra como fundamental en este campo.
Leppard es sinónimo de barroco y así quedará.