Luis Carlos Coto Mederos
Ecos de mi tierra
Jesús Orta Ruiz
VIII
859
Revida
¡Despiértate la memoria!
Revuelve su joyerío;
haz en tu agua profunda
pedazos el alto sol.
Juan Ramón Jiménez
Lo que vive y se convierte
en pasado que se olvida
es la parte de la vida
que siendo vida ya es muerte.
No dejes dormida, inerte
esa porción de tu historia
como sepultada escoria
de los hornos de tu ser.
Para que viva tu ayer,
¡despiértate la memoria!
Reanima toda tu infancia
tan de ensoñaciones llena;
jardín del tiempo que estrena
su color y su fragancia.
Reconstruye aquella estancia,
aquel palmar, aquel río
donde clavel con rocío
fue tu primera ilusión.
Registra tu evocación,
revuelve su joyerío.
Verás sorpresivamente
si tu memoria despierta,
que el remanso de agua muerta
se incorpora a la corriente.
Oirás cantar un torrente
que te invade y te circunda
y sentirás que se inunda
de vida tu pensamiento.
Un círculo en movimiento
haz de tu agua profunda.
Quedará muerto el olvido
en tu pecho y a tu vera
y sabrás de qué manera
vive lo que se ha vivido.
No habrá un arrebol perdido
si se evoca el arrebol;
y en agua de tornasol
se hará, para los encantos
de tus sueños y tus cantos,
pedazos el alto sol.
860
Primer desnudo de mujer
Eran rosados sus pechos,
rosas sus piernas redondas,
sus hombros de un rosa suave,
sus dulces orejas, rosas.
Juan Ramón Jiménez
La vi desnuda en el río
emergiendo del cristal
y era su cuerpo un rosal
diamantado de rocío.
Su cara –rosa de estío-
asomó entre los helechos;
y cual si estuvieran hechos
con rosas de la alborada,
chorreantes de agua envidiada,
eran rosados sus pechos.
Gozaba el agua y la brisa,
la luz de sus rosas bellas,
y acaso dio para ellas
la rosa de su sonrisa.
El río –andarín de prisa–
besaba sus trenzas blondas
con los labios de sus hondas;
y eran, bajo la mañana,
rosa su boca de grana,
rosas sus piernas redondas.
Saltó del río sonoro
a la arena; y, majestuosa,
mostró al sol lunas de rosa
y su vientre, rosa de oro.
Ebria por aquel tesoro
de rosas, trinaba un ave
como diciendo la clave
del momento y de sus galas.
Parecían echar alas
sus hombros de rosa suave.
Sola, sin ver la ilusión
escondida entre las ramas,
sentía crecer las llamas
del día en su corazón.
De una lejana canción
venían las melodiosas
notas, como mariposas;
y eran, en aquella umbría,
atentas a la armonía,
sus dulces orejas, rosas.
861
Sobre la tierra dormida
Los pinares se han dormido
sobre la colina, el cielo
es tiernamente violeta.
Canta un ruiseñor despierto.
Juan Ramón Jiménez
Es el cielo en esta hora
agónica de la tarde
un cañaveral que arde
en un silencio que llora.
Regresa el ave cantora
al amparo de su nido;
el viento está detenido
en las pencas del palmar
y allá, no lejos del mar,
los pinares se han dormido.
Redondo sol encarnado
va cayendo al mar profundo
y parece un moribundo
gladiador ensangrentado.
Dice un celaje morado
el adiós de su pañuelo;
y en esta hora del duelo
de la sombra y los fulgores,
es sombrero de colores
sobre la colina el cielo.
Como sonrisa remota
y vanguardia de otros soles,
entre dulces arreboles
el primer lucero brota.
El grillo enciende su nota
de verde flauta secreta;
todo medita y se aquieta
en el corazón del monte
y la luz del horizonte
es tiernamente violeta.
Hace la noche su entrada
borrando solares huellas
con plenilunio y estrellas
de pensativa mirada.
Cuando en soledad callada
todo nos parece muerto,
rompe de pronto un concierto
llamándonos a la vida:
sobre la tierra dormida
canta un ruiseñor despierto.