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Pedro de la Hoz

 

NNo caben dudas: tras la partida de Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba –¿es necesario reiterar que hablamos de una de las compañías de danza clásica más relevantes del planeta?– está en buenas manos. Antes de que la prima ballerinaassoluta se despidiera, las autoridades culturales cubanas, con el consenso de la mayoría de los integrantes de la agrupación, decidieron confiar la sucesión, en el orden artístico, a Viengsay Valdés, destacadísima bailarina de 43 años, con un bien ganado prestigio en las tablas y a quienes hemos visto conducir con amplitud de miras y sentido de la continuidad las riendas de la entidad.

Ella ha afirmado que la faena va por “el camino natural de la actualización”, lo cual significa mantener y refrescar en el repertorio aquellas obras que, bajo la égida de Alicia, devinieron emblemas del sello artístico del BNC y alentar la incorporación de nuevas obras que tengan que ver con un espíritu de renovación que no traicione la línea larga y empeñosamente consolidada.

Así, en la más reciente temporada de la compañía, acontecida en el Gran Teatro Alicia Alonso, de La Habana, este noviembre subieron a escena Las Sílfides, en la versión de la fundadora del BNC a partir del original de MijailFokine, presente en el repertorio desde el mismísimo punto de partida del colectivo en 1948; y El poema del fuego, de Alberto Méndez, revisitado a 36 años de su estreno; pero también Lovefearloss, del brasileño Ricardo Amarante, asumida por tres jóvenes parejas, que impactaron al público que, de paso, disfrutó la banda sonora a base de canciones de la francesa Edith Piaf.

No pocos se preguntan acerca del vínculo actual con el BNC, de dos venerables figuras que crecieron a la vera de Alicia y formaron parte de la hornada que, en la década de los 60, se situó en la primera línea de la danza clásica de Cuba para el mundo. Me refiero a Aurora Bosch y Loipa Araújo. La indagación cobra sentido al preguntar algunos por qué una u otra no accedieron a la máxima dirección del BNC de estos tiempos.

En realidad, ambas han orientado su actividad hacia la docencia y la transmisión de experiencias técnicas y artísticas en la isla y otras partes del mundo. Pedagoga por excelencia y con una envidiable vitalidad a pocos días de su cumpleaños 77 –recientemente, luego de un encuentro con el poeta Miguel Barnet y este cronista, se despidió de nosotros con una inesperada y formidable extensión de la pierna, seguida de las palabras: “les dejo este regalo, lo hago sin esfuerzo, está en mi naturaleza”–, ha dedicado las dos últimas décadas a la investigación y el aula; la primera, como sustento metodológico para conseguir mejores resultados formativos en las jóvenes generaciones.

No es propiamente nostalgia lo que la invade al evocar su sensitiva Odile de El lago de los cisnes, su paradigmática Reina de Willis de Giselle, por la que mereció en 1966, en el Festival Internacional de Danza de París, el Premio Ana Pávlova y el Premio Especial de los Escritores y Críticos de Danza. Lo vivido sobre la escena, para ella es fuente de inspiración, para que los que asomen al mundo de la danza lo hagan aún mejor. Meses antes, según testigos, ese ánimo quedó en los integrantes del Ballet de Camagüey a los que entrenó la Titular Adjunta de la Universidad de las Artes de La Habana y Doctora en Ciencias del Arte.

De Loipa supimos, en fecha reciente, con motivo de la presencia del último otoño de Tamara Rojo en el Teatro Real de Madrid. Allí presentó la Giselle, versionada por el coreógrafo Akram Khan y la dirección artística e interpretación de la bailarina española. Rojo lideró a 47 bailarines del English National Ballet, dirigidos por ella desde 2012, y con el que, según ha explicado, busca “nuevas emociones en los clásicos para mantenerlos vivos y cercanos al público de hoy”.

Pues bien, no sólo hubo funciones para el público, sino una clase magistral, auspiciada por el British Council, impartida por Loipa Araújo, directora artística asociada de la compañía inglesa. En efecto, con el ascenso de la Rojo al trono del ENB, también lo hizo Loipa.

Esta dama excepcional, ahora con 78 años de edad, comenzó a proyectarse internacionalmente como maestra, ensayadora y directora artística, cuando aún bailaba: recuérdese su colaboración en 1989 con el Béjart Ballet Lausanne, de Suiza, al bailar en el Dionisos y el estreno mundial de 1789 et nous y dar clases a la vez en la compañía. Como profesora y maître ha ejercido en la Opera de París, el Ballet Bolshoi de Moscú, el Real Ballet de Dinamarca, el Royal Ballet de Londres y la Compañía Nacional de Danza de México.

Muy activas en su magisterio, Aurora y Loipa ostentan una dimensión simbólica, afianzada en la memoria de quienes fueron aclamadas como las Cuatro Joyas de la Escuela Cubana de Ballet –junto a ellas las ya fallecidas Josefina Méndez y Mirta Plá– y en el respeto que el público de Cuba y el mundo les profesan. El BNC, bajo el liderazgo de Viengsay Valdés, y los aficionados de nuestros días, tienen a Aurora y Loipa muy en cuenta.

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