Viajaron desde México hasta Santiago de Cuba para aportar y recibir. Participaron en el 33 Festival Internacional de Coros Electo Silva in Memoriam, que reunió a cantores de Francia, Estados Unidos, México, Australia, República Dominicana, Sudáfrica y, por supuesto, las delegaciones de casa.
Hablo de los coros Esperanza Azteca, procedente de la capital, y de Branshala, de Atizapán de Zaragoza, en el Estado de México. La primera de estas agrupaciones cuenta con la dirección compartida de la maestra cubana Dayamí López González y Víctor González García, quienes han perfilado un programa de entrenamiento vocal y un repertorio de notable exigencia para los jóvenes cantores.
En esta oportunidad, Esperanza Azteca exhibió un costado de su labor en la que deben profundizar en lo adelante. Acercarse a la tradición coral cubana es una senda promisoria no solo por las características de las partituras, sino también por cuanto representa para el enriquecimiento espiritual de intérpretes y públicos. Así lo sentimos al escuchar las versiones de que el venerado Electo Silva realizó con canciones de Miguel Matamoros, Eusebio Delfín y Oscar Hernández, las cuales casan muy bien con los clásicos de Álvaro Carrillo y páginas antológicas del folclor mexicano como La Martiniana y Son de la negra, por citar dos ejemplos.
Lo más frecuente pasa por asistir a las presentaciones de Esperanza Azteca en espectáculos de gran envergadura organizados por el Instituto de Bellas Artes en Ciudad de México, con directores extranjeros invitados, pero, sin duda, en el repertorio de cámara tienen la posibilidad de conectarse de modo más entrañable con los espacios comunitarios y el incentivo de aficiones musicales entre personas de cercana sensibilidad.
En la iglesia de Santa Lucía, los cantores de Branshala no solo mostraron sus filiaciones musicales; también, para disfrute del público, una variedad de trajes oriundos de varias zonas de México, porque la hermana nación, en sus diferencias regionales, permite apreciar desarrollos artesanales que tienen que ver tanto con los componentes étnicos y la actividad económica como con las variaciones climáticas.
Lo mismo ocurrió con el repertorio que la joven maestra Sheyla Palacios ha montado con estos aficionados que domingo tras domingo, por pura pasión, se reúnen para cantar: en el centro, versiones corales de las expresiones de la Huasteca, aunque no podían faltar coplas jarochas ni uno de los temas de María Grever que tanto nutren el imaginario de sus compatriotas y de los nuestros.
Santiago también le dio la bienvenida al maestro César Solórzano, quien radica en Tijuana, donde lleva a cabo una formidable misión pedagógica y artística. Llegó a Santiago para impartir un taller sobre la interpretación del repertorio coral antiguo, con énfasis en el estilo gregoriano. “Los cantores cubanos aprenden rápido –apuntó–; lo más difícil pasa por controlar la exteriorización de emociones; aquí todo transcurre por el ritmo y el movimiento, por lo que explico que hay que dominar los resortes interiores del canto, pues ahí está la clave de la espiritualidad”.
El Festival concluyó ayer con rondas callejeras que unieron a cantores y pobladores. Fue cosa de ver a aficionados al canto, que son muchos en la urbe oriental, llenar noche tras noche la sala Dolores para valorar las entregas de las agrupaciones en un evento que demandó enormes esfuerzos para su concreción en medio de circunstancias materiales nada favorables, por parte de las autoridades locales y las entidades implicadas, el Instituto Cubano de la Música, el Centro Nacional de Música de Concierto, la Dirección Provincial de Cultura, la Uneac, la Fundación Caguayo y el Centro Cultural Pedro Claro Meurice.
El Gobierno del Santiago puso en manos de la maestra Digna Guerra y el músico y sacerdote Jorge Catasús la Llave de la Ciudad, para honrar el alto compromiso de estas personalidades con el desarrollo del arte vocal y la permanencia del legado de Electo Silva.
Digna Guerra protagonizó una verdadera hazaña artística al liderar tres conciertos diferentes en forma y fondo con igual número de agrupaciones: D´Profundis, Entrevoces y el Coro Nacional de Cuba. Con este último levantó al auditorio de las lunetas al interpretar Tríptico, de Electo Silva con versos de Pablo Neruda, en una proyección que dio con las claves del estilo cultivado por el maestro y enriquecido con los aportes de los cantores que ella dirige.
En el programa de esa velada no hubo un solo momento de distracción, desde la fineza –con copas de agua frotadas para obtener notas diversas– de una obra del letón Eriks Esenvalds, Stars, hasta la arrasadora versión de La guagua, de Cándido Fabré.
El relevo del canto coral está asegurado cuando se escucha al Coro de Cámara de la Escuela Nacional de Arte, que responde al gesto pedagógico de José Rolando Durán, maestro de larga experiencia, exigente trato y a la vez estimulante con sus discípulos.
Más allá de La Habana y Santiago, fortalezas del movimiento coral profesional, se aprecian notables desempeños a partir del liderazgo de varios directores. Uno de ellos, también de muchos años de denodado trabajo y ostensibles resultados, el maestro José Antonio Méndez, trajo consigo al Coro de Matanzas, estilísticamente aleccionador al abordar un salmo de Mendelssohn y en la comprensión de las sutilezas polifónicas de obras de Mónica O’Reilly y Roberto Valera.
El festival vivió una jornada de marcada vocación solidaria con la presencia en el teatro Heredia de la guitarrista, compositora y activista social sudafricana Sharon Katz, quien compartió la iniciativa El tren de la paz, que arrancó en los días en que en su tierra se luchaba por la erradicación del régimen racista del apartheid y la liberación de Nelson Mandela. Entre sudafricanos, mexicanos, estadounidenses y cubanos –niños y jóvenes estudiantes del Conservatorio Esteban Salas, bajo la dirección de Víctor Vargas, el Orfeón Santiago y su directora y presidenta del festival, Daria Abreu– entonaron canciones a favor de la paz y la concordia entre los seres humanos.
Daria, que alterna profesionalmente la práctica coral entre Santiago y Tijuana, consideró que puede y deben tenderse más fluidos puentes entre los movimientos corales de ambos países. El director de Comunicación del Festival, Gonzalo González, recordó los vínculos entrañables de músicos y cantores yucatecos con Electo Silva. “Cuánto deseamos –señaló– que en la edición 34 del Festival, dentro de dos años, Yucatán, y en especial Mérida, ocupen un puesto prominente en la agenda artística. De tal modo quedarían confirmados los caminos de ida y vuelta entre Santiago y Yucatán, que ya se están abonando para que la trova cubana y la de allá se hermanen en un centro cultural que aspiramos a estrenar próximamente”.