Cultura

Diago desde la historia de su piel

Con el nombre de Roberto Diago se reconoce a dos creadores significativos en la historia del arte cubano. El más joven está en pleno ebullición. Su abuelo, el primer Diago, figura como uno de los hitos referenciales de la pintura cubana de la mitad del siglo anterior. El Diago que nos ocupa siente orgullo de su predecesor y, en cierta medida, pero en otra dimensión, ensancha las huellas dejadas por aquel.

Ahora mismo Diago focaliza la exhibición The past of this afrocuban present, en el Museo de Arte Lowe, en la localidad de Coral Gables, en el estado norteamericano de Florida, ocasión en la que también la galería de arte Cernuda aprovechó para dedicar una velada a la obra de este creador.

La crítica destacó nuevamente los valores de la producción del artista y confirmó lo que hace cuatro años aseveró la casa subastadora Christie’s: si debe detenerse en seis pintores para comprender el arte actual de la isla antillana, en esa selección no puede faltar Roberto Diago.

Como buena parte de la población cubana Diago es afrodescendiente, término que en Cuba, por el contrario de lo que sucede en otras naciones, no implica la pertenencia a una comunidad étnica diferenciada. El etnos cubano es mestizo; los negros africanos llevados a la isla por los colonos españoles se mezclaron con los pobladores europeos, y en menor medida con los restos de los pobladores aborígenes, diezmados por la colonización. Con el tiempo también arribaron chinos y árabes, quienes de igual modo se integraron a la fragua donde cristalizó una nueva identidad con rasgos propios.

En las ciencias sociales ese proceso fue estudiado y explicado por el antropólogo Fernando Ortiz, quien lo denominó con el concepto de transculturación, mediante el cual dos o más culturas al fusionarse, en una compleja trama de préstamos, intercambios e interacciones, dan lugar a una nueva cultura. También Ortiz fue el primero en señalar, con sólidos y convincentes argumentos, que Cuba no se puede entender ni aprehender sin el componente africano.

Al irrumpir con furia en el panorama artístico de la isla en los iniciales años 90, Diago hizo saber intenciones a las que no ha renunciado, por el contrario ha ahondado en desafíos y significados. Él pinta desde la conciencia de ser cubano, negro y ciudadano. Es decir, desde identidades compartidas entre la nacionalidad, la condición étnica y el reflejo de ambas instancias en su entorno social.

En eso ha sido consecuente, pues como ha dicho con razón el crítico Orlando Hernández, “la obra de Roberto Diago ha sufrido cambios (…) pero son transformaciones y depuraciones que ocurren en la superficie, en la apariencia, que es el terreno propio de lo estético, pero que no tienen por qué afectar el campo de lo ético, de lo político, ni el de lo espiritual y lo religioso, que son cualidades situadas en capas mucho más profundas y estables de la conciencia y la sensibilidad de un artista”.

Muchas veces su pintura se despliega mediante grandes proporciones hasta desembocar en instalaciones. Cada pieza suya transpira por igual un sentido de orgullo y una actitud reivindicativa. Reflexiona acerca de la necesidad de descolonizar la mirada del espectador, negar estereotipos y lugares comunes y descifrar la trama histórica que lo ha llevado a ser lo que es él y muchos como él, teniendo presentes los obstáculos y cicatrices, pero también la mirada limpia y resuelta para lo que vendrá. Para ello se vale de un arte de acentuadas cargas conceptuales, recursos gráficos eficaces y propuestas abstracta que cuando se observan detenidamente revelan contenidos muy concretos.

Acerca de estas nociones, Diago habló a propósito de una exposición suya en 2009 en la Galería Villa Manuela de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba: “Siempre se tiende a enmarcar el tema racial, el tema negro, desde la marginalidad, y esta exposición a contrapelo de eso, habla de un lugar en el mundo, ese lugar que siempre tuvieron nuestros ancestros, nuestros padres, abuelos, nuestras madres”.