Cultura

Fernando Muñoz Castillo

En el país de Todo es Posible comenzando con la Impunidad, existió un señor que llevaba su bolsa de mandado al súper, primero porque añoraba las bolsas de papel, segundo, porque sabía que las bolsas de plástico no eran biodegradables y aunque ya era muy mayor, pensaba en el futuro de los niños que estaban naciendo o esperaban nacer.

Cuando iba al súper, trataba de ser amable con las (os) cajeras (os) y las supervisoras (os), ya que aunque usted no lo crea, son los verdaderos dueños de esos establecimientos y los cuidan más que los propios dueños o el propio funcionario en turno, cuando de tiendas para los trabajadores se trata.

Sonreía y se conducía con civilidad, y anotaba en su libreta de pendientes las veces que cada sexenio el funcionario en turno “remodelaba” el súper, desechando productos básicos a buen precio, por otros más caros y restringiendo lo que realmente necesitaban sus clientes, y también anotaba en su libreta cómo los pasillos de esos súpers del gobierno eran cada vez más estrechos con productos más caros.

Y cuando miraba a la gente y la oía, se daba cuenta de que todos se quejaban pero lo hacían en voz baja, nadie en ese país, alzaba la voz, tenían tanto miedo, que los cursis lo disfrazaban de “hacer eso es de mala educación”…aunque a la hora de discutir, presumían de las libertades de expresión que gozaban como ciudadanos.

Miraba que el único recurso para la mayoría de ancianos como él era ser cerillos allí o en los súper de la iniciativa privada. Claro, la gente de la clase media, siempre pretenciosa y olvidadiza de sus orígenes, decía:

–Ay, ayer fui a que me hicieran “maniquiur”, y me sorprendió ver que a mi lado estaba la viejita que empaca en el súper, ella junta las propinas para que le pinten las uñas. Cuánta democracia hay en nuestro país que hasta las cerillas pueden ir al Studio de Belleza que yo voy…

Y así, nadie reparaba en lo ojetes que cada vez más se habían vuelto los gobiernos del país.

Un día, para ser preciso, 1.º de noviembre, día de los muertitos, nuestro personaje fue a comprar veladoras, pero cuando se vio en las cajas, traía un chorro de cosas que necesitaba en su casa; sin embargo, pensando en lo pesadas que estarían las bolsas, fue desechando lo menos primordial para comprarlo al día siguiente.

Todo marchaba muy bien, hasta que llegó la hora de la empacada de la mercancía, pues la cajera, una mujer enorme como Hulk, le advirtió:

–Las bolsas son muy frágiles, se lo advierto.

–No hay problema, a lo más pesado le ponen doble bolsa.

Después de pagar, él se dio cuenta de que había una bolsa bastante pesada y quiso tomar otra bolsa, porque el empacador ya estaba haciendo su trabajo con el siguiente cliente. Al ver lo que nuestro personaje quería hacer, la bomborota lo miró despreciativa y le dijo en tono autoritario:

–No se puede llevar ni una bolsa más… las tenemos contadas, ¿qué se cree, que se puede llevar todas las bolsas que se le antoje?

El chuchul la miró y le espetó muy molesto:

–Oiga, sabe que esas bolsas nosotros las pagamos, no es un regalo del súper, bastante caro es el iva que nos cobran en cada producto, además ¿cree que yo colecciono bolsas de plástico, qué le pasa, señora?

Estimados lectores, hago un llamado a toda la comunidad, para que las bolsas de plástico que les sobran en su casa, las lleven al “ISSTEY” de la calle 60 con 49, porque las necesitan urgentemente para poder meter la mercancía.

Hagan esto como si estuvieran haciendo una cadena en el “feis buk”, y recuerden, el gobierno necesita bolsas de plástico para la mercancía de sus compradores.

Muchas gracias. Dios se los pagará en el más allá.