Cultura

Eloísa Carreras Varona

Correo desde la Isla de la Dignidad

En estos días en los que se han recrudecido las más absurdas e increíbles calumnias, el acoso, la mentira, la agresión y la violencia permanente contra el pueblo revolucionario de Cuba, por parte del gobierno imperialista y sus lacayos de la extrema derecha de Miami y del mundo; desde estas páginas de los diarios POR ESTO!, rindo homenaje a la Martiana Revolución de Fidel y lo hago publicando un texto que el Dr. Armando Hart escribió en noviembre de 1956, titulado “Justificación de la Revolución y Estrategia frente a la Dictadura”, divulgado entonces en los órganos clandestinos del Movimiento 26 de Julio.

Como su nombre lo indica, en este trabajo Armando explica las auténticas y verdaderas razones por las que los jóvenes cubanos ?miembros de la Generación del Centenario del natalicio del Apóstol Cubano José Martí? se sumaron a la lucha que ya lideraba Fidel para derrotar a la dictadura, a pesar de que ponían en riesgo hasta sus propias vidas.

Y aunque han pasado más de sesenta años de que fue escrito, cuando aprecio la realidad del mundo actual, se me hace más importante darlo a conocer; por el valor, la vigencia y la enseñanza ética que nos entrega un documento de este carácter. Porque en estas palabras de Armando está la semilla más profunda de nuestra Revolución, su victoria y su consolidación; encerrada en la lucha por conquistar: la libertad política, la independencia económica, la justicia social y la lucha contra la corrupción. Por eso Armando pudo decir: “para mí todo empezó como una cuestión de carácter moral”.

Justificación de la Revolución

y estrategia frente a la dictadura1

por Armando Hart Dávalos

En ocasiones, la revolución toma los cauces del pacifismo. No negamos que teóricamente y en determinadas circunstancias históricas esta sea la vía adecuada. Muchas corrientes políticas surgidas de la esencia de la revolución de 1930, así se proyectaban en Cuba con anterioridad al derrocamiento del régimen de derecho. Pero posiblemente la mayor experiencia que la nueva generación ha sacado de aquel proceso fue que la revolución en todo momento y en cualquier circunstancia debe estar preparada para la acción directa.

La falta de un aparato civil con proyección revolucionaria que fuera capaz de afrontar la nueva circunstancia creada por el golpe de Estado, facilitó la perdurabilidad en el poder del gobierno contrarrevolucionario del 10 de Marzo.

El Movimiento 26 de Julio significó en la realidad, no en las especulaciones teóricas, una respuesta categórica a esa necesidad revolucionaria. Cuba estaba falta de un instrumento que tuviera capacidad para la acción rápida. Las circunstancias precipitaron las condiciones políticas que obligan a la creación de ese instrumento. Fue así como el Movimiento 26 de Julio surgió al escenario público y se planteó la lucha directa.

Frente a este movimiento surgieron los que hablaban de paz. La diferencia exterior de nuestra línea de conducta con el resto de las organizaciones o partidos estriba en que nosotros públicamente planteamos la necesidad de la violencia y los otros buscaban soluciones pacíficas. Ello a simple vista parece una mera discrepancia estratégica y tiene, sin embargo, su origen en una discrepancia ideológica fundamental.

Admitir la posibilidad de un entendimiento pacífico-legal con la dictadura, equivale a no tener un punto de vista irreconciliable con el sistema de cosas que el gobierno representa. Conciliar con esos intereses equivale a reconocerlos como legítimos. Parlamentar con alguien es no tener voluntad decidida contra ese alguien. Claro que ello puede estar en contradicción aparente de que la revolución no siempre tiene que tener una forma violenta. Pero en el fondo no hay tal contradicción, pues sólo deben ser combatidos por medios pacíficos aquellos que fueron elegidos a cargos por la voluntad popular y permitiesen el libre juego democrático.

Tampoco puede ningún movimiento revolucionario detenerse frente a las dificultades del triunfo inmediato, porque la razón y justificación de su acción está, precisamente, en la imposibilidad material que tienen las corrientes más avanzadas de encontrar otro cauce por donde hacer correr su fuerza, su energía creadora. El Movimiento Revolucionario responde a una necesidad histórica y no a la posibilidad de un triunfo inmediato. Cuando escogemos el camino de la violencia sólo debemos estar seguros de que es imprescindible cambiar sustancialmente el régimen contra el cual luchamos y de que no existe posibilidad alguna de encontrar otra vía por la cual hacer ese cambio. A la presente generación revolucionaria le separan obstáculos insalvables del actual gobierno y Cuba no tiene otra salida para resolver su grave crisis. Si existiera, aunque fuera una mínima posibilidad de encontrar la forma de darle una salida pacífica a la cuestión nacional, nadie tendría el valor para mantener una postura de violencia declarada, porque ello carecería de sentido.

Pero ante el artero golpe militar a ochenta días de unas elecciones generales, no nos ha quedado otra salida a esta crisis. El régimen de Marzo cerró cualquier posibilidad de asistir a un proceso comicial con un régimen de garantías. Por eso ante la farsa escandalosa de Noviembre de 1954; ante la persecución constante que durante cuatro años hemos sufrido, no ya los revolucionarios y el pueblo, sino incluso los dirigentes políticos de la oposición; ante las violaciones reiteradas de los derechos humanos; ante el fracaso del llamado diálogo cívico que algunos pretenderán resucitar; ante los desplantes que ha recibido la oposición política a pesar de que desea y busca, hasta caer a veces en la indignidad, un entendimiento con el régimen; ante cientos de crímenes políticos; ante una pavorosa crisis económica provocada y sostenida por el gobierno; ante más de un millón de desempleados; ante los miles y miles de cubanos que emigran en busca de trabajo; ante la corrupción, la politiquería y la rapacidad invadiendo toda la vida nacional; ante el espectáculo deprimente de ver por dondequiera dirigencias gastadas e impotentes para resolver la problemática cubana, en los precisos momentos en que la situación mundial y el desenvolvimiento de los acontecimientos internacionales exigen una mayor integración nacional para hacerle frente a cualquier tipo de expansión; ante todo eso y mucho más, resulta lógico y natural que haya quien se acoja al artículo 40 de la Constitución de la República, al espíritu de la revolución nacional y, en consecuencia, proclame la necesidad de apelar a lo que la Declaración de Derechos de las Naciones Unidas llamó: “El último recurso”.

Es más, esta postura intransigente del actual gobierno, es la única que se atempera a su origen y a su negativa proyección histórica. De otra forma, si el gobierno accediera a convocar elecciones con plenas y absolutas garantías; si los generales del 10 de Marzo se sintieran influidos por las ingenuas apelaciones de una oposición política que habla palabras huecas; si el tanquismo que no tiene escrúpulos en conspirar hasta con Trujillo, complaciera a esas supuestas dirigencias, que no tiene fuerzas a nombre de quien parlamentar; si todo ese milagro se diera; la dictadura no podría sobrevivir. El gobierno lo sabe perfectamente y se da cuentas también del gran crimen que comete contra Cuba. Hará en consecuencia, todo lo que esté en sus manos para perpetuarse en el poder. Precisamente por esta misma razón, la verdadera oposición no tiene otro camino que el revolucionario. Fue nada menos que el vocero gubernamental, Ramón Vasconcelos, quien afirmó en cierta ocasión: “El poder no se regala”. Tendrá, pues, el pueblo que conquistarlo, ya nos enseñó el Apóstol: “La libertad cuesta muy cara, hay que pagarla a su precio o resignarse a vivir sin ella”.

Pero como la revolución nace de una necesidad profundamente sentida por el conglomerado social, acabará más tarde o más temprano, por triunfar. El ejemplo reiterado que nos ofrece la historia confirma esta afirmación. El desplome del imperio español en América es precisamente uno de los más elocuentes. También lo es el triunfo de la Revolución Mexicana contra el gobierno unipersonal de Porfirio Díaz. El caso del Movimiento Nacional Revolucionario de Bolivia que con fuerzas netamente populares alcanzó el poder y tantos otros más que harían interminable la relación.

Si se analizan las posibilidades del triunfo que en 1789 tenía la Revolución Francesa, o que en 1892 tenía el separatismo en Cuba, se llegaría a la misma conclusión del autonomismo, que, con Montoro a la cabeza, frenó durante muchos años el gran impulso histórico de la nación cubana. Los argumentos empleados hoy contra la tesis revolucionaria con copia fiel de los que usó el autonomismo y ya sabemos que el separatismo tuvo la verdad, la razón y el triunfo. Los autonomistas, posiblemente, eran más retóricos y habían hecho un estudio profundo y técnico de los problemas cubanos de aquella época; pero para penetrar en la entraña de la historia es necesario tener una comprensión que salta por encima de la lógica usual. Martí la tuvo cuando nos enseñó que en política “lo real es lo que no se ve”. Y no se crea que estaba refiriéndose al movimiento clandestino que aunque no se viera, se sentía, sino a las causas profundas que sin salir a la superficie, sin poder apreciarse a simple vista, están vigentes y determinan el curso de los acontecimientos. Esas causas profundas tienen una realidad que no se esconde tras los artificios del espiritualismo vulgar. El fracaso bélico de la Guerra de los Diez Años constituyó, por ejemplo, un gran triunfo revolucionario. Así mismo, Antonio Maceo, hombre práctico, estratega de verdad y militar de cuerpo entero, sentó en Mangos de Baraguá un ejemplo que se convirtió a la postre en victoria cuando en 1895 Martínez Campos debió ver en el gesto del Titán de Bronce una rebeldía romántica y no pudo comprender hasta años después que aquel bravo combatiente tenía más realidad en su actitud que todo el poder de España en Cuba.

Las fuerzas que impulsan una revolución están más allá del simplismo insurreccional de los que estiman necesario un ejército entero para derrotar violentamente al gobierno. Esto queda demostrado hasta la evidencia en el hecho de que la guerra que Martí organizara no se detuvo por el fracaso de la Fernandina, ni por la muerte de su máximo líder en Dos Ríos. El escepticismo de los no revolucionarios está basado en que resulta difícil precisar anticipadamente la forma concreta en que los regímenes de opresión son derrocados. El impulso revolucionario sólo puede aspirar a poner en crisis el aparato de fuerza, y esa forma concreta es cuestión de mera táctica que lógicamente se determina en momentos inmediatos al derrocamiento. Sin embargo, la estrategia de la lucha contra la dictadura sí hay que tenerla bien planteada desde un principio y tiene por objetivo preciso hacer imposible la permanencia del gobierno en el poder. De esta forma canaliza la violencia y facilita la acción decisiva de una fuerza insurreccional. Esa misión fue la cumplieron nuestros mambises en el 95, el Directorio, el ABC, el Partido Comunista y las demás organizaciones revolucionarias en 1933. En medio de las circunstancias más adversas, nuestros mambises extendieron la guerra de Maisí a San Antonio, haciendo imposible la permanencia del gobierno español en Cuba. Y todo esto mientras que los Estados Unidos, en pleno proceso de expansión nos tenían como una presa codiciada. Tuvo que venir la intervención americana con su guerra contra España para aprovecharse las condiciones que la acción de los mambises había creado en Cuba. Posteriormente al ABC, el Partido Comunista y el Directorio Estudiantil del 30, desenvolvieron la misma estrategia contra una tiranía que era copia fiel de la opresión española. Desenvolvieron la acción de calle, cada una en su estilo, y el proletariado se unió con la Huelga General, todo lo cual precipitó la intervención intrusa de Summer Welles y la conspiración militar del coronel Sanguily, que el 12 de agosto de 1933 derrocó aquel gobierno que contaba con el apoyo de todos los partidos políticos organizados, de las clases económicas y del ejército.

Todo esto es hoy perfectamente viable tras la agitación obrero-estudiantil de Noviembre y Diciembre del pasado año, cuando el régimen se tambaleó hasta el extremo de retroceder sobre sus propios pasos y conceder la entrevista al representante de los partidos de oposición que anteriormente había negado. Pero no existía entonces una Fuerza Revolucionaria-insurreccional que produjera el golpe final; ni había madurado todavía una conspiración militar del calibre y la calidad moral de la comandada por el coronel Barquín.

¿Qué gobierno ha podido mantenerse en Cuba con el país completamente convulsionado por la acción directa de las masas y por la Huelga General?

¿Cómo podría mantenerse un grupo de aprovechados al que sólo le interesa mantener sus fortunas y sus vidas? Tratarán de pelear hasta el último soldado, pero estos no tienen por qué morir en una contienda contra el pueblo del que forman parte. En tal situación, sólo les quedará un camino: el terror. A ello no podrán llegar, porque la historia nos enseña que no hay gobierno que se mantenga en nuestra patria por medio de la represión brutal.

Weyler acabó por liquidar el poder colonial de España en Cuba, al utilizar ese método. Machado se unió en la vorágine de su propio error. Batista tiene al respecto muy buena experiencia y conoce en este punto muy bien la realidad cubana. Sólo ha empleado el terrorismo esporádicamente y en casos aislados. Pero ahora lo que preparamos es una revolución que rebasa la idea del grupo aislado, del brote esporádico, planteándose la lucha de todo el pueblo contra la dictadura. A pesar de los muchos asesinatos desde su funesta aparición en la vida pública cubana, Batista sabe que el empleo del terror sería su rápida y total liquidación. Pero tampoco quiere la paz, porque sabe que sobre esa base él no podría seguir gobernando. No quiere la paz y teme la guerra. Sólo busca una situación indefinida que va de la represión brutal a las garantías aparentes como medio de perpetuarse en el poder.

Esa es la verdadera situación cubana, nosotros, a plena responsabilidad de nuestros actos obligaremos a Batista a retroceder o a definirse. Si lo primero, habremos triunfado. Si lo segundo, se creará tal situación con el empleo abusivo de la violencia, que el gobierno se desplomará al no responsabilizarse los institutos armados con tales excesos.

Hechos muy recientes demuestran que abundan los militares de honor, y que frente al grupo de ladrones y asesinos que quieren “darle candela al jarro hasta que suelte el fondo”, están los hombres que llevan el uniforme por amor a su carrera y a la disciplina militar.

La oficialidad cubana no ha tomado parte más decisiva y activa en la lucha contra el gobierno, no porque sea batistiana sino porque se ha creído al margen de la pugna por el poder. Criterio equivocado que ha sido rectificado por los conspiradores del 4 de Abril, cuya reputación moral y proyecciones civilistas nadie puede poner en duda. Esa oficialidad está ahora en mejores condiciones para percatarse de que ella solo tiene obligación de mantener a un gobierno que sea digno representativo de todo el pueblo de Cuba.

NUESTRA TÁCTICA REVOLUCIONARIA. Se ha dicho que el anuncio de nuestros planes es algo revolucionario en la estrategia de la revolución. Algunos sonríen ante aquello de que “guerra avisada no mata soldados”. Pero lo cierto es que toda guerra o revolución se ha proclamado con anterioridad —lo que no se convocó a plena luz pública es la conspiración del 10 de Marzo— como así fue la Revolución Francesa, la rusa, las independentistas de la América del Norte y del Sur. Fueron revoluciones conocidas por todo el mundo, discutidas por todo el mundo, esperadas por todo el mundo. Fue el propio Martí quien sentó este principio estratégico fundamental, los fines deben conocerlos todos, los medios, sólo unos cuantos.

Actualmente, mientras algunos desdeñan nuestros planes por demasiado anunciados, todas las naciones civilizadas se preparan para una nueva contienda mundial. Incluso acciones armadas como la invasión de Europa por los aliados, fue dramáticamente esperada por los alemanes, y el facto sicológico de la guerra de nervios, se utilizó inteligentemente por la estrategia aliada.

Si vamos a hacer una revolución de pueblo; si convocamos a la huelga general revolucionaria; si queremos que sea el pueblo quien contribuya económicamente a esa revolución ¿de qué otra manera vamos a conseguir esos objetivos, si no es llegando al pueblo con la propaganda?

Lo que no sabe el enemigo es cuáles son nuestros planes concretos y la táctica insurreccional que vamos a seguir.

NUESTRA FUERZA. Nosotros confiamos para la acción decisiva en las milicias, a las que habrán de integrarse las “Brigadas Juveniles” del Movimiento, para constituir así, un aparato de fuerza civil sobre el que descansará la democracia cubana. Especialmente durante los primeros tiempos del reordenamiento, reestructuración e implantación de una serie de medidas transformadoras, este aparato suficientemente equipado y adiestrado con clara conciencia democrática, habrá de ser la garantía del orden revolucionario y de que las medidas que el Movimiento vaya implantando no sean desvirtuadas por los elementos contrarrevolucionarios. Será función principalísima de estas milicias civiles ir incorporando al pueblo al proceso revolucionario.

Hoy acecha un peligro mayor por datos que obran en nuestro poder. La tiranía que sojuzga desde hace 30 años al pueblo hermano de Santo Domingo, en convivencia con algunos que han nacido en esta tierra nuestra, espera que las condiciones de crisis en que hemos de poner a la actual dictadura se presente, para actuar ellos. A tal situación tendremos que hacerle frente, estando conscientes del peligro que presenta para el triunfo de la revolución cubana. Pero cuando unos cuantos hombres llevan en sí el decoro de muchos hombres, no existen obstáculos insalvables cuando de salvar la Patria se trata.

1 Publicado originalmente en noviembre de 1956, en el periódico Aldabonazo del movimiento clandestino; en la Edición Especial de Lunes de Revolución, el 26 de julio de 1959 y en cada una de las ediciones del libro Aldabonazo de su autoría.