Cultura

Pedro de la Hoz

A Balthus no lo dejan descansar en paz. El pintor francés de origen polaco, encasillado como transgresor de la moral burguesa y acusado de incitador a la pedofilia, volvió a estar en el candelero con motivo de la exposición de 47 obras de su autoría en el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza, del Paseo del Prado madrileño, entre febrero y mayo de 2019.

Los titulares de la prensa destacaron, sobre todas las cosas, el carácter controvertido de la obra de Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001). Antes de la inauguración, la leña al fuego de la publicidad ardió con mensajes como éstos: “Balthus trae la polémica a Madrid”, “La exposición censurada en toda Europa llega a Madrid”, “Baltus, acompañado de sus lolitas”, “Balthus, el escándalo y la innovación”, “Balthus y sus sensuales preadolescentes vuelven a dar que hablar”.

El columnista de un influyente diario madrileño, autor del último titular citado, se explaya morbosamente en el contenido de la muestra, al referirse a una de las modelos del pintor: “¿Quién es Therese? ¿La fantasía de un viejo verde, un ángel encarnado en una niña, un momento de realidad elevado a la categoría de lo casi divino?” Tras las interrogantes, no ofrece respuestas.

Pasaron las semanas y salvo los remolinos sensacionalistas de la prensa, aún la que pasa por ser seria, nada perturbó el tránsito de Balthus por Madrid. Es más, en el balance de las exposiciones más destacadas del año, figuró la suya entre los cinco acontecimientos de la temporada en España, donde, sin dudas, las palmas se las llevó la extraordinaria agenda conmemorativa del bicentenario del Museo del Prado. El propio Thyssen, por estos días navideños, exhibe una exposición de gran peso cultural, Los impresionistas y la fotografía, pero ni de lejos ha concitado la atención pública de la retrospectiva balthusiana.

Dicho en honor a la verdad, los organizadores de la muestra del maestro francés se atuvieron a estrictos términos estéticos al fundamentar la presencia de Balthus en sus salas, y dejaron atrás la chismografía especulativa que parece perseguir al artista como una maldición.

De manera muy profesional, los curadores destacaron la diversidad de la obra sin dejar de señalar su recepción ambigua, tan admirada como rechazada, aunque haciendo énfasis en el seguimiento de un camino virtualmente contrario al desarrollo de las vanguardias. El propio artista señaló, en su día explícitamente, algunas de sus influencias en la tradición histórico-artística, de Piero della Francesca a Caravaggio, Poussin, Géricault o Courbet.

En un análisis más detenido, se observan también referencias a movimientos más modernos, como la Neue Sachlichkeit (Nueva Objetividad), tan cara a Otto Dix y George Grosz. Y hacen notar cómo Balthus, en su desapego a la modernidad, hoy podría ser tildado de posmoderno.

A fin de cuentas, Balthus cultivó un estilo figurativo singular, a base de formas contundentes y contornos delimitados, que recupera procedimientos tradicionales mientras roza ciertos efluvios de las vanguardias de entreguerras, mientras sus imágenes encarnan conflictos muy particulares, entre la objetividad y el misterio, el reposo y la inquietud, el erotismo y la inocencia.

Sus cuadros más famosos –no quiere decir los mejores– son los retratos de Therese, una vecina suya adolescente, a la que pintó con la anuencia de sus padres en los años 30. En 2017, Theresa sueña hizo sonar las alarmas cuando un grupo de jóvenes mujeres puritanas logró reunir 10,000 firmas para que el Museo Metropolitano de Nueva York retirara la obra de su colección permanente pública por considerarla sexualmente perturbadora. Sólo porque a la niña dormida se le veía la ropa interior. Por suerte, venció la sensatez contra la moralina y la ignorancia. Esta última llevó a los promoventes del linchamiento a desconocer que el retrato había sido exhibido, antes de llegar en 1979 a los fondos del museo neoyorquino, en galerías de Londres, Colonia, Marsella, París, Tokio y Kioto, y en varios museos de los propios Estados Unidos.

De lo que podemos estar seguros es que los puritanos estadounidenses sí estaban bien informados de los percances sufridos por las pinturas de Balthus en los años precedentes. En 2014, el Museo Folkwang de Essen, en Alemania, canceló una exposición del artista ante una campaña de extremistas locales que amenazaron con bloquear a la institución si abría sus puertas a un “pederasta” y se hacía cómplice de una “incitación a la pedofilia”. En 2016, el Partido de la Libertad de Austria (FPÖ), ultraderechista, condenó una retrospectiva de Balthus en el Kunstforum vienés, bajo el pretexto de que contenía un “trasfondo pedófilo inherente y desagradable”. Ninguno de los amigos de Balthus entrevió, siquiera de lejos, tales intenciones aberrantes en la obra del francés. Picasso y Derain lo elogiaron. Giacometti y Miró estimularon su carrera, pese a no comulgar estéticamente. Cuando Miró quiso regalar a su hija un retrato, buscó a Balthus y éste los juntó en un lienzo memorable.

Al argumentar la retrospectiva de Balthus como uno de los sucesos más relevantes de las artes plásticas en 2019, el crítico Carlos Granés expuso: “Es necesario agradecer al Thyssen la valentía de ofrecer al público una retrospectiva tan completa en esta época de puritanismo hipócrita y estúpido. Precisamente, los que se llenan la boca de la palabra ‘libertad’ son los que se escandalizan ante estos cuadros y pretenden purgar toda la historia del arte y la literatura, haciendo una criba de todo aquello que pueda incomodar a sus conciencias adormiladas. Y precisamente eso, si no andamos con cuidado, puede llevarnos en muy poco tiempo a una idiotez social absoluta”.