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Cultura

Cascanueces siempre en diciembre

Pedro de la Hoz

Diciembre baila con Cascanueces. Quizás no se tome en cuenta en otra época del año, pero una Navidad sin Cascanueces para muchos no es una Navidad completa. Esos muchos, lo sabemos, distan de constituir mayoría. Occidente no es el mundo. Se requieren compañías de danza clásica, teatro, una orquesta calificada mejor que una grabación, tecnología escénica, capacidad productiva artística, subsidios y mecenazgos.

De ahí que haya sido loable la articulación de esfuerzos entre la Compañía Nacional de Danza y la Orquesta Sinfónica de Yucatán para concretar las funciones del ballet clásico en el Peón Contreras, a cuyo escenario subió medio centenar de bailarines dirigidos por Elisa Carrillo y Cuauhtémoc Nájera para dar vida a la obra, con el respaldo del organismo instrumental conducido por el maestro Juan Carlos Lomónaco.

El Ballet de Jalisco no quedó atrás y en una puesta del polaco Dariusz Blazer, se apeó en el Teatro Degollado de Guadalajara con cuatro funciones con la Filarmónica de Jalisco y una prórroga de otras cinco con música grabada. Por su parte, el denominado Ballet Imperial de San Petersburgo desembarcó el último sábado con su Cascanueces en Cancún.

Durante los últimos tiempos, en una producción revisada por la inolvidable Alicia Alonso, el Ballet Nacional de Cuba cierra y abre año con Cascanueces. En los papeles protagónicos, Viengsay Valdés, actual directora artística de la compañía; Grettel Morejón, Anette Delgado, Sadaise Arencibia, Dani Hernández, Rafael Quenedit, Adrián Sánchez, Chanel Cabrera y Claudia García. Las entradas están prácticamente agotadas para el espectáculo en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, musicalmente acompañado por la orquesta de la institución, con el maestro Giovani Duarte en el podio.

La prensa neoyorquina suele decir que en esta época del año, las producciones de Cascanueces descienden sobre la ciudad con una consistencia más confiable que la nieve. La sorpresa de 2019 pasa por el inédito fichaje de la niña, que protagoniza la historia narrada por el ballet. Cuando Misty Copeland se convirtió en la primera bailarina principal negra del American Ballet Theatre hace cuatro años, rompió barreras raciales que existieron durante tres cuartos de siglo.

Ahora, la estudiante de danza Charlotte Nebres ha logrado otro hito: es la primera bailarina negra en asumir un papel estelar en el Cascanueces en el Lincoln Center. La aventajada aprendiz de 11 años de edad fue elegida como Marie en la producción navideña del Ballet de la Ciudad de Nueva York (City Ballet), en la consagrada versión de George Balanchine. Esto no ocurría desde que Balanchine la estrenó en 1954.

Nebres es de ascendencia trinitaria y el elenco que la secunda presenta a unos cuantos bailarines no caucásicos. Muy cercanos a ella: Tanner Quirk, de madre china, y Sophia Thomopoulos, hija de un matrimonio greco-coreano.

Es que también la School of American Ballet, la principal fuente que nutre al City Ballet, cambió. Si en los años 70, era excepcional ver a un afroestadounidense en la matrícula, en este 2019 de los 62 estudiantes que accedieron al cuerpo de baile de la compañía City Ballet, 21 se identifican como no blancos o mestizos y 12 abiertamente se reconocen como negros.

Tampoco deja de ser sorprendente el Cascanueces que albergó el Teatro Joyce, en el barrio neoyorquino se Chelsea. En 1960, Duke Ellington y Billy Strayhorn (autor del popular Take the A Train), quienes ya llevaban años de fructífera colaboración, tomaron la partitura original de Piotr I. Chaikovski, para desarrollar una suite atemperada al estilo del jazz. El experimento fue grabado por la orquesta de Duke y la Columbia se anotó un éxito de ventas. La versión de Ellington-Strayhorn es una reinvención genuina, fiel y única. A través de ella, dos músicos brillantes inclinan su sombrero ante un predecesor al hacer suya su música.

La coreógrafa Michelle Dorrance y su alegre equipo de bailarines de tap eligieron la música de Ellington y Strayhorn para el montaje este diciembre de Cascanueces, en el Joyce. Verdadero tour de force, dado que los jazzistas pensaron su partitura como una obra de concierto y no para el baile. La Dorrance no sólo pautó para la danza la suite de Ellington y Strayhorn, sino intentó mantener intacto el argumento del ballet clásico.

Entre tantos Cascanueces continúa siendo referencial el del Teatro Mariinsky, de San Petersburgo, y no podía ser de otra manera. Allí se estrenó el 18 de diciembre de 1892. El libreto fue elaborado por Marius Petipa, basado en la versión que Alejandro Dumas hizo de un cuento de Hoffmann. Petipa comenzó a trabajar en la coreografía en agosto de 1892, pero imposibilitado por una dolencia física dejó a criterio de su asistente Lev Ivanov el completamiento del trabajo. Chaikovski cumplió con la encomienda de escribir la partitura. Con el paso del tiempo, el Mariinsky, rebautizado en la era soviética como Teatro Kirov, sometió a revisión la coreografía original, tarea que llevó a cabo Vasili Vainonen en 1934. Con muy ligeras variaciones, es ésa la que aún está vigente en el Mariinsky y la que despedirá el año con función doble.

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