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Cultura

Ecos de mi tierra

Por Luis Carlos Coto Mederos

Caridad García Sosa

1143

Fidelidad

Guardianes de mi destino

se han erigido en mi alma,

la silueta de la palma

y los baches del camino.

En mis sienes late el trino

del sinsonte y del zorzal,

y el aire del manigual

transita por mis rincones,

batiendo las emociones

del sueño primaveral.

El agua del arroyuelo

salpica mi pensamiento

y humedece el sentimiento

por la nostalgia del suelo.

A veces, en raudo vuelo,

mis alas calman el ansia

de viajar a la distancia

para mitigar la angustia

y desciendo vana y mustia

en el jardín de mi infancia.

Y están las rosas marchitas,

yacen en sombras las flores

que aromaron los albores

de mis anhelos y cuitas.

Desnudas las margaritas

de pétalos perfumados,

y en los capullos cerrados

donde reposa la vida,

está mi niñez dormida

con los sueños apagados.

Vuelvo de la mente el giro

para disipar la murria

y el eco de una bandurria

danza en mi entorno guajiro.

Se me descuelga un suspiro

seducido por la brisa

y esbozando una sonrisa

me da la noche una estrella,

que el tiempo apoyado en ella

por mi frente se desliza.

1144

Calendario

Sueño con ir al batey

que fue mi cuna y matriz

y el viento arrulle feliz

mi sombrero de yarey.

Ver a Cazador, el buey,

reflejado por la luna

y escuchar una por una,

como en noches ya lejanas,

las cantatas de las ranas

al borde de la laguna.

Observar cómo el judío

en la tupida enramada

devora con la mirada

el quehacer del veguerío.

En la corriente del río

los pececillos pasar,

y cerca, por el palmar,

al pájaro carpintero

con entusiasmo y esmero

su vivienda fabricar.

Divisar en los linderos,

erguidos como guardianes,

los hermosos framboyanes

retadores y altaneros.

Corretear por los potreros

junto a Campeón y Caney,

pero el calendario es ley

que anula cualquier empeño

y no le permite al sueño

que yo viaje a mi batey.

José René Fuentes Cintado

(Renito)

1145

Antes

Antes, cuando yo tenía

veinte años más o menos,

mis ríos estaban llenos

hasta cuando no llovía.

La tierra me parecía

pequeña bajo los pies,

virar el mundo al revés

era mucho más sencillo

que tumbar un mamoncillo

y comérmelo después.

Antes, a los montes iba

para saciar los antojos

de ser la muerte con ojos

siempre mirando hacia arriba.

Más de un ave inofensiva

blanco de mi flecha fue.

Ahora, más viejo, no sé,

a todos los montes entro

a ver en qué rama encuentro

los huérfanos que dejé.

Antes, mi abuelo decía:

mata el murciélago ese

que la vida no merece

el que no ve por el día.

Sin embargo, que ironía,

el tiempo como reproche

fue cerrando cada broche

de lo que su vista fue

y ahora es él, el que no ve

ni de día ni de noche.

Antes, mi abuela en acecho

de todo lo que pasaba

las heridas me curaba

con telaraña del techo.

Pero no estoy satisfecho

de las curas recibidas,

porque arañas atrevidas

ahora me piden la tela

con la que hace tiempo abuela

me curaba las heridas.

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