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Cultura

Cimabue en la estratósfera

Pedro de la Hoz

El gobierno francés se ha puesto las pilas para frenar la salida de una obra maestra del arte medieval. En vísperas de Navidad, el Ministerio de Cultura de la nación europea impidió la exportación de la tabla Cristo burlado, pintada por el artista florentino Cimabue en el siglo XIII, cuyo hallazgo fue calificado como un “milagro”.

Por recomendación de la comisión de consulta de los Tesoros Nacionales, el ministro Franck Riester firmó la orden y amparó la obra por un plazo de 30 meses, en los que el Estado galo deberá procurar los fondos necesarios para la adquisición definitiva de la pieza destinada a formar parte de alguna de las colecciones de sus instituciones públicas.

La obra, realizada con la técnica de pintura al temple sobre una superficie de madera de apenas 25 centímetros de alto y 23 de ancho, recrea una escena de la pasión de Cristo. El proceso de autentificación implicó el uso de rayos infrarrojos, determinante en la atribución de la pieza a Cimabue y su datación, situada alrededor de 1280.

Detrás del descubrimiento de Cristo burlado emerge una trama de especulaciones y tribulaciones del mercado del arte en los tiempos que corren. Antes de llegar a ese punto, hay que dar fe a los vericuetos del azar. La obra permaneció por décadas sobre el respiradero de la cocina de una ruinosa mansión ubicada afuera de la norteña localidad de Compiegne. La familia de la propietaria, una anciana que ya no podía valerse por sí misma, decidió rematar el inmueble. Llamó a un tasador para que pusiera precio a muebles, decorados y varios cuadros que colgaban en sus paredes. El monto inicial no superaba los 6,000 euros, salvo el cuadro de marras.

Este se asombró al ver la tabla, que tanto la anciana como los parientes pensaban era un viejo ícono que formaba parte del botín traído por uno de los antepasados de las campañas napoleónicas en Rusia. El tasador intuyó que el cuadrito encerraba valores superiores y al someterlo a la consideración de los expertos del gabinete, Turquin confirmó lo que suponía: se trataba de una pieza de Cenni di Pepo, también conocido por Benciveni di Pepo y mucho más por Cimabue, quien nació en Florencia en 1240 y murió en Pisa en 1302, y ha sido consignado en la historia del arte occidental como el creador que dio brillo y esplendor a la Escuela Florentina del Trecento.

La cosa no paró en el hallazgo. Los familiares de la antigua propietaria se frotaron las manos al saberse dueños de una obra a la que mucho podrían extraer, de modo que, aconsejados por marchantes e intermediarios entrenados en sacar partido de las subastas, la colocaron en una puja organizada por la casa Acteon, con un precio de salida de 4 millones de euros.

A la hora de la verdad, esa cifra se multiplicó exponencialmente y la tabla fue vendida en definitiva por 24 millones de euros. Sin dudas, un precio estratosférico. En un principio no se reveló la identidad del comprador, pero a la larga, con motivo de los trámites relacionados con la exportación, se supo que eran los coleccionistas Alvaro Saieh Bendeck y Ana Guzmán Ahnfelt, residentes en los Estados Unidos. El nació en Colombia pero hizo carrera en la época de Pinochet y actualmente vive entre Chile y EE.UU. Preside el holding CorpGroup, con ramificaciones en instituciones financiaras y bancarias, supermercados, empresas inmobiliarias y medios de comunicación. En 2018, la revista Forbes lo ubicó como la cuarta persona más rica de Chile y la 729 en el listado mundial.

Saieh goza de reputación como coleccionista de arte medieval. Por estos días, el museo Jacquemart-André, de París, exhibe 75 obras de la colección privada de la familia Saieh, creadas por maestros italianos de los siglos XIII al XVII. La lista de nombres impresiona: Lorenzo Monaco, Fra Angelico, Uccello, Lippi, Bellini, Carpaccio, Tintoretto, Veronese y Gentileschi.

Es la primera vez que las reliquias artísticas de Saieh llegan al público. El multimillonario comentó a la prensa: “No nos gusta hacer de esto un show personal. Prestamos muchas pinturas, pero aparecen en nombre de una colección, no en el nuestro. El gusto nuestro es admirarla, no exponerlas. Entendemos que tenemos que prestar porque algunas son únicas y la sociedad tiene derecho a verlas. Pero a mí no me gusta figurar”. Le preguntaron si le gustaría que su colección aumentara en un futuro los fondos de un museo público, respondió: “Esa decisión corresponderá a mis sucesores, yo quiero seguir admirándola mientras viva”. Es decir, en sus propiedades y solamente compartida por amigos y socios.

Todo el mundo sabe que una de las ventajas de comprar obras de arte u objetos de colección radica en que en muchos países, en grados diversos, trae beneficios en la esfera fiscal y ese es uno de los pilares del mercado del arte. Por demás, en tiempos de incertidumbre y volatilidad de las finanzas, el arte es un refugio seguro.

Saieh no sólo ha estado en las noticias por la adquisición del Cimabue que ahora no podrá extraer de Francia, ni por la exhibición pública de su colección medieval. En el Chile neoliberal, que ahora se halla en plena ignición social, su grupo dejó cesantes en 2018 a 1,800 trabajadores de una cadena de supermercados bajo el pretexto de “un plan de mejoramiento operacional”.

Francia, también presenta una explosiva y prolongada ebullición social. En medio de ésta, el Ministerio de Cultura tendrá que arreglársela para hacer valer la tenencia patrimonial del Cimabue recién descubierto y subastado. Se dice que las autoridades culturales aspiran a colocar como destino final al Cristo burlado, junto la Maestá, que atesora el Museo del Louvre desde 1813, obra muy admirada del artista florentino.

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