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Cultura

El Día del Amor y la Amistad

Conrado Roche Reyes

En un principio fue el Día de los Enamorados, pasando luego a ser el Día de los Novios, un poco de tiempo después se amplió al Día del Amor y la Amistad, abarcando a mayor número de clientes, perdón, de personas, y, finalmente, para englobar a toda la población es el Día de San Valentín, alcanzando así, a imagen y semejanza del país del norte, a toda la población de ambos géneros –eso de “ambos” no es solamente dos, ya que existe una variedad y cantidad de preferencias, gustos y géneros sexuales en nuestros agitados días. Tanto San Valentín como San Antonio son santos casamenteros, como dice la antigua pieza del género –no sexual– chico español.

Antiguamente, en la fecha del 14 de febrero, se acostumbraba, si se tenía una novia o pretendiente, ya fuera “así nada más” o formal (arcaico eufemismo de mi época de adolescente para decir que ya se había hablado con los papás de la bella y estos habían dado su bendición al noviazgo), como un hecho casi acordado con los usos y costumbres, llevar una serenata. La abundancia de tríos era abrumadora en los alrededores de la Plaza Grande. Por supuesto, se abría la serenata con la inmortal pieza del recientemente fallecido compositor Enrique “Coqui” Navarro, titulada “Despierta Paloma”, y así seguían los trovadores cantando las sugerencias del interfecto, según estuviese el estado de su relación con la durmiente. El ruido de las bacinillas inundaba el ambiente hasta la ventana de los músicos. El pretendiente siempre estaba acompañado de sus mejores amigos, y era de rigor el estar herméticamente ebrio; sin esta premisa, la serenata era considerada al “chen tutús”, en español, híper súper mega light.

En lo personal, teniendo cuatro hermanas mayores, llegué a abominarlas, no a mis hermanas a las que adoro, sino a las serenatas y más aún a los “serenateros”; ya que además de las sempiternas del 14 de febrero, había durante el año varios pretendientes con serenata… y lo peor es que varios de estos eran amigos o compañeros míos. En Yucatán, una serenata no es como la vemos en las películas, en la que si la mujer no sale a la ventana o balcón es símbolo de rechazo, lo contrario era, pues… lo contrario. Aquí ellas nada más escuchaban cuchicheando entre sí y la mamá junto a la ventana, pero sin hacer el menor ruido.

También existían las cartitas de amor, los largos coloquios personales o telefónicos entre los enamorados, diciéndose palabras dulces y amorosas. O el famoso regalito. Era también un día propicio para la reconciliación.

Hoy día los chavos se la pasan detrás de la pantalla de la computadora mandándose símbolos de tres líneas y comentando lo último en tecnología cibernética. La generación anterior a esta, es decir, la “X”, aún realizaba dentro del perímetro de la escuela festivales en el Día de San Valentín. La escuela se adornaba con globos de corazón y no faltaba un registro civil “de mentirillas”, como se usaba en las antiguas kermeses, en donde también al “chen tutús” parejitas de preadolescentes se “casaban”, sabiendo que se gustaban. Todo un show.

Hoy la generación “Z” ni eso. La salida en grupo a cenar la consabida pizza. Y los que ya son novios o amigos con derechos, sigilosamente y poco a poco, van desapareciendo para “consumar su amor”. Para muchos de ellos, las serenatas y las palabras de amor, las cosas pequeñas que se hacían o regalaban, son cosa de “chuchules”.

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