Cultura

Podando el polvo de la jarana en Yucatán

Víctor Salas

Don Simón Peón, al invitar a John Stephens a conocer sus haciendas –que incluían la vastedad de Uxmal–, ocasionó que se escribieran enorme cantidad de asuntos relacionados con el desarrollo de las expresiones folclóricas en Yucatán. El invitado de don Simón fue un observador acucioso y escribió en detalle las vestimentas, adornos, bailes, ceremonias, fiestas, corridas de toros y el panorama silvestre de la entidad. Su ojos y sensibilidad de artista hicieron posible aportar testimonios de cómo se comportaba y divertía la sociedad Yucatán de mediados del siglo XIX.

Con las letras de Stephens podemos comprobar las equivocaciones existentes en lo que se refiere a los antecedentes y orígenes de nuestra jarana, por ejemplo, de la que se ha dicho, durante casi cuarenta años que se origina de la jota aragonesa y de unos sonecillos mayas.

La afirmación de que nuestro baile proviene de la jota resulta incompatible con la realidad, porque ese baile español no existió sino hasta 1845, tardó en evolucionar algunos lustros más y fue declarado baile oficial en 1895. Además, no se tienen pruebas documentales de que haya viajado a América, como sí lo hicieron la chacona, la jácara, la zarabanda o las folias. Desde esa perspectiva histórica es un despropósito descomunal haber afirmado tal influencia de una expresión popular sobre la otra.

Para complementar lo anterior transcribiré una trascendente descripción de John Stephens de su libro Viajes a Yucatán, traducido por Justo Sierra. Dice: “...cerca del anochecer llegamos a la majestuosa hacienda de Xcanchacán… que contiene cerca de setecientas almas… el cura que nos acompañaba con el fin de entretenernos suplicó al mayordomo que nos preparase un baile de indios. Casi al momento escuchamos el sonido de los violines y del tambor llamado tunkul.

”...empezaron a bailar. Llamábase este baile el toro. Después del toro, se cambió la danza en otra española en que los bailadores en lugar de castañetas, hacían crujir sus dedos. Este baile era más vivo y animado; pero aunque parecía agradarles más, no había en él nada nacional ni característico”. Es posible observar aquí que el tronar los dedos era conocido por lo indígenas desde antes de que la jota aragonesa apareciera en España misma. Desde esa danza española, nada más natural que en un momento dado se trasladara a la danza regional. Pero desde 1588, Antonio de Ciudad Real ya había escrito que los mayas bailaban también danzas españolas enseñadas por los frailes.

Los viajes de Stephens fueron realizados entre 1841 y 1842, tiempo anterior a la aparición del baile de la jota en Aragón, España. Pero, además, sabemos que todo surgimiento artístico pasa por una etapa de maduración para luego expandirse a otras geografías. Es más probable que el baile interpretado por los yucatecos estuviera emparentado con la jácara o una chacona, bailes que entraron a nuestro país por Veracruz, donde tuvieron una gran desarrollo e influencia. Asimismo, hay musicólogos e historiadores hispanos que aseguran que la chacona y la zarabanda son de origen americano y no al revés.

Las llegadas de cosas españolas a América tenían un registro impresionante. En el Archivo de Indias se tiene la relación de los ministriles, cantantes de capilla, compositores o músicos que llegaron a México para dirigirse a otros sitios. De la jota aragonesa no hay documentación que acredite su ingreso al México y menos a Yucatán.

De los sonecillos mayas que se mezclaron con lo español para hacer surgir nuestra música, se olvida que la estructura musical maya es pentafónica y la jarana es de 3/4 y de 6/8. La pentafonía no se escucha jamás en nuestro baile. Fueron Guty Cárdenas y Antonio Médiz Bolio quienes quisieron revivir esa forma musical y la integraron a varias de sus composiciones, pero esas danzas, distan mucho de nuestra jarana.

Si la arqueología contemporánea se ha dedicado a reconsiderar muchos de los temas de la cultura maya a partir de los nuevos descubrimientos, como los del Mirador en Guatemala o los del Perú, me parecería muy sensato y honesto que quienes asentaron de manera oficial tal argumento sobre nuestro baile regional, reconsideraran y corrigieran sus afirmaciones que fueron externadas sin bases documentales.

El antropólogo Irving Berlín Villafaña, director de Cultura del Ayuntamiento debería organizar una comisión de historiadores que asuman la responsabilidad de darle verticalidad y certeza al origen de nuestro baile regional, pera así corregir esos argumentos que cada semana se dicen en la Vaquería de los Lunes y la Serenata de Santa Lucía.

Este escrito lo he hecho esperando darle gratitud a quien de manera documental aporte datos al polvo del arte en Yucatán.

Con solamente los libros de Antonio de Ciudad Real y de John Stephens se podría vertebrar de mejor manera la historia de nuestra jarana. Amén de otras fuentes, existentes también.

En trabajos posteriores transcribiré las descripciones que John Stephens hace de nuestros bailes, curiosamente ubicados en las cercanía de donde estuvieron Alonso Ponce de León y Antonio de Ciudad Real, es decir, en el sur de nuestro estado, rumbos por donde el arte se ha mantenido vivo, de modo natural, porque era el tránsito de Campeche a Mérida.