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Cultura

Luis Carlos Coto Mederos

223

El gago Mamerto Triana

El gago Mamerto Triana,

que no se expresa muy bien,

una tarde tomó el tren

de Santa Clara a La Habana.

Elegante, a la cubana,

se sentó el gago en primera

y su gran emoción era

¡que iba con avidez

a ver por primera vez

la gran ciudad habanera!

El tren demoró en Colón

–era la hora de comer–

y el gago sin descender

se comió un pan con lechón.

Como que en su digestión

el gago no andaba bien

y, además, al pan también

mucha pimienta le echaron

al momento le empezaron

los dolores en el tren.

El pobre gago ignoraba

que hay un servicio en el tren

para el que no está muy bien

y ahora lo necesitaba.

Aguantaba y aguantaba

hasta que el tren triunfador

entraba con su calor

a Matanzas por la noche

y el gago bajó del coche

ágil como un volador.

Temiendo que se le fuera

el mismo tren en que vino,

al restaurante de un chino

fue Mamerto a la carrera.

Y al chino, que estaba afuera,

le dijo: –Miiiiira, pai-sano,

veeeeengo apu-rado, mi her-mano

porque es que el tre-tren se meeee va,

diiiiime prooooonto dooooonde es-tá

el servicio maaaaaas cer-cano.

Pero ocurrió un accidente

por cierto, bastante aciago,

porque también era gago

el chinito dependiente.

El pobre gago impaciente

por su mala situación,

esperaba la ocasión

de largar pronto el macuto

en el último minuto

de su desesperación.

Y el chino le contestó:

–Sí, hay selvicio pala uté,

hay ternera pa bisté

y carne coooon quimbombó.

Potaje ya si cabó,

pero sooopa mucha hay:

aló blanco de Shan-ghái,

buñuelo a la cati-bía;

mucho huevo pa tu tía

y tasajo pa tu mai.

El gago se retorcía

y para el cuarto miró

y el chinito comprendió

lo que el gago requería.

Entonces con simpatía,

le dijo: –Epela poquito,

tú busca cualto chiquito,

sigue patio hasta la leja…

y el gago le dijo: Deeeeeja

que ya no lo neeecesito.

Chanito Isidrón

224

Amor en los tiempos de Windows

Llegaste a mí en un disquete

barato, de tres y media,

dando inicio a mi tragedia

que para ti fue sainete.

Embullado con el brete,

hasta te escribí un poema.

Y allí empezó mi problema,

pues con tu amor prematuro

me diste en el disco duro

y me bloqueaste el sistema.

Inocente de tu treta

maligna, que hoy nos aparta,

te escribí en Word una carta

que salvé en una carpeta.

Con mi ilusión de poeta

en pos de un amor perfecto,

por tener cerca tu afecto

–hoy lejano e ilusorio–,

con tu nombre, en mi escritorio

hice un acceso directo.

Al ver la gota de amor

que, tacaña, me brindaste,

la carpeta en que quedaste

busqué en el explorador.

La marqué con el cursor,

seleccioné “eliminar”,

hice clic en “aceptar”

y, sin dudarlo siquiera,

la metí en la papelera

que ahorita voy a limpiar.

Gilfredo Boán Pina

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