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Cultura

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Fernando Muñoz Castillo

La sensación de que de afuera venga a contar mi historia alguien que la ignora, me invadió durante toda la representación, causándome malestar, un gran malestar. Sobre todo, cuando en este momento tenemos historiadores en Yucatán que han trabajado y siguen este tema con profesionalismo y ética histórica.

La “narraturgia” histórica resulta falsa como las historias de ciertas series de la televisión nacional e internacional. Sólo faltaron aplausos y risas grabadas.

El espectáculo queda, pues, desnudo, volviéndose un manejo de marionetas bien iluminadas, movidas con torpeza en muchos momentos, coreografiadas con los mismos movimientos de hace más de una década, que si un alumno del ESAY los usa para un trabajo extramuros, se entiende y se aplaude con reservas, pero entre y con “profesionales” es indigno.

Falto de imaginación y creatividad.

El sonido varios decibeles más arriba de lo normal que es cuando comienza a desfigurarse la música.

El inicio me agredió cuando vi y oí a tres actores y actrices gritar y escupirme a la cara un texto dicho a mil por hora, como si fueran animadores de televisión, o de radio, que no hablan, sino gritan y ni ellos se entienden, y nosotros el público, menos.

Rebeca Ruiz me sorprendió como actriz, la he visto pocas veces en escena, pero en este trabajo, descubrí su potencial, Erika Torres y Carlos Caballero como siempre, profesionales, enteros, vibrantes.

Los videos de Karla Rodríguez acertados, precisos.

La iluminación de Graciela Torres Polanco, impecable y profesional como siempre.

El espectáculo es truquero, propio de un zorro viejo de la escena que conoce qué se debe de manejar en cada momento para despertar en el público la emoción y el sentimiento que desea. Lástima que en esta ocasión haya sobrestimado su conocimiento histórico y antes de analizar el contenido de lo expuesto en estas funciones, se muestre soberbio y megalómano al comunicarnos que quiere presentar esto en el muelle de Progreso, en una milpa y no sé en cuántos lugares. Muy al estilo del grandilocuente Mtro. Jorge Esma Bazán.

En fin, es una obra de buena artesanía, no hay duda, pero no le va a curar el cáncer a nadie.

Ah, estimado Mtro. Luis Martín Solís, ignoraba que ya tenías cinco años viviendo en Yucatán.

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