247
El velorio de Olegaria
Mi pueblo es un pueblo triste,
entre llanos y montañas,
con tres plantones de cañas
y un central que ya no existe.
Aquí salir es un chiste
porque no hay dónde salir,
aunque pudiéramos ir
mañana a la funeraria,
si Dios quiere y Olegaria
se acabara de morir.
Y Olegaria que se atrasa,
y yo que me desespero
por salir, porque me muero
en un rincón de la casa.
Hoy tuvimos la amenaza
de una recuperación
y el pueblo como un bastión
inexpugnable y enhiesto
salió a la calle dispuesto
a impedir la salvación.
Se ha hecho tanta corona
y tanto café colado
que hay medio pueblo ingresado
y no hay flores en la zona.
La situación no perdona,
porque en tanta despedida
nos quedamos sin comida
para servir en la mesa
y hoy tenemos la sorpresa
que Olegaria está con vida.
Nelson Gudín
248
El medallón de la viuda
–Buenas noches, mi señora,
doy un saludo expresivo
porque tengo un buen motivo
para conversar ahora.
Le explicaré sin demora
cuál ha sido la razón
que tomé una decisión
ya que estoy maravillado:
por ser muy lindo y rosado,
présteme su medallón.
–¿Qué le preste el medallón?
¡Oh! Vaya usted poco a poco
o es que se ha vuelto loco
y ha perdido la razón.
No es tan buena su intención,
tiene malicia su gesto,
no resulta noble esto,
pues cuidado, Rafael…
¿Y qué haría usted con él
si es que ahora se lo presto?
–Yo se lo voy a cuidar
de eso puede estar segura
no perderá su figura
y quedará en buen lugar.
Yo sólo quiero jugar
sin estropear su armazón
y ya verás, corazón,
que después de este jueguito
usted dirá: Rafaelito
¡aquí está tu medallón!
–Déjese de satería
y olvide su petición,
porque yo este medallón
lo cuidaré noche y día.
No siga con su porfía
porque yo soy más porfiada,
busque usted otra monada
en algún que otro lugar;
¿con mi medallón jugar?
Olvídese, ¡de eso nada!
Luis Rodríguez Martínez (Leafar)
249
Yo tengo cuatro mujeres
Yo tengo cuatro mujeres,
de ellas algunas mantengo.
Digo tengo, porque vengo
a verlas en sus quehaceres.
Todas me causan placeres
de diferentes pasiones
y sé que sus corazones
laten por mí cada día,
lo que me causa alegría,
porque tengo mis razones.
No hay rivalidad ni celo
entre ellas, que yo sepa,
porque –dudas no le quepa–
todas me aman con desvelo.
A la que se tiñe el pelo,
aunque tiene su marido,
yo la quiero y no la olvido;
pero la más inocente
se lleva completamente
mi ganancia y mi cumplido.
Mas, no hay que ser malpensado,
óigame la explicación
y me dará la razón
cuando vea el resultado.
Aunque todas me han besado,
no me reproche, compadre,
pues la mayor es mi madre,
la menor, mi nieta hermosa;
la medio tiempo, mi esposa;
y de la otra soy el padre.
Ibrahím Monzón