Edgar Rodríguez Cimé
Casos como el Macay, la escultura de los Montejo y el mural de la ESAY, lo desmienten
Estimado Mauricio: Déjeme decirle que formo parte de quienes promovimos la “salida del PRI por la puerta de atrás de la historia política de México”. En este escenario, permítame aclarar que en Yucatán, como “sociedad civil” organizada para defender nuestros derechos, estamos en pañales, lo cual es aprovechado tanto por empresas extranjeras como por intermediarios.
El martes 26 de marzo de 2019, usted comentó que cuando visitantes elogian la paz de Yucatán en un mundo violento y preguntan cómo se ha conseguido, en vez de reconocer dos cosas: la naturaleza no violenta del pueblo maya, heredada al pueblo mestizo en la mayoría del territorio, y la seriedad puesta en la seguridad al mantenerse ajena al narcotráfico, respondió: “En Yucatán los gobernantes no hacemos lo que queremos. Aquí, cuando se toma una decisión, tenemos que consultarlo con la sociedad civil”, lo cual suena como para “aumentar su capital político”.
Pero ¿esto refleja la realidad o es mero discurso aristotélico? Quienes navegamos en “la nave de Caronte” del arte en Yucatán, sabemos que no es así. Existen “oscuros momentos de la cultura en Yucatán” que muestran que las artes todavía se manejan con criterios coloniales de hacendados de occidente.
Los artistas sabemos de tristes momentos en Yucatán: se recuerda aquella batalla dada por los creadores plásticos durante meses para cambiar la administración por una más sana y diversa al Museo de Arte Contemporáneo Ateneo de Yucatán (Macay), a lo cual se opuso el “patronato”, o sea, los García Ponce, el Poder tras el arte, contra la opinión de la mayoría de creadores.
¿Sabe usted una cosa?: en el prestigioso Macay jamás el público disfrutará a las X’tabayo’ob del pintor Marcelo Jiménez Santos (Quintana Roo), las escenas cotidianas de Leonardo Tzab, como las de la casa-museo del escritor y director de teatro Armando Dzul Ek (+) y el Mural Público del mercado municipal de Oxkutzcab, o la estética infantil de José Luis Cimé (Tixkokob), por los criterios excluyentes contra la estética maya que prevalecen en ese espacio.
Luego vino otra batalla, pero ahora de artistas, intelectuales y sociedad civil –de meses– que denunció la naturaleza antihistórica de honrar la destrucción cultural de la conquista a 500 años de esa barbarie protagonizada por España, con esculturas de los Montejo. Medio mundo en Mérida se opuso públicamente y a los gobernantes les valió la opinión del pueblo (fue cuando me enteré del creador que aceptó tal encargo. “Paccelli”).
Déjeme decirle que ahora, en pleno siglo XXI, cuando los especialistas del ambiente ya alertaron de un límite de 11 años para la cuenta regresiva de la civilización humana, en un universo donde la mayoría acepta las ventajas de la diversidad geográfica, vegetal, animal y humana, surge otra negación de la “estética de la diversidad” en la censura al mural público “Cenote de sueños”, en la Escuela Superior de Artes en Yucatán (ESAY), de la muralista chicana Juana Alicia, pintado junto con alumnos de la carrera de Artes Visuales.
Ante la aberración de las autoridades de la ESAY por censurar la obra de arte de una creadora extranjera que vino hasta Yucatán para dejar mural público, cuando su función debe ser aumentar el patrimonio cultural contemporáneo, la artista le solicitó su apoyo para acabar con la censura al arte en la Escuela Superior de Artes en Yucatán.
En vez de responder a la prestigiada creadora, cual compete a un “caballero” de su nivel, no solo está haciéndola esperar, “tronándose los dedos de angustia”, dejando de cumplir su tarea en el cuidado del patrimonio cultural, sino también está apareciendo como el servidor público que dice una cosa y el arte de Yucatán se encarga de “quitarle la máscara”.
Colectivo cultural “Felipa Poot Tzuc”