Cultura

El célebre artista plástico cubano Ernesto Roca, Choco,

conversa con POR ESTO! de su obra y otros afectos

Por Marina Menéndez

Fotos: Lisbet Goenaga

Especial para POR ESTO!

LA HABANA, Cuba.- Visitar el estudio donde labora el reconocido artista plástico Ernesto Roca, Choco, resulta un privilegio que permite apreciar una muestra del amplio abanico en que se desplaza su quehacer: hay cuadros al óleo, platos de cerámica, esculturas forjadas mediante la colografía…

Viste un impecable overol gris claro cuando recibe a las enviadas de POR ESTO!, porque Choco siempre está trabajando, y ese atuendo le imprime un aire más adusto que cuando se le ve en la calle o en las salas y galerías de arte, ataviado con su inseparable sombrero.

Acompaña a las reporteras y va formulando breves apuntes cuando recorremos el amplio espacio que le sirve de taller cada día; un lugar con puerta a la calle y donde palpita la capital desgranada en pregones, o en las voces de jóvenes que al mediodía transitan por Sol, una añeja y estrecha pero concurrida vía, en pleno corazón de una ciudad que lo vio crecer como artista, y sin la cual Choco no puede crear.

Era impensable que el Premio Nacional de Artes Plásticas de Cuba en 2017 no estuviera presente en la XIII Bienal Internacional de La Habana, así que hemos visto sus obras estos días como parte de exposiciones colectivas o únicas, en distintas locaciones: la Casa Carmen Montilla, el edificio de Arte Cubano de Bellas Artes y el Hotel Manzana Kempinski, donde comparte espacio con artistas bisoños, entre los cuales, dice en broma, él es el de más juventud…

Conversa con entusiasmo de la muestra en Bellas Artes, que califica como una de las instalaciones culturales emblemáticas de Cuba, y donde se exhiben obras que conforman un discurso en torno a la industria azucarera cubana y, en general, la economía de la Isla.

Presencia en esta bienal en instalaciones emblemáticas como el Museo de Bellas Artes, donde tiene una exposición muy interesante con respecto a la producción del azúcar, que fuera nuestra industria principal; participaron artistas gráficos, pictóricos, se conformó el quehacer de la economía cubana. Todavía expuesta. Con los pies en la tierra fue su exposición personal por el Premio Nacional hace unos dos meses.

Responde que “prefiero todas las manifestaciones del arte” cuando le pregunto por la colografía, esa técnica por cuyo eficaz empleo tanto se le conoce, y que ha desatado todo su afán de búsqueda y su ingenio.

“La colografía me ha dado mucho auge internacional. Sin embargo, yo pienso que no soy un gráfico, aunque la gráfica me ha identificado por todos lados. Se debe a que en una época, las circunstancias económicas del país me obligaron a hacer mucho grabado; no teníamos lienzo, ni óleos; no teníamos lugar donde hacer la obra pictórica.

”Pero existía el taller de la plástica de la Plaza de la Catedral, y allí nos reuníamos todos: Fremez, el gallego Posada, Contino, Miguel Valdés… Y desarrollamos una obra que no dejó que colgáramos los guantes. No es que yo prefiera el grabado, es que el grabado no nos dejó morir a muchos de nosotros.

”También pinto al óleo. De esa especialidad me gradué en la Escuela Nacional de Arte. En los últimos años estoy haciendo la escultura en bronce debido a una gira que realicé con el gran amigo Alberto Lescay, el gran escultor. Y estando en Alemania creo que descubrí a mucha gente que decía que mi obra estaba muy cerca de los planos tridimensionales.

”Te digo que esto de la escultura amplió mi trabajo, porque yo pinto; hice dibujos en tinta china en los años de 1970 al 80; me desarrollé mucho en ese trabajo. Después empecé a hacer escultura en madera utilizando la colagrafía, y últimamente, hace unos siete años, estoy incursionando en la cerámica.

”Todo esto ha hecho que amplíe mi obra. Yo estoy feliz. A veces, cuando uno tiene cierta crisis, ciertos problemas, puede desarrollar la técnica que más quiera. Y te vas a hacer esculturas: eso amplía tu diapasón intelectual y le da fortaleza a tu obra en general”.

–Algunos críticos le han calificado como un investigador. ¿Por qué?

–He hecho mucha investigación, principalmente en la colagrafía, que en los últimos 10 o 15 años le ha dado mucho impulso a mi obra. Y he hecho investigaciones profundas en relación con esta técnica para poder desarrollarla, y darle el énfasis que requiere.

“He investigado sobre materiales que le dan fortaleza, textura y color; materiales que son de desecho prácticamente: arena del mar, carborundo (carburo de silicio); latas que hallo por la calle, las aplasto, y le dan una textura maravillosa a esta técnica.

”¿El carborundo? Es un polvo metálico que le otorga textura y suavidad a la obra. Pero es un producto caro y yo, indagando, hallé que con el empleo de la arena nuestra del mar, muy fina, se consigue un resultado parecido. ¡Y solamente tengo que ir a la playa de Santa María del Mar!

”Luego, la arena se cierne y se usa como el carborundo. Yo la uso en la plancha de la matriz para dar planos limpios, o de diferente color, el que quieras. Te da el plano limpio, sensible y fuerte”.

–Ud ha realizado series que tienen que ver con la realidad que ha estado viviendo en ese momento. Por ejemplo Macheteros, o sus obras sobre Angola. ¿Se siente más motivado por la realidad que lo circunda en un momento dado, o por los temas de ficción recreados en su mente, menos testimoniales?

–Mis temas han sido vivencias. Cuando yo empezaba a trabajar, por ejemplo, con las imágenes de los recolectores de frutas, o de los cortadores de caña, aludía a acontecimientos en los que yo había participado, porque la Escuela al Campo nos llevaba (a los jóvenes cubanos de otras épocas) a estos sitios, como parte de nuestra formación integral.

“Pero esas vivencias sirvieron después para que yo las plasmara en un plano bidimensional, porque yo físicamente las había vivido. Son mis temas, pero también fueron mis vivencias.

”Cuando empecé a hacer todas las obras sobre África, fue porque también estuve mucho tiempo en ese continente y vi asuntos sociales y relacionados con la guerra. Conocí muchas cosas de las sociedades africanas; la angolana, fundamentalmente.

”Tenía grandes amigos como Malangatana, uno de los grandes artistas de Mozambique y de África, universalmente conocido, que influyó mucho en mi forma de poner el color, en mi manera de decir. También cuando hice los yinguindo, es una palabra kimbundu que quiere decir trenza en español… Eso lo veía, estaba al lado de ellas cuando las mujeres se estaban tejiendo el cabello, o en las plazas, cuando estaban comprando las frutas.

”Toda esa obra que tú puedes conocer, de finales de los años 70 y principios de los 80, fueron vivencias de mi estancia en África. Y eso tiene que ver con la coloración, el medio ambiente. Lo llegué a plasmar como lo viví y lo sentí, y uno después le da rienda suelta a la imaginación…”.

–¿Es entonces la vivencia lo más importante para usted?

–Pienso que sí. Ya después de los años de 1990 empiezo a tener vínculos con amigos espiritistas, babalawos, aunque no tengo “hecho santo” ni nada. Pero es parte de nuestra cultura está tras la puerta de cada casa, y yo como cubano no puedo vivir lejos de eso.

”Porque sabes que a veces a todas estas cosas religiosas, de la religión yoruba, uno no posee acceso aunque ‘tengas hecho santo’. Pero eso está en el ambiente: nuestra Virgen de la Caridad, Shangó, Yemayá… Es un poco la historia, que es linda, de cada uno de estos orishas. Y eso es parte de nuestra vivencia, nuestra cultura. Por tanto uno tiene que reflejarla de una forma u otra”.

–Santiago, ¿qué papel tiene en su obra?

–Santiago es mi ciudad, el lugar donde yo nací. Pero me fui de Santiago a los 13 años para estudiar en La Habana: ya perdí los amigos de la infancia… A veces las personas piensan que soy habanero. Pero no. Sin embargo, yo no puedo pintar sino estoy en La Habana. Tengo una compenetración tremenda con esta ciudad.

–¿Ha dicho usted que el entorno de este estudio donde trabaja le inspira?

–Después que terminé la Escuela Nacional de Arte, yo pasé dos años y medio en Santiago de Cuba como maestro en la escuela José Joaquín Tejada. Aprendí muchas cosas allí: con las personas de la Casa de la Nueva Trova… Los artistas santiagueros creo que me influenciaron mucho en la forma de hacer y de sentirme como artista.

“Pero La Habana me seducía, y tuve que regresar. Vine para acá. Ya yo conocía a Servando Cabrera, a Portocarrero, llegamos a ser amigos. Ellos me enseñaron muchas cosas, sobre todo mi profesor Fernando Ruiz y Sosabravo. Todos esos artistas hicieron grande mi obra y mi futuro.

”La Habana es misteriosa, es especial. Uno la siente muy cerca y, a lo mejor, uno la entiende: como ha estado desandando porque no tenía casa o no tenía otros montones de cosas porque uno no es de aquí, la ha desandado más que un habanero. Las gentes que no somos de aquí conocemos más La Habana que un mismo habanero”.

–¿Cuáles son sus planes inmediatos…?

–Los de siempre: trabajar fuerte con mi galería de Zurich, mi galería en Miami, con otra que antes estaba en Boston y ahora se encuentra en Los Ángeles. El año que viene habrá grandes sorpresas. Habrá grandes cosas con mi obra, fundamentalmente en Europa. Son proyectos, y espero que no se queden en proyectos. Estoy trabajando mucho. Esas galerías y otras instituciones que me van a invitar están esperando grandes cosas de mi obra, y yo trataré de ser consecuente con eso”.