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Cultura

Viernes Santo, ayer oración; hoy, 'Vamos al puerto ‘wey’, hay chupe y viejas”

Conrado Roche Reyes

La semana mayor, es decir, Semana Santa, se ha convertido con el paso del tiempo, y en cierta medida impulsada hace muchos años, hablo de siglos, por la misma Iglesia católica. De ser una época de recogimiento y oración, fue pasando a ser un fenómeno social.

Hablemos de la Semana Santa en nuestro estado y, especialmente, en la ciudad de Mérida. La familia espera con ansias la llegada del fin de semana. Es una colonia proletaria. El Viernes Santo empacan sus avíos para pasarla bomba en Progreso, principalmente, o en otros lugares de la costa yucateca. Los papás irán al vecino puerto con los hijos más pequeños cediendo a las presiones de sus dos hijas adolescentes que irán aparte con sus amigos y amigas. “No seas anticuado, papá, ahora así se usa”, dicen al unísono los jóvenes de varias colonias y asentamientos del sur de la ciudad. Y así papá, mamá y el pequeño Brayan acuden a la terminal de autobuses. Una larguísima cola les espera. A las chicas las pasará a buscar un amigo que tiene carro. Aquellos recatados y casi ropa de luto que usaban sus abuelas han dado paso a lo políticamente correcto. Tanto Stefany (16 años) como Karen (15 años) han escogido lo socialmente de hoy: los bikinis más diminutos que pudieron encontrar. La avanzada de los padres ya llevó el “bastimento”, una enorme nevera llena al tope de cervezas y unos dos tres sandwichitos para los “dzirizes”.

El carro llega a buscar a las chicas; Gael es el dueño, el más preciado fruto del Mayab antepasado. Ellas suben felices, aún tienen puestos sus shorts; sin embargo, estos denotan sus sensuales y juveniles cuerpos. Van por el resto de la banda. Stefany dice a Gael: “¿Va ir Arantxa, wey?”. El otro responde afirmativamente. “No manches, wey, esa nos va aguar la fiesta, wey”. Gael no hace caso. Ya listos, llegan al puerto. Las marcas comerciales compiten para ver quién hace más ruido. Es extremadamente escandaloso el volumen. La Banda El Limón, todos los reguetoneros de moda cantan por los magnavoces. Este ritmo (¡fo! digo yo) es como magia para las chicas y chicos de este grupo que ya están en la playa y se despojan de sus shorts para dejar paso a los bikinis, muy pequeño, pero… ni comparación con las putichicas de Acapulco shore que una empresa cervecera contrató bailando con movimientos súper sexis. Otra en putifalda gira en la tarima para que el multicéfalo pueda mirar sus nal... gas.

La playa está llena. Kevin, de la Amalia Solórzano, ha llevado un pomo de bacacho. Beben cerveza y licor todos a una. Nicole está bailando y chupando como loca. Su compañero Christian la anima. El ambiente de farra se contagia, toda la playa estó en éxtasis de alcohol y reguetón. Las Acapulco shore ya están pedas y muestran los senos, se besotean entre ellas. Los varones del mismo programa levantan gritos de alarido entre las mujeres “Papacito, qué bueno estás”. Son ya las tres de la tarde, la pachanga erótico etílica musical está que arde. El Mandy compra unas pizzas, ¡cómo le ha gustado la pizza a la clase humilde! Pero el clímax llega cuando el animador, con voz de locutor yucateco de radio (según ellos, juvenil) anuncia que la chica que tome más tequila y baile más sexual se ganará dos caguamas y entrará al concurso de camisetas mojada.

“Vamos, wey”, le dice a la Ana Claudia. Puestas de cabeza les echan el licor adulterado, que ellas beben con fruición. Entran al concurso y con el agua sus esplendorosos senos parecen saltar de gusto. Malcon, de la Mulsay, toma a Estefany y le dice “Wey, vamos bajo el muelle detrás de un barco abandonado”. Ella, ya encarrerada, responderá: “A huech, wey”, y se van al bacaleo. Son las tres en punto, la hora en que el redentor expiró en la cruz. Ellos, ni enterados.

De niño, en mi casa de Progreso, “El Pastel” (que por cierto he leído la vacilada de que era la casa de Pedro Infante, juar juar) y en toda la ciudad se hacía un silencio total. Las difusoras no transmitían, los juegos de béisbol se suspendían, incluso el baño de mar nos estaba prohibido. Se rezaba. Las iglesias llenas de fieles compungidos. Los santos en ellas, tapados en señal de luto.

Hoy día en Progreso, lo profano es algo tan natural como tomarse una lata de cerveza o encuerarse alguna ya bien ebria con música estridente y putichicas bailando, dando putivueltas en la tarima. Viernes Santo. Mientras la playa es casi una orgía, en la iglesia del puerto, unas cuantas beatas, ya muy viejas, hacen plegarias y alguna hasta llora .

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