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Cultura

El divino Narciso mira su rostro en Mérida

Fernando Muñoz Castillo

Inspirada en El divino Orfeo, de Pedro Calderón de la Barca, El divino Narciso, de Sor Juana Inés de la Cruz, retorna a Mérida para mirar su rostro en las mismas aguas donde se miró la primera vez, aunque un gran sabio dice que nadie se baña dos veces en las aguas del mismo río.

Después de haberse puesto en otros escenarios del país, con mucho éxito y admiración para su directora, Raquel Araujo, esta obra barroca o tal vez más churrigueresca escrita por Sor Juana regresa ahora a un teatro grande del centro de la Ciudad de Mérida, con actrices más maduras en su hacer escénico y con un nuevo lustre.

Ya sabemos que el trabajo de Raquel tiene esa cualidad teatral, ir girando como un magiscopio de Feliciano Béjar, hasta encontrar una forma de ser mirado y de mirarnos, que empieza a mostrar el camino que la obra escogió por sí misma recorrer en los escenarios y en la imaginería del espectador.

Esto no quiere decir, que en una próxima puesta, Raquel dé una vuelta de tuerca y nos sorprenda como el mago o el ilusionista a su público.

Alquimista de las ideas y de las imágenes, nuestra directora se deleita con ese juego teatral y en este caso, con mayor razón, ya que lo que tiene entre manos es un obra del más maravilloso barroco en habla hispánica, donde juega con palabras y la cosmogonía precolombina, haciendo más elaborado el no dejar un espacio vacío. El terror al espacio vacío, algo propio de este corriente artística y maravillosa donde el habla y las ideas se traducen en metáforas de las metáforas.

Es lo que intentaron rescatar Severo Sarduy y Alejo Carpentier, haciendo que se hablara de una nueva corriente literaria: lo real maravilloso americano.

Raquel conoce todo esto y juega con una postura de siglo XXI, donde nada es lo que se mira ni lo que se mira es nada.

Gocemos, pues, una vez más esta puesta en escena, con más certezas y con nuevas preguntas, resultado de su andar por otros caminos más allende del Mayab.

En el cuadro III, Escena VI, Sor Juana pone en labios de la Naturaleza Humana el siguiente texto:

¡Oh, cuántos días ha que he examinado

la selva flor a flor, y planta a planta,

gastando congojado

mi triste pie fatigado, vagabundo,

tiempo, que siglos son; selva,

que es mundo!

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