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Pedro de la Hoz

El Gran Premio Cubadisco, máxima recompensa anual de la discografía cubana, fue compartido en la edición correspondiente a 2019, cuyos resultados se dieron a conocer este último fin de semana. Que haya ido a parar a manos de las orquestas Los Van Van y Revé, por el registro del concierto en vivo conjunto que ofrecieron en la Ciudad Deportiva de La Habana hace año y medio, a nadie sorprendió por el legado histórico y la excelencia interpretativa de dos agrupaciones de relieve internacional, imprescindibles en la evolución de la música popular bailable contemporánea.

A la vez como justa, sabia y orientadora se presentó la decisión del jurado al situar en un idéntico nivel jerárquico el fonograma Saxofones Live Sessions (Egrem). Esta sí fue una sorpresa, no por las expectativas cifradas en una concertación artística de lujo, sino por la apertura de una ruta inédita que debe redundar en nuevas cotas altísimas, tanto para la música cubana como para el repertorio universal del saxofón.

Lo que un día conversaron, en medio de un estudio de grabación, Germán Velasco y César Alejandro López, tomó cuerpo y densidad en poco tiempo. ¿Por qué no reunir a saxofonistas de primera línea en un proyecto que fuera más allá de las convenciones al uso? No sería un cuarteto, la formación de cámara más establecida en las prácticas colectivas de esa familia instrumental; a Germán le seducía probar con una quinta voz. De ahí la idea de armar un quinteto. No es el primero en la isla; por ahí anda Arcis, meritorio empeño pinareño, y el muy reciente Conatus, de Guantánamo. El vuelo de Cuban Sax Quintet –pienso que la titulación en inglés no es más que un guiño para el mercado– partió de una bitácora diferente.

¿Qué música interpretar? ¿Clásica o popular? ¿Transcripciones, versiones, u obras originales? Para esto último había opciones; César tenía algunas obras, al igual que Germán, y ambos sabían que Alfred Thompson había escrito partituras sin estrenar. La cuestión pasaba por hallar un equilibrio entre el perfil camerístico (lenguaje armónico y balance tímbrico propio de los agrupamientos de este tipo en la tradición occidental), y el jazzístico (que puso en primer plano el papel del instrumento creado por el belga Adolphe Sax en los años 40 del siglo XIX), sin perder de vista los vínculos de la identidad cubana con el mundo.

Todo esto debía hallar cauce en la interpretación. Germán y César, ambos camagüeyanos, donde hay una probada escuela, se instalaron desde hace mucho, en la vanguardia del saxofón en Cuba y otras tierras. A la vera de Chucho Valdés, en Irakere, se empinaron en etapas diferentes. Germán estuvo en NG la Banda con José Luis Cortés antes de que la sensacional orquesta comenzara a sentar cátedra como tal, y en la nómina de Pablo Milanés ha puesto lo suyo. Vale también su larga experiencia como director y productor musical.

Después de Irakere, César vertebró y sigue liderando Habana Ensemble, donde ha desplegado al máximo sus potencialidades como intérprete, director, compositor y orquestador. Su catálogo autoral no ha dejado de crecer con obras que van de la música de concierto –con la escritura sinfónica por delante– a la descarga cubana y el jazz.

El fichaje se completó con Alfred Thompson, quien ha pasado por Irakere, Habana Ensemble y otros proyectos puntuales; Evaristo Denis, joven veterano de las huestes de Habana Sax, con una fecunda labor en la docencia y una ejemplar ejecutoria como baritonista; y el joven y muy talentoso Yamil Schery, emergente entre los laureados del certamen Jojazz.

Con esas credenciales merecieron la confianza de la Egrem para grabar el disco, en sesiones que el joven ingeniero Yamil Cohimbra se las arregló para que cada ejecutante sacara adelante su sonido y a la vez destacara la coherencia de la emisión colectiva. Ni los saxofonistas ni el grabador perdieron de vista que por muy encumbrados y virtuosos que fueran, lo importante era la textura armónica y tímbrica del quinteto.

Esta responde a la demanda de cada pieza, en ajuste perfecto, sin perder el estilo ni la personalidad de los compositores implicados en las once piezas del fonograma. Oído hace fe: Allegro en Re menor a Párraga, de Germán Velasco, privilegia los pasajes ligados que exigen un empaste preciso; Bolero a mi padre, de Alfred Thompson, se decanta por la filiación jazzística del filin; y Caprichito, de César Alejandro, revela la libertad con que el autor suele jugar con las formas clásicas dentro de una vertiente discursiva muy abierta.

Ya Germán habla de una segunda vuelta. El venero es inagotable.

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