“Oye, niña, ven acá”, dice un despachador a un chofer de combi. “A ver, estúpida, siéntate junto a mí”, ordena campantemente una estudiante a una compañera en el autobús. “¿Cómo te ha ido, maricón?”, expresa como saludo un hombre maduro a su interlocutor del celular.
Han cambiado muchos las palabras con que los yucatecos se saludaban o se dirigían familiarmente a los amigos y conocidos. Un cambio extremo, en su mayoría degradante, que habla mucho del estado anímico de una sociedad al igual que de su condición comunitaria.
Antes, entre los varones se empleaban nombres que tendían a reforzar la amistad, el compañerismo, la valentía y, a la vez, a estimular el espíritu, algo muy diferente de lo que ocurre ahora como signo de los tiempos, que es rebajar al interpelado, insultándolo como práctica común ya aceptada.
Además de los términos generalmente reconocidos entre varones como señor, joven y caballero, los vocativos antes respondían a una voluntad de apoyarse mutuamente o a la de ser parte de una comunidad (amigo, compañero, camarada, hermano, bróder, cuate, carnal, compadre, socio, padrino).
O bien, a la de expresar condiciones viriles, ya fuesen del propio sexo, como humanos (hombre, varón, campeón, galán) o del reino animal (macho, tigre, gallo). Algunas otras tienen que ver con juventud, sin que importe si es real (muchacho, chavo, chico, niño, hijo) o, aunque con reservas, con la edad avanzada (tío, abuelo).
Con las normalizadas de señora, señorita, joven y dama, entre las mujeres se ponderaban condiciones de estimación, de belleza o de juventud (amiga, compañerita, carnalita, corazón, amor, mujer, linda, chula, nena, chica, chava, niña).
Pero ahora el cambio es drástico. Entre varones predomina a gran escala la negación de la inteligencia en los vocativos (pendejo, idiota, loco, sataol, animal, saraguato) o de la virilidad (maricón, puto, cangrejo, puñal, culero, hembra, niña, nenita, hija) o de la dignidad familiar (hijueputa, pelaná) además de algunos ambivalentes (cabrón, wey, flaco, papi, don).
Entre mujeres se atiende más a la negación de la inteligencia (idiota, estúpida, pendeja, burra), de la belleza (fea, horrible) o de la bondad (perra, maldita), además de los ambivalentes (cabrona, wey, gorda, flaca, mamita).
Estas formas negativas de llamarse unos a otros en las calles, en las reuniones o al teléfono no son hechos banales. Indican un estado de cosas en que se manifiestan la falta de respeto, de valoración humana y de solidaridad. Son una forma de violencia implícita en la vida diaria, como tendencia verbal que se aúna a otras de distinto tipo.
Un cambio en la actitud de dirigirse al prójimo sería mucho más que un grano de arena para reforzar el tejido social. La cuestión de las palabras también conlleva intenciones aún cuando éstas no parezcan ser conscientes. Muchas personas justifican estas expresiones como un mero juego, como bromas entre amigos, pero no hay nada de inocente en esta degradación pública, hecha día a día, a lo largo del territorio yucateco.