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Cultura

Ecos de mi tierra

Por Luis Carlos Coto Mederos

La Espinela II

Antes de repasar la sucesión de poetas decimitas (y sus obras más representativas) que desde el siglo XVII y hasta nuestros días nos acompañan, marcando con sus nombres de letrados cultivadores el origen culto de la estrofa de diez versos, esa que tan bien se aviene a la naturaleza virginal de nuestros cantos populares, quiero detenerme un instante en este trabajo de nuestro decimista mayor, Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí), escrito en 1940 y que expresa como ninguno el verdadero espíritu y significado de la décima criolla en la cultura cubana.

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Canto a la décima criolla

Viajera peninsular,

¡Cómo te has aplatanado!

¡Qué sinsonte enamorado

te dio cita en el palmar?

Dejaste viña y pomar

soñando caña y café,

y tu alma española fue

canción de arado y guataca,

cuando al vaivén de una hamaca

te diste a “El Cucalambé”.

Amaste a Cuba, al caney

que, huérfano de fortuna,

se levantó como en una

persistencia siboney.

La ceiba te habló de Hatuey,

te embriagó el azul del cielo,

te conquistó el arroyuelo

con musical bienvenida,

y te quedaste prendida

al verde imán de mi suelo.

Dijiste al guajiro: Canta,

no llores más infeliz,

que yo me haré una raíz

de música en tu garganta.

Tendiste bajo su planta

dulce alfombra de ilusiones;

y fuiste en los callejones

de las tierras del central

anestesia musical

aplicada a sus pulmones.

Desde entonces el guajiro

te prendió al pecho angustiado

y ocho sílabas le han dado

la medida de un suspiro.

Te hospedas en su retiro,

lo alientas en sus labores,

melificas sus dolores

y eres, hecha madrigal,

la confesión musical

de sus tímidos amores.

Con blancura de azucena

llegaste al cañaveral

y el sol del camino real

te dio la gracia morena.

Cuando una bandurria suena

como un corazón doliente,

allí tú dices presente

al trovador que medita

y no anuncias tu visita:

te apareces de repente.

A veces te desenfrenas

en combate desvelado,

cual si hubieras inyectado

sangre de gallo en tus venas.

Tiemblan las noches serenas

en que tu pasión estalla,

porque frente a la batalla

de dos improvisadores,

sueñan los espectadores

con la emoción de una valla.

Pero cuando al monte fue,

Cuba, en su corcel montada,

y la manigua incendiada

dio un grito y se puso en pie,

abriste surcos de fe

para sembrar patriotismo;

y ya con un espejismo

de libertad y derecho,

te brillaron en el pecho

diez medallas de heroísmo.

Pensaste que ya en tu frente

jamás habría una sombra,

que no tendría tu alfombra

de lirios, un cardo hiriente.

Pero, desdichadamente,

tu alegría pasó en fuga:

en tu ceño hay una arruga

y en tus ojos un desvelo…

¡Todavía eres pañuelo

que un llanto de sal enjuga!

Has visto a ese labrador

que, mientras piensa y trabaja,

es árbol que se desgaja

en lágrimas y sudor.

Y en tanto el explotador

sueña en una nueva orgía,

lo has visto en la noche umbría

desprenderse del arado,

con el hombro doblegado

por todo el peso del día.

La sordera del camino

escuchó tu trino rojo

la tarde que un desalojo

mató el hogar campesino.

Y envuelta en ese destino

de triste desalojada,

tomaste desesperada

la Carretera Central

y al verte la Capital

se volvió una carcajada.

Vals, sonata y opereta

y aburguesados danzones

te echaron de los salones

por no vestir de etiqueta.

Afrancesado poeta

te vio con fría mirada;

sólo en la pobre barriada

te dieron sombra y calor

son y rumba con dolor

de negra discriminada.

Yo desde niño te llevo

del brazo como una esposa,

guajirita lastimosa

con hambre de mundo nuevo.

Incubaste como un huevo

de sinsonte el alma mía,

desde que, en la sitiería,

junto al arroyo sonoro,

como una botija de oro

encontré la Poesía.

¡Cómo no cantar por ti,

canción sudada en mi padre,

ritmo de cuna en mi madre

y la misma vida en mí!

Yo contigo recorrí

la ciudad y la espesura,

y en ti guardo la dulzura

como sorbos de café

de los besos que apuré

en jícara de aventura.

Jesús Orta Ruiz (El Indio Naborí)

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