Cultura

El condenado a muerte

Fernando Muñoz Castillo

III

ENAMORADO: Un muchacho dormido solicita las boyas

que no lanza el marino al dormido lunático.

Un niño contra el muro erguido permanece,

otro duerme encogido con las piernas cruzadas.

Yo maté por los ojos de un bello indiferente

que nunca comprendió mi contenido amor,

en su góndola negra una ignorada amante,

bella como un navío y adorándome muerta.

Cuando ya estés dispuesto, alistado en el crimen,

de crueldad embozado, con tus rubios cabellos,

en la cadencia loca y breve de las violas,

degüella a una heredera tan solo por placer.

Súbito aparecer de un férreo caballero

impasible y cruel; pese a la hora, visible

en el gesto impreciso de una vieja que gime.

No tiembles, sobre todo ante sus claros ojos.

Del tan temido cielo de los crímenes

de amor viene este espectro. Niño de las honduras

nacerán de su cuerpo extraños esplendores

y perfumado semen de su verga adorable.

Pétreo, negro granito sobre alfombra de lana,

la mano sobre el flanco, óyelo caminar.

Hacia el sol se dirige su cuerpo sin pecado

Y tranquilo le tiende a orillas de su fuente.

Cada rito de sangre delega en un muchacho

para que inicie al niño en su primera prueba.

Sosiega tu temor y tu reciente angustia.

Chupa mi duro miembro cual si fuese un helado.

Mordisquea con ternura su roce en tu mejilla,

besa mi pija tiesa, entierra en tu garganta

el bulto de mi verga tragada de una vez,

¡ahógate de amor, vomita y haz tu mueca!

Adora de rodillas como un tótem sagrado

mi tatuado torso, adora hasta las lágrimas

mi sexo que se rompe, te azota como un arma,

adora mi bastón que te va a penetrar.

Brinca sobre tus ojos; y tu espíritu enhebra.

Inclina la cabeza y lo verás erguirse.

Notándolo tan noble y tan limpio a los besos

te postrarás rendido, diciéndole: ¡Madame!

¡Escúchame, madame!¡Madame, voy a morir!

¡La casa está embrujada! ¡La prisión vuela y tiembla!

Socorro, nos movemos! ¡Unidos llévanos

a tu blanca capilla, Dama de la Merced.

Manda venir al sol: que llegue y me consuele.

Estrangula a esos gallos! ¡Adormece al verdugo!

Sonríe maligno el día detrás de mi ventana.

Para morir la cárcel es una pobre escuela.

En mi garganta inerme y pura, mi garganta

que mi mano más suave y formal que una viuda

roza bajo el tejido sin que tú me conmuevas

imprime la sonrisa del lobo de tus dientes.

¡Oh ven, sol hermosísimo, ven mi noche de España

acércate a mis ojos que mañana habrán muerto!

Llégate, abre la puerta, aproxima tus manos

y llévame de aquí rumbo a nuestra aventura.

Despertar puede el cielo, florecer las estrellas,

no suspirar las flores y, en los prados la hierba

recibir el rocío que bebe la mañana,

sonará la campana: sólo yo moriré.

¡Ven, mi cielo de rosa, mi rubio canastillo!

En su noche visita al condenado a muerte.

¡Arráncate la carne, trepa, muerde, asesina,

Pero ven! Tu mejilla apoya en mi cabeza.

Aún no hemos terminado de hablar de nuestro amor,

aún no hemos acabado de fumar los “gitanes”,

debemos preguntar por qué razón condenan

a un criminal, tan bello, que resplandece al día.

¡Amor, ven a mi boca! ¡Amor, abre tus puertas!

recorre los pasillos, baja, rápido cruza,

vuela, por la escalera más ágil que un pastor,

más supenso en el aire que un vuelo de hojas muertas.

Atraviesa los muros, camina por el borde

de azoteas, de océanos; recúbrete de luz,

usa de la amenaza, de la plegaria usa,

pero ven, mi fragata, a una hora del fin.

Continuará.