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Cultura

La humildad de Manuel Rosenthal

Pedro de la Hoz

Manuel Rosenthal no hablaba mucho de sí. Llevaba el curso de la conversación a la música y volvía una y otra vez al punto de partida, para él Maurice Ravel. Había sido su discípulo y le debía su inclinación por la dirección orquestal.

“En 1928 –contó– Ravel me aconsejó dar un concierto con mis obras y las suyas. En el primer ensayo, todo iba bien, nada catastrófico. Luego descendí del estrado y me encontré con Désiré-Émile Inghelbrecht, quien fundó en 1934 la Orquesta Nacional de Francia. Y me preguntó: ‘¿Hace cuánto tiempo dirige?’. ‘Desde hace una hora’, le respondí. ‘¡Felicitaciones! Usted es muy talentoso’, me dijo. Cuatro años después me convertí en su asistente”.

Esa fue la plataforma de lanzamiento de una notable carrera como director orquestal, a veces lamentablemente asordinada, pues no era individuo dado a la autopromoción. Y esto es bueno que se sepa cuando hace apenas unos días, el lunes 17 de junio, se cumplieron 115 años de su nacimiento.

Pocos saben que Rosenthal, por voluntad propia, interrumpió su vida artística en 1940. Ante la invasión nazi a Francia, se alistó en las tropas de combate contra las hordas hitleranas en calidad de sanitario, y resultó apresado en mayo de ese año al caer en una emboscada su destacamento de exploración.

Permaneció confinado por dos años en un campo de trabajo. La Resistencia logró canjearlo, junto a una decena de guerrilleros, e incorporarlo a los territorios liberados donde siguió militando en las filas antifascistas.

Solo después de la derrota de la Alemania nazi retomó su andadura en la música, al ser nombrado titular de la Orquesta Nacional de la Radio difusión francesa, desde donde se impuso como tarea el estreno en su país de obras del húngaro Béla Bartók, el inglés Benjamin Britten y sus compatriotas Darius Milhaud y Maurice Jaubert y la difusión de autores rusos contemporáneos, como Ígor Stravinski y Serguei Prokófiev.

Todo ello a contrapelo de un público conservador que reprochaba las recurrentes inclusiones de novedades en el repertorio de la agrupación, por lo que no vaciló en responder a la invitación de la Sinfónica de Seattle, Estados Unidos, para ocupar la dirección general, cargo que desempeñó entre 1948 y 1951, en que regresó a Europa.

Una vez en casa compartió su labor como director invitado en varias formaciones francesas y de países vecinos, con su renovado interés por la composición. De esa época datan sus obras orquestales Offenbachiana (ya había orquestado antes de la guerra Gaita parisina, suite coreográfica armada a partir de diversos pasajes originales de Jacques Offenbach) y Rondas francesas, el drama lírico en un acto Les femmes au tombeau y las partituras corales Deo gratia y Tres piezas litúrgicas.

Desde 1962 profesor de dirección en el Conservatorio Nacional Superior de París, fue contratado dos años más tarde como director titular de la Filarmónica Real de Lieja.

Entre sus hazañas en el podio no pueden dejar de mencionarse la dirección musical de la puesta en escena de Diálogo de las Carmelitas, de Francis Poulenc, en la Metropolitan Opera House (1983), del ciclo completo wagneriano de El anillo del Nibelungo con la Ópera de Seattle (1886) y de Peleas y Melisanda, de Claude Debussy, en Moscú (1988).

Sin embargo, en el más íntimo plano, dicen quienes lo conocieron, que nunca se le vio tan conmovido como cuando estrenó en Francia el 21 de abril de 1968 El prisionero, drama lírico del italiano Luigi Dallapiccola, en la Ópera de París.

Aunque el argumento de la obra se enmarque en los tiempos de la Inquisición, Rosenthal no pudo evitar rememorar sus días de prisionero de guerra de los nazis, y por ello dedicó la puesta en escena a la memoria de las víctimas del horror implantado por el Tercer Reich.

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