Cultura

Los boleros nunca se han ido de Santiago de Cuba

Pedro de la Hoz

Siempre se identifica Santiago de Cuba con las cadencias del son y está muy bien que así sea. Cómo olvidar que la ciudad oriental fue la cuna de don Miguel Matamoros, el creador del infaltable Son de la loma, y desde donde partió la ola que nacionalizó el género en las primeras décadas del siglo pasado. Las guarachas, fecunda derivación sonera en el estilo de Ñico Saquito y Los Compadres (Lorenzo Hierrezuelo y Compay Segundo), le dieron fama a una urbe que hoy se enorgullece del alcance internacional del Septeto Santiaguero y Eliades Ochoa.

No faltan los que cuando piensan en Santiago sienten el repicar de los tambores y el paso arrollador de la conga, dado el esplendor y la autenticidad de los carnavales en torno al día de Santa Ana (26 de julio). No por gusto Fidel Castro y los jóvenes de la Generación del Centenario de José Martí eligieron esa fecha en 1953 para asaltar la segunda fortaleza militar de la isla, confiados en que pocos se darían cuenta del trasiego de armas y combatientes en medio de los festejos y funcionaría el factor sorpresa en la madrugada. Marta Rojas, del equipo de la revista Bohemia que cubría los carnavales, ha narrado cómo al sentir los disparos, alguien comentó: “Deben ser los últimos cohetes de la conga de Los Hoyos”.

Pero Santiago es también bolero y a mucha honra. Siendo la trova canción, a esta le nació el bolero justamente en la ciudad. Tanto que cuando se publicó Tristezas, pieza del santiaguero Pepe Sánchez compuesta en 1883, la indicación genérica suscribe que se trata de un bolero, con lo que ese hecho quedó registrado como un hito fundacional, aunque, para decir verdad, el modelo en desarrollo ya estaba en el ambiente de la trova y los trovadores.

Modelo no quiere decir fórmula. El escritor y musicólogo Leonardo Acosta, con su preclara visión, apuntó: “El bolero se nos presenta como un género de contornos musicales bastante imprecisos. Evolucionó desde el estilo de la trova, y marcado por el cinquillo danzonero, hasta el más cosmopolita de los años veinte y treinta en sus vertientes yucateco-veracruzana y cubano-boricua, quizá un poco más apegada al ámbito sonero, aunque en definitiva se impone un estilo en esencia latinoamericano y casi transamericano por la facilidad con la que lo adaptan los estadounidenses a sus gustos. Luego surge el bolero ‘duro’ y arrabalero, signado por los conjuntos, con su mayor énfasis en lo ritmático-sonero y por tanto bailable. El propio estilo ‘arrabalero’ ha pasado de moda; vuelven los acompañamientos de guitarra sola, tríos, secciones de cuerdas, abandono de la antes ‘sacrosanta’ clave y empleo del bongó, cuando lo hay, apenas como reminiscencia y efecto colorístico”.

Con todo existe una línea de continuidad en Santiago de Cuba que se manifiesta hasta nuestros días. Si Pepe Sánchez puso una de las primeras piedras, Sindo Garay encumbró el género como nadie en su tiempo, al punto de que muchos son deudores de su magna obra. Entre los trovadores de la vieja guardia destacaron como compositores de boleros Alberto Villalón, Rosendo Ruiz Suárez, Emiliano Blez, Salvador Adams, Pepe Figarola y Roberto Moya.

Más acá en el tiempo, Pacho Alonso implantó un modo de decir único, y no hay que olvidar que en la ciudad bañada por el Caribe nació Fernando Álvarez, uno de los grandes vocalistas defensores del género en la segunda mitad de la centuria anterior.

Como plataforma de confirmación de compositores, intérpretes y públicos, la Unión de Escritores y Artistas de Cuba en la ciudad del autor de Tristezas todos los años, desde hace algo más de tres décadas, convoca al Festival Boleros de Santiago. La más reciente edición, apenas una semana atrás, reunió a respetables audiencias en el cine-teatro Cuba y otras locaciones santiagueras, incluyendo el poblado de El Cobre.

En su programación privilegió al talento local, que de una a otra generación hace valer sus jerarquías. Desde la fineza de la interpretación de José Armando Garzón y su Ronda Lírica hasta las versiones trovasoneras del Septeto Azabache, riqueza y variedad armonizaron los conciertos.

Hubo dos invitados especiales, Anaís Abreu y Eliades Ochoa. La primera destaca por lo acentos dramáticos de su proyección vocal. Por su parte, una vez más, Eliades vuelve al origen de sus días. Reconocido internacionalmente por su inserción en Buena Vista Social Club y su andadura con el conjunto Patria que lidera, nunca ha dejado de cultivar el bolero. Es más, por su disco Un bolero para ti, grabado en los Estudios Siboney, de Santiago, conquistó el Grammy Latino al Mejor Album de Música Tropical Tradicional en 2012.

Al verlo y escucharlo solitario a guitarra limpia en una de las noches santiagueras del Festival, no pocos en el público estuvieron seguros de que Eliades viene de donde Pepe Sánchez y Sindo Garay empinaron al bolero.