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Cultura

Dame una canción que pueda sentir

Por Pedro de la Hoz

Billie Holiday nunca se anduvo con rodeos; “Dame una canción que pueda sentir”, es lo que pedía. En la que le fuera posible juntar la fascinación por el modo de cantar de Bessie Smith y el de matizar de Louis Armstrong. Si ello estuviera sazonado por el saxofonista Lester Young, mucho mejor. En cada canción le iba la existencia y cuando cantaba, pasaba por encima de la amargura, la pena, el desgarramiento, las caídas y el dolor.

Al escucharla sesenta años después de su muerte prematura con sólo 44 años de edad (17 de julio de 1959) y el cuerpo arruinado por la droga en un hospital neoyorquino, sabemos que lo mejor de ella está en su voz, irrepetible y humanísima, que su legado trasciende fronteras, que por mucho que nos preguntemos si su vida pudo o mereció ser otra, lo importante es que ahora mismo, o mañana, nos ayude a vivir la nuestra.

A raíz del centenario de su nacimiento, celebrado en abril de 2015, escribí que la lección mayúscula de Lady Day, como la bautizó Young, radicaba en hacernos entender que la mejor manera de cantar no depende del volumen sino de la intensidad y la emoción, que no hace falta una gran voz sino la necesaria para decir lo que hay que decir.

Evoqué entonces un tema que resume su condición, Strange fruit (Extraña fruta), de Abel Meeropol y Sonny White, grabado en 1939, por su estremecedor mensaje antirracista. Parece oportuno reproducir lo que de la artista afroestadounidense dijo la destacada cantante Dee Dee Bridgewater: “Billie Holiday tenía el tipo de voz que nunca olvidas. Ningún cantante ha destilado nunca la desesperación en tales tonos. Ella fue una gran actriz nacida de forma natural que se inspiró en sus propios sentimientos y los transmitió con una honestidad que se asimila rápido. Pero al igual que muchos de sus contemporáneos musicales de la época, ella sufrió de esa enfermedad incurable, nacer negra en (Norte) América”.

Pese a grandes obstáculos y graves prejuicios, Lady Day ascendió peldaño a peldaño hacia la excelencia artística. Una cronología de los inicios de su despegue la sitúa en el profundo Harlem donde John Hammond aquilata su talento y propone a Benny Goodman la grabación en 1933 de unos pocos temas que bastaron para que muchos se dieran cuenta del potencial de su canto Dos años más tarde, formó equipo con la banda de Teddy Wilson y entre ese 1935 y 1942 registraría la que muchos consideran la etapa de madurez de la artista, en la cuerda jazzística más difundida de la época. Recuérdese el memorable encuentro de ella con Lester Young y Buck Clayton en 1937.

El sello Decca quiso aprovechar las cualidades de Billie y explotarlas comercialmente en medio de arreglos un tanto edulcorados, con cuerdas melosas incluidas. Decca ya había hecho fortuna con el lanzamiento de los sencillos Fine and Mellow (1939) y God bless the child (1941), pero fue a partir de 1944 que la compañía la puso en lo más alto con Lover man, la entrañable Don’t explain, Good Morning heartache, Them there eyes y Crazy he call me.

Pero su suerte estaba echada, la que ella misma se buscó en malas compañías y la que heredó de una infancia terrible, en un hogar disfuncional, marcada por el abuso y la marginación. Los años 50 fueron terribles, los del declive de la carrera. Y a pesar de todo tuvo un momento más de gloria cuando a fines de 1957 cantó Fine and Mellow en la transmisión del programa The Sound of Jazz arropada por Lester Young, Ben Webster, Coleman Hawkins, Gerry Mulligan y Roy Eldridge.

Quince años más joven que ella, otra diva del ámbito del blues y el jazz, Abbey Lincoln dejó testimonio del significado de Lady Day con las siguientes palabras: “¿Qué cantante de jazz no escucha a Billie cuando están aprendiendo a cantar, incluso los cantantes masculinos? Cada vez que canto una balada, hay algún tipo de influencia de Billie Holiday y creo que eso es cierto para todos los cantantes que tomamos el jazz en serio. Ella tiene tantas cosas por dentro que simplemente cuando las suelta entran en ti. Chet Baker tenía ese mismo estilo: esa expresión introvertida, torturada y dolorida que surgió en ellos”.

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