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Cultura

Luis Carlos Coto Mederos

Miguel Gerónimo Gutiérrez

La amistad fue una de las más nobles pasiones de la guerra de Cuba, y suavizó con delicadeza exquisita muchas de sus amargas horas: entre los amigos tradicionales de la guerra, hubo pocos tan unidos, por la mansedumbre natural del carácter, la finura y serenidad de espíritu, y sus aficiones comunes en letras y poesía, como Miguel Gerónimo Gutiérrez y José Joaquín Palma. En los versos Mi corazón se puso entero el mártir, a quien sus amigos, aún estremecidos, veremos cómo lo pinta uno de sus biógrafos: “atravesado moribundo en una mula, su cabeza tambaleante despedazándose contra los árboles, la barba espesa y la cabellera enredada en los bejucos del camino, la piel de su hermoso rostro desgarrada por las espinas de los zarzales: un disparo puso fin a su sufrimiento horrible”. “A su matador, al cubano Castellón, lo capturó luego el coronel Fernando López de Queralta; y le dio la muerte que merecía”.

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Mi corazón (fragmento)

A José Joaquín Palma

Aquí lo tienes, poeta,

sin doblez y sin abrigo,

el corazón de tu amigo

a quien triste afán inquieta,

registra su más secreta

cavidad, y no te asombre

el necio orgullo de un hombre

que es sólo mísera escoria

con ilusiones de gloria

y con sueños de renombre:

Si encuentras algo de inmundo

en los misterios que guardo,

no te sorprendas ¡oh bardo!

que es todo miseria el mundo:

Sigue y busca en lo profundo

del sentimiento las flores;

busca mis tiernos dolores,

busca mis glorias perdidas,

mis memorias tan queridas,

mis purísimos amores.

Detente allí donde hallares

una cual mortuoria losa:

detente, que allí reposa

el pesar de los pesares;

y si en tus ojos guardares

algún resto de tu llanto,

conságralo a mi quebranto

y llora, que guardo allí,

todo lo que amé y perdí

de bello, sublime y santo!

Hallarás también grabado

con el cincel del dolor

un cuadro todo de amor,

de rudo pesar sombreado;

y allí, a la luz del pasado,

verás entre ángeles bellos

una mujer, sus cabellos

dando al aire, y allí un hombre

que pugna, de patria al nombre,

para desprenderse de ellos.

Verás lágrimas rodar

por mejillas de carmín,

y rostros de serafín

volverse al cielo a rogar;

también al hombre a llorar

verás de dolor ahogado,

¡ay! que ese cuadro grabado

en el alma que no olvida,

es la triste despedida

de mi hogar idolatrado!

Vagas palabras, deseos

por doquier encontrarás,

y allí borrados verás

unos locos devaneos.

Allí, como por trofeos

despojos de mi ambición,

venganzas del corazón

cambiadas por goces puros

y cerrada en goznes duros

alguna oculta pasión.

Triunfó del tirano cruel

y volvió a su hogar amado:

¡todo el acíbar pasado

es ya deliciosa miel!

Estrechó a su esposa fiel.

con ternísima emoción,

y embriagado en su pasión

de sus hijos tan queridos,

volvió a sentir los latidos

en su mismo corazón.

Más si yo no he de volver

al asilo de mi hogar,

si he de morir sin gozar

mi soñado apetecer,

ve a mi casa: allí has de ver

ante un altar de María;

al tender la noche umbría

su manto en la inmensidad,

un grupo que en su piedad

ruega por la suerte mía.

Es mi familia adorada:

acércate, y de mi suerte

da la nueva, y si es mi muerte

en detalles ignorada,

no harás por tu parte nada,

pero dirás la verdad

si afirmas que en la crueldad

de mi mortal agonía,

sonriendo, repetía:

“¡Amor, Patria, Libertad!”

Diles, en fin, que tus manos

yo estreché, que fui tu amigo,

que yo hice versos contigo

que fuiste, Joaquín, mi hermano;

quizás entonces, su insano

dolor hallará consuelo,

y aquel amoroso anhelo

que acusara mi tardanza,

se tornará en la esperanza

de encontrarnos en el cielo.

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