Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto MederosMiguel Teurbe Tolón (Tercera Parte)556El cuarto oscuro ¡Oh nube de oscuridad que

me envuelves!

Sófocles

Esta solemne armonía

y esta misteriosa calma

anuncian tristes al alma

que es muerta la luz del día;

y de la estancia sombría

en donde el tedio me encierra

ya su lumbre se destierra

cual la última mirada

de una pupila empañada

que para siempre se cierra.

Apenas deja el cristal

de alto postigo entreabierto

paso al resplandor incierto

del crepúsculo invernal;

y en la lucha desigual

en que la noche y el día

lidian con tenaz porfía

discurre lenta una hora

en que el corazón devora

profunda melancolía.

Si el tibio rayo desata

su pálida luz dudosa

más la sombra misteriosa

su pardo manto dilata,

y de tal suerte rescata

la oscuridad cada objeto,

que obrando en modo discreto,

la luz convierte su forma,

y lo confunde y transforma

cual por encanto secreto.

¡Cómo entonces por mi mente

siento pasar confundidas

mil imágenes vestidas

de una niebla transparente!

Va la ilusión sonriente,

van los cándidos amores,

los ensueños mentidores

que su triste adiós me dan,

y detrás de todas van

mis esperanzas de flores.

¡Ay, apártate de mí,

triste imagen, sombra vana,

que me sigues más cercana

cuanto más huyo de ti!

Y tú, Señor ¿Por qué así

entregado a su furor

me dejas, y a mi dolor

sordos están tierra y cielo,

sin que tenga ni el consuelo

de tu luz de paz y amor?

Cinco lustros no han pasado

por mi frente todavía;

soy joven, del alma mía

el fuego aún no se ha apagado.

Que apagarle me ha bastado

las lágrimas de mi alma;

¡más esta horrorosa calma

me oprime y aislado muero

como en país extranjero

sola muere indiana palma!

¡Ve aquí cual late mi seno!

¡Ve aquí mi frente abatida!

El dolor no halla salida

y el corazón está lleno.

Alzo a ti en doliente treno

mi voz y el lánguido acento,

que, errando en el aposento,

se pierde débil y vago,

como el son que exhala un lago

y expira envuelto en el viento.

¡No! ¡perdóname Dios mío!

¡Es que dolor tan insano

fuerza mi labio profano

a alzar este grito impío!

Yo sé que tu poderío

al grande como al pequeño

asiste y que no es un sueño

confiar en ti, Señor,

porque es más grande tu amor

que el orbe de que eres dueño.

Mas ¡ay! que la sombra crece,

y la noche pavorosa

de mi estancia silenciosa

apoderarse parece.

¡He ahí! ¡de nuevo aparece

la visión perseguidora!

Su mirada aterradora

en la sombra centellea:

su faz es odiosa y fea…

¡su mano amenazadora!

¡Ay! ¿Por qué con tal empeño,

visión tirana y traidora,

me sigues hora tras hora

tal que de mí no soy dueño?

Ya despierto, ya en el sueño,

si a mis ruegos ha venido:

en el silencio, en el ruido

de la turba popular,

siempre, siempre te he de hallar,

por más que de huirte cuido.

Si de gratas ilusiones

llevado plácidamente

acaso ocupan mi mente

dulces imaginaciones,

tú, tirana, te interpones

entre mi espíritu y ellas

y luego, a más de perderlas,

siento arrancar de raíz

al corazón infeliz

sus esperanzas más bellas.

¿Dónde fueron, dónde fueron

tanta ilusión infantil

y las ilusiones mil

que en la niñez me asistieron?

¿En dónde están? ¿Qué se hicieron

los sueños deslumbradores,

el iris de cien colores

que el porvenir me brindaba?

¿Dónde el día que anunciaba,

de luz, de lauros, de flores?

¡Ay! ¡eran flores de un día,

y murieron marchitadas

luego al sentirse tocadas

por tu mano, sombra impía!

Desde entonces alma mía,

de todo su bien robada,

llora, al dolor entregada

sin amparo ni consuelo,

porque hasta la luz del cielo

en su angustia le es negada.

Soledad triste y oscura

es, Señor, lo que te pido,

porque el corazón herido

silencio y sombra procura;

y en mi mansión de tristura

correré a mi fin, Dios mío,

cual un ignorado río

de raudal turbio y menguado

que se desliza callado

dentro de un bosque sombrío.

Miguel Teurbe Tolón