Jorge Cortés Ancona
En el periodismo yucateco de los años circundantes a 1900 es notable que haya comentarios acerca de las novelas de Benito Pérez Galdós, uno de los principales narradores de nuestro idioma, y que esa admiración se refleje en varios de los seudónimos empleados, provenientes de algunos de sus personajes: Angel Guerra, Pacorro Chinitas, León Roch (éste empleado por Serapio Rendón) y otros más.
Otro aspecto relevante es que se publicasen relatos de Adolfo Carrillo, autor poco conocido, exiliado en California por sus críticas a Porfirio Díaz y cuyos relatos se ambientaban en ambos lados de la frontera norte de México, por lo cual es un pionero de esa prolífica tendencia temática de la literatura mexicana actual.
También es destacable la crítica constante al llamado decadentismo, nombre con que se conocía el movimiento mejor conocido como modernismo. Abundan las parodias líricas o narrativas o de discurso con palabras rebuscadas y adjetivación estrafalaria y abundante, que suponen propios de esa corriente literaria entonces en boga en la literatura de lengua española, pero que en realidad eran deformaciones de su lenguaje renovador.
A pesar de esas burlas, en periódicos y revistas del estado a lo largo de muchos años se publicaron textos de Rubén Darío, Julián del Casal, Amado Nervo, Luis G. Urbina y otros autores. Incluso en El Juguete de las olas, periódico de temporada progreseña publicado por Cecilio Leal, se reproducen de sendos periódicos madrileños de 1914 el poema “Canto de la sangre”, de Darío, y la parodia “Canto de la leche”, del español Juan Pérez Zúñiga, burla desagradable, que da pie a una reflexión de Leal sobre la incomprensión del genio.
En las críticas que se hacen a los poetas modernistas es notoria la dificultad, si no es que incapacidad, para entender las metáforas no razonadas, por decirlo así. Se evidenciaba la dificultad de entender un lenguaje creativo y simbólico, menos dependiente de la lógica y del encuadramiento a la realidad externa.
Además de aludir a los “poetas que se alquilan para recitar bombas en las vaquerías de los pueblos”, existen críticas recargadas como la de El Colegial: periódico científico, literario y de variedades, que en una gacetilla de 1892 expresa: “¡Apunten!… ¡Fuego!”: “¡Al avío, valientes! Nosotros estamos casi casi convencidos de que aquí en Yucatán los buenos literatos son nones y no llegan a tres, y ya conviene exterminar esa ventregada de críticos, dramaturgos, prologuistas y autores de coplas de ciego, que a guisa de sabandijas caídas del techo, amenazan multiplicarse y subírsenos a las narices a poco más que se les deje, y que por falta de un buen chancletazo en la cabeza se andan creyendo que todo el monte es orégano”.
Había también pugnas entre críticos, verbalmente agresivas, como se ve en El Colegial: periódico científico, literario y de variedades, en el mismo 1892, con el texto “Peste literaria”, publicado bajo el seudónimo Cebollo: “Y algo como la crispante sensación que produce una cucaracha al correr sobre el cuello debió sentir el Sr. Joaquín de Arrigunaga al leer una cosa escrita contra sus Monólogos en familia. (…) Es un Angel Guerra, quien con una sal de hipocondríaco se propone efectuar una autopsia que, realizada en él, daría indudablemente por resultado la total ausencia de masa cerebral. Es una cosa de reír lo que pasa con producciones dramáticas y crítica microbiótica, pero lo que sí nos admira es que el público, de seguro mejor juez que el microbio Angel Guerra, hubiese aplaudido y soltado frecuentemente regocijadas y repetidas carcajadas cuando se ponía en escena Monólogos de familia”. Las menciones a la total ausencia de masa cerebral y a la condición microbiana del crítico Angel Guerra darían pie ahora a quejas por discriminación, pero en esa época, gracias entre otros factores a los seudónimos, se consideraban consecuencia valorativa de lo que se presentaba públicamente en el mundo artístico, literario y periodístico.
Por último, en La Ilustración Yucateca, de 1897, el autor de “Croniquitis” expresa su anhelo de que los textos de dicha publicación “sean el fruto de ingenios exclusivamente yucatecos, para que así lleven consigo ese incomparable y delicioso sabor local: el sabor de la tierruca”. Una muestra del ambivalente orgullo yucateco.